La educación, puente entre la cultura
y los procesos de desarrollo

Aprender, recordar, hablar, imaginar: todo ello se hace posible participando en una cultura.

Magda Riquer Fernández

El objetivo de la educación, afirma Jerome Bruner1, “es ayudarnos a encontrar nuestro propio camino en nuestra cultura, a comprenderla en su complejidad y en sus contradicciones. Y para ello, la escuela no puede continuar aislada de otras manifestaciones de esa misma cultura”.

Bruner, quien participó activamente en la revolución cognitiva, iniciada en los años sesenta, y a quién algunos conocen como el demoledor de cercos disciplinarios, a sus más de 90 años sigue ofreciéndonos ideas, hipótesis y teorías. Las más recientes las encontramos en sus tesis sobre la educación en el marco de la psicología cultural, la que entiende como el puente entre la cultura y los procesos de aprendizaje y desarrollo; por tanto, para Bruner –impulsor de esta rama de la psicología– la educación es el “marco de prueba” más adecuado para contrastar sus ideas en torno a la psicología cultural, ya que está convencido de “que toda actividad mental está siempre inserta, situada, en un contexto cultural”. Dicho de otra manera, para este nuevo campo de la psicología, la actividad mental humana, aun cuando sucede “dentro de la cabeza” no puede explicarse sin referencia a la cultura.

Una buena parte de las ideas que dieron nacimiento a la psicología cultural tienen un claro antecedente en las tesis de Vygotski acerca del origen social e instrumental de las funciones mentales superiores (conciencia, pensamiento y lenguaje), y de la cultura como marco para el desarrollo humano; destaca el papel del lenguaje como “artefacto de artefactos” de la cultura y su trascendencia en el proceso de socialización. Para Bruner, “Vygotski ofrece el estímulo todavía necesario para encontrar la manera de comprender al hombre como producto de la cultura y la naturaleza a la vez”.

La posibilidad de entender el mundo que nos rodea pasa por el desarrollo de la capacidad comunicativa, que es innata y tiene su espacio en la mente humana, pero para ello es imprescindible la construcción de significados compartidos y éstos, sin duda, tienen lugar en contextos culturales concretos.

De su propuesta para una perspectiva psico-cultural de la educación, que incluye nueve postulados2, nos interesa destacar –porque ejemplifica con claridad la relación entre mente y cultura– el postulado narrativo, que concibe “la narración como forma de pensamiento y como vehículo para la creación de significado”. A partir de la diferenciación entre pensamiento lógico-científico y pensamiento narrativo –las dos formas universales de organizar el conocimiento– presentes en todas las culturas, aunque cada una las privilegia de forma diferente, Bruner desarrolla su explicación sobre la importancia que tiene la narración en la cohesión de una cultura y para la estructuración de la vida del individuo. A través de ella es posible acceder a los significados que quien narra otorga a la experiencia, situándola en un tiempo y en un espacio, para hablarnos de lo particular, de lo cotidiano, de la condición humana, en fin... De esta manera, nos vamos enterando de la historia propia, de las historias de los otros, de los problemas de la comunidad, de lo que en cada cultura se considera valioso y también de aquello que se rechaza.

Si bien la disposición para comunicarnos es innata, la habilidad narrativa se adquiere trabajando: es necesario “leerla, hacerla, analizarla, entender su arte, percibir sus usos, discutirla”.

La relación estrecha de las cuestiones centrales de la psicología cultural con los problemas de la educación ha generado tantas aportaciones de esta corriente a la materia, que difícilmente las podríamos abordar en el espacio de este artículo; sin embargo, hay una más incluida en su crítica al positivismo, que por su actualidad no queremos dejar de mencionar: el énfasis de esta corriente en una sola forma válida de conocer nos está alejando cada vez más del sujeto real de la educación que está hoy frente a nosotros, quien nos mira no sólo desde la escuela, sino sobre todo desde todos esos mundos suyos pletóricos de símbolos y significados (música, tatuajes, piercings, ciberespacios…), donde la información circula al margen de las instituciones que tradicionalmente estaban legitimadas para ello (familia, escuela, estado, iglesia). Son estas manifestaciones culturales en las que nuestros niños y jóvenes buscan las certidumbres que las instituciones educativas de hoy parece que no pueden ofrecerles, menos aún si continúan empeñadas en considerarse las legitimadas para el mantenimiento y resguardo del único conocimiento verdadero.

Para saber más:

Jerome Bruner, La educación puerta de la cultura, Madrid, Visor, 1999 y La fábrica de historias, Buenos Aires, FCE, 2002.

Magda Riquer, es doctora en Psicología Social, especialista en educación.
magdariquer@ gmail.com


1 Psicólogo estadounidense.

2 En J. Bruner, La educación, puerta de la cultura, 1999, pp. 31-62.

Regresar al inicio