Opinión
Ver día anteriorLunes 10 de mayo de 2010Ver día siguienteEdiciones anteriores
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Temor y esperanza
E

n el último libro del Nuevo Testamento, San Juan, el discípulo más joven de Jesús, describió el Apocalipsis, que le da nombre a su texto, con un lenguaje impactante y solemne, sin duda intemporal, porque las descripciones pueden ser identificadas con varias épocas de la historia humana, pero a la vez referido al final, al tiempo que marca la conclusión de nuestra historia sobre la tierra.

Libro difícil sin duda, aun para los especialistas, frecuentemente ha dado pie a citas y referencias, casi siempre ligadas con catástrofes y desgracias colectivas.

El Presidente mexicano, que no puede pararse en un escenario abierto sin que le recuerden el dudoso modo con el que llegó al poder, tuvo la ocurrencia, en uno de sus recientes y variopintos discursos, de hacer una referencia apocalíptica, contrario sensu, para usar el lenguaje propio de abogados: dijo que México, bajo su dirección, ha vencido a los cuatro jinetes del mencionado libro, (que él aumento a cinco), y que San Juan señala como la guerra, la peste, el hambre y la muerte, los cuales conocemos gráficamente por múltiples artistas que han plasmado a los cuatro cabalgantes de diversas maneras, todas amenazantes.

Lo asombroso del discurso de Calderón, además de la ocurrencia, es que contrasta con lo que estamos viviendo diariamente en México: muy lejos de la realidad, pinta el país como vencedor de los fatídicos jinetes. Quienes vivimos a ras de suelo vemos que en la realidad cotidiana, el mal, la pobreza y la ignorancia campean por sus fueros y el temor de que las cosas empeoren está presente y forma parte ya de nuestro entorno.

Sabemos, quienes conocemos la historia de México y los difíciles trances por los que ha pasado nuestra nación, que al final saldremos de este negro túnel por el que transitamos desde hace varios sexenios, pero también sabemos que no son las medidas del actual gobierno, erráticas y contradictorias, siempre veladas por una sombra de corrupción y enturbiadas por intereses egoístas, las que nos sacarán adelante.

Necesitamos, sin duda, un cambio, y un cambio drástico; ello requiere no desmayar y mantener viva la esperanza, a sabiendas de que hay riesgos y de que la situación, por lo crítica, puede inducir a muchos al error. Un camino del que se está hablando con insistencia es la marcha atrás –traer al Santa Anna colectivo, que es el PRI, de su Manga de Clavo del Senado y algunos estados, de nueva cuenta al poder–, pensando, equivocadamente, que el mismo que abrió el camino al desastre y del que se conoce exhaustivamente su forma de gobernar engañosa e injusta por interminables décadas va a ser el que nos salve del hundimiento que nos amenaza.

Hay, afortunadamente, otro camino al cambio: es el que propone el amplio y creciente movimiento encabezado por López Obrador, que postula un rescate desde abajo, con la gente. Uno de los lemas es elocuente: Sólo el pueblo salva al pueblo; es decir, no son los que han tenido y tienen ahora los hilos del poder y han demostrado ampliamente su ineficacia los que, aun cuando quisieran, podrían rescatar nuestra patria.

La cita de Calderón me recordó el pasaje de la mitología en el que Pandora, la bella joven hija de Vulcano, tiene una caja de la que salen todas las desgracias y males para la humanidad, pero conserva en el fondo la esperanza que no se pierde; me recordó también una cita de Hilaire Belloc, que decía que casi todos los hombres (las personas) tienen un defecto moral dominante y muchos tienen además una virtud cristiana dominante.

Pienso que las grandes mayorías mexicanas marginadas y golpeadas por la crisis tienen como virtud dominante compartida la esperanza, que nos hace aferrarnos a la creencia de que, a pesar de todo, vendrán tiempos mejores y en el fondo de nuestro ánimo, como en el fondo de la caja de Pandora, nos representamos como posible un México no sometido ni a un país extranjero ni a los poderes fácticos: una patria para todos, con orden y justicia social.

Ahí está nuestra esperanza, que no declina. Sin embargo, de lo que sí debemos estar seguros, es de que el cambio no será gratuito: requerirá de nosotros, de todos, un esfuerzo de organización y de trabajo y, desde luego, que aprendamos la lección y no volvamos a traer a Santa Anna.