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Un libro pertinente
E

l comentario sobre Historia de México (Fondo de Cultura Económica, 2010) tiene por objeto promover su lectura. Mi nota pasada finaliza con un dato erróneo, tomado del libro: dice El general Vicente Guerrero no fue fusilado en el estado que lleva su nombre.

No fue así. Previamente apresado en Acapulco, fue fusilado en el hermoso y destechado ex convento dominico de Cuilapan, en Oaxaca. El error se repite en Viaje por la historia de México (2010), antología preparada a partir de escritos de don Luis González y González.

Josefina Zoraida Vázquez hace notar que el Tratado de Guadalupe, firmado el 2 de febrero de 1848, con el que terminó la guerra de intervención estadunidense, no implicó la venta de parte del territorio, pues éste había sido conquistado, la indemnización fue un pago por daños y prorrateo de la deuda exterior.

Añade: nuestro país estaba sin capital y con una deuda de 45 millones. Los 15 otorgados por el tratado permitieron auxiliar a Yucatán en plena guerra de castas. Pero las cosas no terminaron allí, en 1853 México perdió más territorio al aprobarse el Tratado de la Mesilla.

Andrés Lira registra que entre 1821 y 1853 hubo cinco constituciones vigentes, un emperador (Iturbide) y más de 30 hombres que asumieron el Poder Ejecutivo. Rescata y con sobrada razón al general Juan Álvarez, el presidente interino que revisó los actos del gobierno de Santa Anna. Aquí ocurren los prolegómenos de la Constitución de 1857, que es la que se conmemora el 5 de febrero y no la de 1917.

Dos proyectos enfrentados, el monárquico y el republicano, provocaron diferencias entre las propias filas republicanas, pues había liberales extremistas y moderados. Los signos para un gobierno estable eran contradictorios.

En plena Guerra de Reforma, el gobierno juarista suscribió en 1859 el Tratado MacLean-Ocampo. Afortunadamente no fue ratificado por el Senado del país vecino, de lo contrario las tropas estadunidenses hubieran circulado no sólo por los estados fronterizos del norte, sino por el Istmo de Tehuantepec. Poco después (1861) grupos reaccionarios fusilaron a Melchor Ocampo, a Leandro Valle y a Santos Degollado. Este último, intelectual, general en jefe del Ejército Federal y ministro del gobierno juarista, había intentado sensatamente dialogar con la oposición conservadora, motivo por el que fue depuesto de sus cargos: No obstante –profundamente afectado y deprimido– siguió combatiendo a los conservadores, aunque de nada le valió. Menos mal, el Teatro Degollado en Guadalajara lleva su nombre.

Como sabemos, los 13 estados esclavistas estaduidenses del sur se confederaron contra la Unión (tema de la película Lo que el viento se llevó) y eso favoreció la afirmación de la monarquía en México con la intervención francesa.

Maximiliano era liberal, o de ideas liberales, y se negó rotundamente a restablecer el catolicismo como religión de Estado. Terminada la guerra norte contra sur en Estados Unidos y como efecto de la Doctrina Monroe, las tropas francesas se retiraron, sellando el destino de Maximiliano. Después de varios avatares, que relata Fernando del Paso en Noticias del imperio, su cadáver embalsamado llegó al destino final: la Cripta de los Capuchinos en Viena. Flanqueado por Miramón y Mejía, el aubsburgo, fue fusilado el 19 de junio de 1867.

Edouard Manet representó pictóricamente el hecho basándose libremente en la prensa. Existen cinco secciones de los óleos que rememoran El cerro de las campanas; las más importantes están en Londres.

Don Benito es teóricamente invulnerable (por eso Francisco Toledo le dedicó serie en Lo que el viento a Juárez). No obstante, cuando el Benemérito murió el 18 de julio de 1872, el país se encontraba amenazado por una guerra civil.

El Congreso eligió como presidente a Miguel Lerdo de Tejada, pero fue impugnado por el jurisconsulto José María Iglesias porque las elecciones se llevaron a cabo en lugares donde no existían las garantías individuales. Además, Porfirio Díaz se levantó con el Plan de Tuxtepec e irónicamente su lema fue la no reelección.

Javier Garciadiego es autor del capítulo sobre el porfiriato: Ningún otro periodo en nuestra historia se identifica con el nombre de su gobernante. Tiene razón, si se excluye el callismo mejor denominado maximato.

Los años revolucionarios, entre 1911 y 1934, están bajo la puntual autoría de Álvaro Matute y abarcan, por tanto, la guerra cristera. Le sigue Jean Mayer y con Enrique Krauze termina este libro que se lee de corrido en poco tiempo. Otra de sus virtudes consiste en que desata lecturas, sean o no conmemorativas.