Opinión
Ver día anteriorJueves 17 de junio de 2010Ver día siguienteEdiciones anteriores
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Juan Bruce-Novoa
H

ace muchos años me dijeron que un crítico literario de Estados Unidos, dizque de San Antonio quería conocerme. Pensé que llegaría un hippie, todo por ningún lado y se presentó un señor guapo, muy bien vestido, súper atento, que parecía salir de la tintorería.

En la noche, Juan Bruce-Novoa visitaría a otro escritor al que quería más que a mí y vivía por el mismo rumbo, Juan García Ponce. Le dije: Uy, allá en casa de Juan va usted a echar mucho relajo porque se reúnen hasta altas horas de la noche su hermano Fernando, Huberto Batis, Michele Alban, Juan José Gurrola y muchos escritores y pintores más que ponen a hervir sus sesos. Juan se la pasa hablando de Robert Musil y Hermann Broch.

Al día siguiente, Juan BruceNovoa, el maniquí, me dijo que la había pasado muy bien, sentado en el suelo al lado de la silla de ruedas de Juan, que Juan era un genio. A mí me costó trabajo imaginarlo, él tan pulcro y planchado entre Juan Vicente Melo y Manuel Felguérez (quien ya desde entonces fumaba pipa). ¿Cómo iba a hacerse oír por encima de los gritos de Huberto Batis o de Juan José Gurrola?

Nos volvimos a ver y me contó que de vez en cuando visitaba a un tío banquero que tenía una casa muy lujosa de jardines kilométricos en Tlalpan, Eduardo Novoa, pariente de su madre, pero que no tenía gran afinidad con él. Me llamó la atención que este hombre tan atildado se entusiasmara por la literatura de los chicanos e hiciera lo imposible por darla a conocer. Gran analista, estudiaba su obra a fondo, quería y admiraba a los mexicanos del otro lado, los que escriben de México y de su pasado y de su futuro en inglés.

Me habló con gran emoción de Tomás Rivera, de Rudolfo Anaya y de un poeta delgadito que parecía un elfo del bosque y decía su poesía con festiva seguridad: Alurista. De las mujeres, su mayor admiración era para Lorna Dee Cervantes, tiene un gran sentido del humor; Sheila Ortiz Taylor, Sandra Cisneros, Ana Castillo pero sobre todo Chérie Moraga, la más rebelde, la más dispuesta a caminar a la orilla del precipicio. También habló con admiración del libro Esta puente, mi espalda, de Norma Alarcón y Gloria Anzaldúa, quien por desgracia murió.

Además de la literatura chicana, Juan Bruce-Novoa, el crítico literario, se dedicó completamente al otro Juan, al García Ponce de La casa en la playa y El gato. Hizo su tesis de doctorado sobre él en 1974: Los encuentros y desencuentros en la narrativa de Juan García Ponce y nunca dejó de visitarlo hasta el día de su muerte, el 27 de diciembre de 2003.

Nos perdimos la pista Juan Bruce-Novoa y yo hasta que volví a saber de él por Carlos Von Son, un muchacho al que Bruce-Novoa introdujo a la literatura. Fue su guía y le dio seguridad en sí mismo. Resulta que Carlos Von Son era un deportista consumado, jugaba futbol como un campeón, subía a las montañas de Tepoztlán y se la vivía en contacto con la naturaleza. Un amigo campesino le pidió que lo ayudara a eliminar al jefe de una banda de tejones que se comen las cosechas y lo acompañó en la noche a buscarlo a la montaña. Si eliminas al jefe, la banda se dispersa.

Al amigo, cuyo nombre me guardo, se le disparó el rifle cuya bala fue a dar a la columna de Carlos Von Son que quedó para siempre atado a una silla de ruedas. La vida de Von Son cambió de un día al otro cuando tenía algo así como 25 años y después de muchos hospitales y terapias Juan Bruce-Novoa le abrió las puertas a la literatura y en una universidad de California.

Carlos Von Son, miembro de UC-Mexicanistas, obtuvo su doctorado con honores y ahora, además de su cátedra en la Universidad de San José, California, se ocupa de los mexicanos que nuestro país expulsa y los introduce a su vez a la literatura y al teatro.

Somos muchos los que le debemos a Juan Bruce-Novoa nuestra fe en la literatura y conmueve recordar su inteligencia, su entusiasmo y su generosidad. Es una pérdida grande para las letras mexicanas y chicanas. Bruce-Novoa dedicó muchas horas de su vida a investigarlas y a darlas a conocer y acercó a unos y a otros. Sin él, a lo mejor no sabríamos nada de los escritores del otro lado de la frontera, ni ellos sabrían nada de nosotros.