Opinión
Ver día anteriorMartes 15 de junio de 2010Ver día siguienteEdiciones anteriores
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El mundanal ruido
P

orque anoche anoté y cedí otra vez aquí a la ensoñación de abandonar la escritura y dedicarme a leer en un viaje permanente por barco lejos del mundanal ruido, en la madrugada busqué en diccionarios, enciclopedias y los libros de referencia que tuve a mano, con lupa y con la luz de un foco de 300 watts (tan grande que sobresale de la pantalla de porcelana de mi vieja lámpara de mesa y que se ve mal pero que alumbra), el origen de la frase lejos del mundanal ruido.

Quería saber si de raíz era de Thomas Hardy o de quién, y conocer su primer significado, si es que fuera distinto del que suele dársele hoy en día. Por fin en el Concise Oxford Dictionary, sexta reimpresión de la cuarta edición, de 1951, con Addenda y corregida, di con “... the madding crowd (as quot. from Gray’s Elegy)…” Y ya como a las seis, releí Elegy Written in a Country Churchyard, en mi libro de texto de secundaria, es decir, de los sesentas del siglo XX, y también una breve biografía del otro Thomas, Gray. Subrayé el verso completo que buscaba, Far from the madding crowd’s ignoble strife, todo lo cual había olvidado, cómo no. Y me entregué durante horas al juego de la erudición, confieso que divertida, aun a sabiendas de que, por más que en estas páginas libres de ácido, con tinta indeleble y buena letra, registre atenta el resultado de mi búsqueda, a la mañana siguiente lo habré olvidado, como si años atrás no hubiera incluso traducido un libro sobre cómo aprender, según las técnicas más avanzadas de enseñanza. Pero resumo. Si las fechas de Hardy (1840-1928) son posteriores a las de Gray (1716-1771), Hardy tomó del poema de Gray el título para su novela, Far from the madding crowd, o Lejos del mundanal ruido, según la traducción al español, frase que se ha incorporado presumo que al habla de muchas lenguas, no sólo el español, aunque, a juzgar por mí, con interpretaciones de los términos más o menos personales, pues qué es el mundanal ruido para cada quién, qué ruido o qué mundo exaspera más o enloquece más a unos u otros, en qué consiste el mundanal ruido para ti, para mí.

Aunque mis intenciones eran más simples, el estudio en el que me entretuve al amanecer me regresó a mi adolescencia, cuando leí a Gray y a Hardy y llené los márgenes de mi historia de la literatura inglesa con admiraciones, signos de interrogación y anotaciones a lápiz que, más de medio siglo después, y aunque yo las tuviera olvidadas, no se han borrado. Más importante para mí fue la confrontación con la fatalidad o, en términos no tan solemnes, haberme topado con la calidad de ineludible que en efecto tiene el destino. Cierra los ojos. Él te lleva. O ábrelos. Él te lleva también. Si desde aquella edad me inclinaba hacia las letras, ¿de veras creo que ahora anhelo y puedo cerrar las tapas de mis cuadernos y no dedicarme más que a leer, alejada de la irritante multitud, en un viaje por barco y por tiempo indefinido? ¿Y leer sin lápiz en mano? ¿Sin irme cargando de ideas que escribir? ¿Qué haría con las experiencias en que me fuera entretejiendo a lo largo de ese viaje interminable por mar, y por más que en principio me consagrara principalmente a leer? Ni yo estaría sola, ni W., a su vez, se concentraría tampoco en exclusiva a hacer bocetos. Lo menos que haríamos sería bajar en algunos puertos, incursionarnos hacia algunos lugares (yo lo acompañaría a Petra; él a mí, a Hasrún). Entraríamos en relación con algunas personas y por fuerza y por fortuna nos envolvería una que otra situación. Tarde o temprano yo acabaría por conseguir un cuaderno. Lejos o cerca de un mundanal ruido u otro, empezaría a tomar notas…