22 de mayo de 2010     Número 32

Directora General: CARMEN LIRA SAADE
Director Fundador: CARLOS PAYAN VELVER

Suplemento Informativo de La Jornada

Mujeres de Guerrero


FOTO: Rosario Cobo

“Quitarle la muina a Juan”

Doña Dora, Organización Ecologista de Mujeres de la Sierra de Petatlán

Lorena Paz Paredes

Dora es una campesina de San José de los Olivos, comunidad de la sierra petatleca. Ahí estudió primaria y a los 16 años se casó con Juan, de 18. La pareja abandonó muy pronto el pueblo, huyendo de la violencia que desde hace mucho ensombrece las serranías guerrerenses. “Nunca supe bien por qué... Nomás llegaban los soldados a torturar gente... y se llevaron a varios. Mejor nos salimos y acabamos en este caserío unas cuantitas familias. Y yo mera le puse Guapinoles como se le conoce hasta hoy. Tenemos capilla, tienda Conasupo y una primaria del Conafe. Nada más”.

Dora no ha cumplido los 40, pero ya tiene 11 hijos: siete varones y cuatro mujeres. El mayor, de 24 años, se fue a trabajar a Estados Unidos y otro de 21 ya lo siguió. Dos más estudian secundaria en una comunidad cercana. Una joven de 15 años estudia en la Ciudad de México, en “Villa de las niñas”, institución religiosa. Así que en Guapinoles sólo viven Dora, Juan y seis hijos.

La casa tiene piso de tierra, dos cuartos, una cocina abierta como acá se acostumbra, pero “no hay agua potable ni electricidad – cuenta Dora–. Nos aluzamos con una planta solar. Y es que a este cerro no llega nadie, menos la Comisión Federal de Electricidad, apenas entra una cuatrimoto por un caminito de tierra que en temporal se vuelve puro lodo”. Rodean la casa frondosos árboles de plátano, guayaba, limón, aguacate, y en el solar un horno de barro humea dos o tres veces por semana, cuando Dora hornea panes que sus niños le ayudan a vender.

Una cuatrimoto, tierras de cultivo y algo de ganado son los haberes de la familia. “Tenemos 15 vacas, un becerro y un toro –dice Dora–; unos animales los conseguimos dando maíz a cambio y otros los compramos con lo que Juan ganó haciendo casas de madera en Zihuatanejo. En octubre y noviembre se padece la canícula, los campos amarillean de sequedad, las vacas enflacan por falta de agua y zacate, pero en el temporal se reponen y engordan”. Entonces Dora y Juan venden algún animal para costearse el viaje a México o mandarle algo a la hija.

La familia siembra frijol, arroz, hortaliza de secas y milpa de riego, también maíz de temporal y frutales. ”Sembramos un litro de semilla de arroz en un cuarto de hectárea por el mes de julio, y sacamos como tres anegas (315 kilos) en octubre y noviembre, que alcanzan para el gasto del año y hasta sobra. Si el temporal es bueno, con dos almudes de maíz levantamos casi 20 anegas (dos toneladas) que nos rinden bastante; y si el temporal viene más mejor, hasta vendemos”. Además los hijos jóvenes cosechan cinco y a veces diez anegas de grano “que comercian en El Rincón y La Lajita, donde hay gente muy pobre que no tiene milpa, ni potrero por ser avecindados”.

“Aquí mucho se acostumbra el trueque; damos queso por pollo –dice Dora–, carne de res por maíz, huevos por tomates”. Y cuando alguien caza se comparte el jabalí, el venado. Los lugareños acuden a convites de barbacoas, carnes a la plancha en el comal de barro, filetes salados con tamales de arroz, frijoles, chiles asados, salsas molcajeteadas, quesos de canasta, verduras frescas de la hortaliza y tortillas de maíz nuevo. “Y es que somos pobres, pero compartidos cuando hay”.

En la cuenca petatleca, igual que en otras regiones campesinas de México, las mujeres se casan jóvenes, se llenan de hijos y el trabajo se les recarga. Todos los días Dora se levanta temprano para juntar leña, prender el fogón, preparar el nixtamal, guisar, acarrear agua del manantial, lavar ropa, enjarrar las paredes de casa, maicear gallinas, cuidar y regar las plantas del traspatio, atender a los niños y al esposo, “más si se enferman”. Cuando la milpa esta sazón, tampoco falta a la dobla de mazorca, que luego desgrana con los niños. Mientras, Juan cuida el potrero, cerca la hortaliza, hace milpa, siembra frutales y, si aprieta la necesidad, deja el azadón y se va de albañil a Petatlán. Pero esto sólo en años malos, porque la familia se acompleta con cuatro becas que recibe de Oportunidades. Cada dos meses les llega un cheque y Dora puede comparar aceite, azúcar, sal, jabones, en la tienda del pueblo, y zapatos, uniformes, ropa, huaraches, en la cabecera municipal. De vez en cuando también recibe algo de los hijos que se fueron.

Hace algunos años Dora empezó a juntarse con las ecologistas de la Organización de Mujeres Ecologistas de la Sierra de Petatlán (OMESP). “Me invitó mi comadre –dice–. Y yo que le digo: ‘pues vamos’, y así fue que cambió mi vida. Me enseñé a cuidar el agua, el medio ambiente, a comer sano”. Pero lo que más gusto le da es salir de casa, ver al mujerío en talleres, riéndose y aprendiendo novedades, oyendo de sus derechos de mujer. Estar organizada la animó a terminar la primaria y ahora cursa ya la secundaria abierta en el INEA. “Costó trabajo quitarle la muina a Juan”. Y es que “los maridos no dejan salir a una de la casa y menos de la comunidad. Muchas ni siquiera se inscribieron en Oportunidades por eso. Y las que estaban embarazadas, se quedaron sin sus consultas prenatales, nomás porque el señor dijo: ‘No, tú te quedas’”.

A Dora la critican por salidora, por ir a las juntas, a las asambleas ejidales, a talleres, a viajes de intercambio; “Que Juan es mandilón, dicen las malhablanzas, que yo chimiscolera”. Pero Dora no se arredra, es aventada, emprendedora. Dice con enjundia: “hoy valgo más, soy más mujer”.

“Trabajar y tener hijos, porque me tocó ser mujer”

Doña Chole, Organización Ecologista de Mujeres de la Sierra de Petatlán

Rosario Cobo

Doña Chole, de 60 años, vive en una comunidad de la cuenca petatleca de Guerrero. “No me casé chiquita, tenía ya 20 años… Me nacieron 11 hijos pero sólo diez viven. Me pasé 23 años teniendo hijos. Y es que nunca me controlé, ¿que sabía una de eso? Ora las mujeres son más listas. Yo no, mi vida fue la pobreza y la crianza: cuando no estaba embarazada, estaba criando, y cuando no estaba criando, estaba embarazada. Todos mis hijos de por sí los tuve en la casa, nunca conocí médico ni hospital. Luchaba yo por tener uno, dos, tres años para descansar, para recuperarme Pero nunca me repuse. Le decía yo a mi marido: ‘ya no, ya no’. Pero a él yo tenía que servirle cuando él quería. Porque me tocó ser mujer y sólo para eso sirvo, dijeron. Dejé de criar porque ya se me terminó el tiempo de la criada. Nunca trabajé en el campo, me la pasaba en la casa y buscando qué darle a tantos hijos con mi pobreza”.

Los hijos que se van porque del campo ya no se vive. “El primer hijo se me fue a los Estados Unidos hace ocho años –cuenta doña Chole–, al año se llevó a su hermano de 15. Ya no han regresado, ni de vacaciones. Yo les digo: ‘ya que están allá, pues aguántense’. Ellos dicen: ‘no tenemos papeles; si vamos a verla, a la mejor no podemos regresar’. ‘No vengan, pues’, les digo. Nos hablamos, yo bajo del Zapotillal a Petatlán y ahí, por teléfono, uno me dice: ‘le voy a mandar tanto dinero’. Pero tienen su vida ellos, y me mandan sólo a veces. Uno se ajuntó con una de Guatemala, y están contentos… Yo sí los extraño; ¡cómo no los voy a extrañar, si los crié! Pero una es pobre y aquí no hay trabajo. Mejor que estén allá. Otro ya vive en Acapulco. Desde chamaco empezó como ayudante de las máquinas y aprendió, ora es maquinista y hace brechas. A mis hijos, creo, no les gusta el campo, ya no quieren ser campesinos; uno es carpintero allá y otro trabaja en casa. Los jóvenes se están saliendo del campo. Y una aquí se queda en medio de la pobrería, como nació, pero con más años y más acabada después de tanta crianza de chamacos”.

Vivir de la milpa. “Sí tenemos tierras; las trabajan dos de mis chamacos. Este año sembraron maíz ellos con peones. Pero también prestamos tierras para otros que no tienen. Porque muchos son avecindados y no tienen en donde sembrar. No nos pagan renta ni nada, es puro préstamo, que en la zona se le conoce como ‘palanca’. Si quieren tumbar monte, prestamos; uno dice: ’dame un almud’, otro quiere dos almud, lo que ellos puedan tumbar y ya cuando levantan su cosecha se queda el rastrojo para el ganado nuestro. Cuando tengo centavos que me mandan mis hijos yo le ayudo a mi chamaco para que contrate peón, y si tenemos becerrito lo vendemos y de ahí sacamos dinero, o buscamos peón ganado.”

Ahora soy organizada con otras iguales. “Empezamos la Organización de Mujeres Ecologistas (de la Sierra de Petatlán, OMESP) yo y 12. Soy de las iniciadoras, de las meras matitas. Mi comadre Celsa y mi compadre Felipe nos hablaron bonito: que lo teníamos que cuidar al medio ambiente. Porque antes, ‘basura’, decíamos de las hojas secas, y ella: ‘no es basura, comadre, basura los plásticos que ensucian el agua’… Y así nos enseñamos la limpieza de los arroyos, a no matar pájaros, a no trozar árboles. Y nos comprometimos a enseñar eso a nuestros hijos. Luego empezamos las hortalizas para comer fresco y bueno. Y es que antes, hace 20 años que yo llegué, nunca tuve hortaliza. Siempre estaba embarazada, y comíamos lo de aquí, camarón, fruta, pero verdura no. Ahora todas tenemos. En el Zapotillal 60 sembramos y comemos ensaladas. Sí, me gusta ser organizada. Allí nos aventamos a estudiar, yo terminé ya mi tercero de primaria con el INEA. Y así muchas”.

Guerrero


FOTO: Cortesía OMESP

Felipe Arreaga Sánchez (1949-2009)

Defender el bosque,
defender a la gente

Rosario Cobo

"Siempre he estado en la lucha –decía Felipe Arreaga–, me viene de sangre. Sufrí desde pequeño, todavía no me hacía hombre cuando mataron a mi padre y a mi hermana. Fueron una gavilla de bandoleros y talamontes que llegó al paraje Río Juan López del ejido El Porvenir, donde mi familia cultivaba milpa. Ese día no me tocó acompañarlos”.

“Mi dolor ha sido grande…Ya casado con esta hermosa mujer y compañera que Dios me dio –decía de Celsa–, nos fuimos al ejido de Puerto Rico en el municipio de Ajuchitlán, allá por Tierra Caliente, del otro lado del Filo Mayor. Conseguí terreno para sembrar y cuidaba un ganado a medias. Pero ahí también había muchos problemas. Varias veces fui comisario municipal; como autoridad denuncié a los talamontes, a los que quemaban el bosque para sus potreros, a los robaganado… la pura venganza hizo que perdiera yo a mi madre. Un día salí de madrugada a la cabecera municipal a unas gestiones, y antes de mediodía llegaron a la casa como 15 abigeos fuertemente armados, yo no estaba, y la familia y unos vecinos tuvieron que hacerles frente.” Celsa recuerda: “La balacera duró no menos de cinco horas y ahí quedó muerta mi suegra, doña Leonor Sánchez Arreola”. Eso pasó en 1977.

En defensa del bosque: La lucha por la defensa del bosque y contra las madereras no es cosa fácil. Felipe lo supo bien. En 1974 participa en una movilización contra la Forestal Vicente Guerrero, denunciando el robo de madera y porque el uso y manejo del bosque estuvieran en manos de los ejidatarios. “La respuesta –contaba Felipe– fue que mandaron al ejército, llovieron las amenazas, encarcelamientos y desapariciones. Entonces, apoyados por un licenciado, se organizaron varios ejidos para entrevistarnos con el gobernador Rubén Figueroa. Después de un plantón en Chilpancingo nos recibieron, ahí Figueroa padre, nos gritó: “dejen de estar de revoltosos o los voy a encarcelar, los voy a acabar para que sepan quién es Figueroa”. En esta entrevista –recordaba Felipe– el gobernador lo señaló y le dijo: “a ti güero te voy a chingar... y si siguen con sus protestas voy a llenar los panteones de la sierra”.

Por eso Felipe sabía bien que la lucha no es juego. Casi 25 años después, en febrero de 1998, cuando la gente de Banco Nuevo se juntó para bloquearle el paso a los camiones madereros, Felipe les contó de aquellas amenazas del gobernador: “Les dije que la lucha era dura, difícil, penosa, que debíamos estar preparados para lo peor”. Ese día nació la Organización Ecologista de Petatlán y Coyuca de Catalán: “Éramos un grupo pequeño, unas 300 gentes de varios ejidos: del Mameyal, de la Botella, de San José de los Olivos, de Corrales. Los de más arriba estaban también en contra del saqueo, pero tuvieron miedo. Nos plantamos a mitad del camino cerrándole paso a la camionada cargada de madera, y ese día corrimos de la región a la multinacional Boise Cascade, pero sus cómplices, los caciques, resentidos nos querían acabar, y que empieza la persecución contra los líderes ecologistas y que nos acusan de todo: de guerrilleros, de narcos”.

Felipe, igual que otros luchadores, tiene que dejar su casa y a salto de mata se refugia en la sierra por más de un año.“Ocho meses viví en una cueva, comiendo lo que encontraba en el monte y lo que a veces traían algunos compañeros”. Su familia busca cobijo en la casa de Jesús, hermano de Felipe, que vive en la Costa, cerca de Barra Vieja. Ahí, cuenta Celsa, “puse una tiendita y cosía ropa y vestidos para tener aunque sea un poco de dinero. En todo un año no vi a Felipe, a veces sabía de él por la razón que traían de la sierra”.

“En 2004 –relataba Felipe– el cacique que servía a la maderera me acusó de un delito que no cometí, y es que por la lucha se le acabó el negocio desde 1998. Once meses estuve preso… Siempre he creído en la ley y he luchado por un gobierno que la haga respetar, pero mi desengaño fue grande en los meses de cárcel porque veo que pueden más los intereses de los poderosos que el respeto a la ley.

“Estoy contento. Mi lucha ya no es sólo mía. Mi esposa, junto con otras cien mujeres de La Botella, mi ejido, están organizadas. Yo les digo: ‘nosotros ya estamos avanzaditos de edad, no vamos a durar mucho… el medio ambiente no es de Felipe Arreaga, es de todos… Así que esta lucha es de todos, porque el medio ambiente es vida, y si se acaba el agua, el aire, los bosques, es la muerte’…

“Siempre he dicho que puedo morir por la causa en la que creo y que no cejaré en la lucha limpia, legal y desinteresada que me anima. No creo en la violencia y pienso que el trabajo de educación y de formación de conciencia es más fácil en la paz que en la guerra. Esa ha sido mi conducta durante los años que llevo de vida sufriendo cruel persecución”.

La muerte llegó de pronto y sin aviso. Felipe murió el 16 de septiembre del 2009 en un absurdo accidente en la carretera de Petatlán- Zihuatanejo. El futuro que imaginó, la justicia por la que peleó para esta serranías es una tarea que hoy continúan Celsa y la Organización de Mujeres Ecologistas de la Sierra de Petatlán.

Alicia, presidenta del Tianguis Indígena, Oaxaca

"Porque nos quitaban el permiso"


FOTO: Karen Elwell

Tzinnia Carranza López

Alicia es una mujer ikoot, madre soltera de dos hijas. Ella es tejedora de ilusiones y esperanza, con su telar de cintura confecciona prendas que guardan el conocimiento ancestral de las abuelas milenarias. Alicia sale a la calle a vender lo que sus manos trabajadoras producen y recolectan para conseguir el sustento para su familia, sin embargo, la policía, los acaparadores y los vendedores establecidos la corren y le quitan su mercancía. A ella le niegan el permiso; el sistema capitalista neoliberal no le da permiso; las poderosas empresas internacionales que controlan los mercados no le dan permiso; los corporativos que patentan la vida y producen los transgénicos no le dan permiso, y la sociedad consumista, inconsciente y apática que no sabe y no le interesa saber de nada ni de nadie más que de ella misma, tampoco le da permiso.

Alicia cada vez tiene menos oportunidades, pues desde la entrada del Tratado de Libre Comercio de América del Norte (TLCAN) algunos de los productos que vendía en pequeña escala han sido desplazados por los subsidiados que México importa de Estados Unidos, como es el caso del maíz, que además de competir de manera desleal con las productoras y productores mexicanos, es transgénico. Esa política de acaparamiento de riqueza desmedida es la que ha ocasionado la degradación de los suelos, al imponer los monocultivos a gran escala, la tala de bosques y selvas para la siembra de especies comerciales que están de moda en el mercado y la contaminación de cuerpos de agua. En lo social ha generado la pérdida paulatina de la cultura de los pueblos originarios, la fractura de las estructuras y los valores comunitarios por visiones individualistas y egoístas producto de la lógica del gran capital.

Es así que un día Alicia, junto con un grupo de mujeres, decidió participar en la construcción del Tianguis Indígena para buscar una alternativa a su problemática. Durante varios meses asistió a las reuniones de análisis, discusión y construcción de propuestas. Fue ahí donde por primera vez oyó hablar de la economía solidaria, que es la antítesis de la economía capitalista. Se trataba de generar una organización desde las comunidades con la suficiente fuerza que pudiera reactivar la economía local por la vía de crear espacios de intercambio y venta de productos; crear redes de comercio digno, justo y solidario entre los pueblos, donde los valores más importantes sean los humanos. Un lugar de información y capacitación y, además, donde las mujeres participan en igualdad de condiciones que los hombres, con equidad de género y social. Un espacio de encuentro de los pueblos originarios donde se fomentan, valoran y recuperan las tradiciones, los idiomas, la gastronomía y todas las expresiones artísticas de las diversas culturas.

El Tianguis Indígena surgió en el 2004 en Oaxaca y hoy en día integra a comunidades de las regiones de la chontal alta y baja; ikoots; mixe, zapoteca del istmo, de la sierra norte y de la sierra sur y zoque, y a diferentes colectivos y organizaciones, y participa en redes con pueblos de Chiapas, Morelos, Puebla y Veracruz. Busca que la riqueza de los territorios se traduzca en bienestar de sus habitantes, por ello pueden participar mujeres y hombres que cosechen y recolecten productos de sus regiones o elaboren alguna artesanía para que llegue de sus manos a las manos de quienes compran. Defiende y rescata las semillas criollas, está en contra de utilizar los alimentos para generar biocombustibles, y prohíbe el uso y venta de semillas transgénicas. No utiliza plásticos, reusa y recicla los desechos orgánicos e inorgánicos. Participa en las fiestas de los pueblos y en los eventos a los que se le invite, y crea sus propios festivales y lugares de encuentro. El tianguis ha logrado instalarse al menos una vez al mes en algún lugar de Oaxaca y en los próximos meses empezará a tener actividades en otros lugares del país.

Alicia, junto con mujeres y hombres de diferentes culturas, creó un espacio para vender e intercambiar sus productos, donde jamás nadie volverá a quitarle su derecho a construir una vida digna y a soñar con un mundo donde quepamos todas y todos, en una nueva humanidad. Hoy Alicia es la presidenta del Tianguis Indígena.

Coordinadora técnica del Tianguis Indígena Multicultural, AC