Opinión
Ver día anteriorMiércoles 5 de mayo de 2010Ver día siguienteEdiciones anteriores
Servicio Sindicado RSS
Dixio
 
Legionarios de Cristo: ¿refundar o refundir?
C

omo buenos maestros que son en el arte de la prestidigitación, en la llamada Santa Sede quieren hacer un acto más de magia encubridora. Ahora aceptan lo que siempre negaron, que Marcial Maciel fue un consumado pederasta y regenteador a su gusto de recursos humanos y financieros. Tratan de personalizar el mal, vertiendo todo tipo de señalamientos acusatorios en una persona, y evaden hacer luz sobre el problema institucional que por décadas cobijó al depredador sexual que actuó a sus anchas porque se lo permitieron.

El reciente veredicto de la comisión designada por el papa Benedicto XVI para investigar las acusaciones contra Maciel Degollado, en el sentido de que éste perpetró “gravísimos y objetivamente inmorales comportamientos […], confirmados por testimonios incontrovertibles, se configuran como delitos y manifiestan una vida sin escrúpulos y sin auténtico sentimiento religioso”; es una acabado intento de control de daños. No hay ni una palabra sobre cómo fue posible que por seis décadas el legionario mayor hubiese podido al mismo tiempo ser un abusador sexual de infantes y presentado por las sucesivas autoridades de la Iglesia católica como ejemplo de vida entregada al servicio sacerdotal.

Las denuncias contra Marcial Maciel y su doble vida, más bien por lo menos cuádruple (sacerdote que representaba cumplir su voto de celibato, sexópata que calmaba sus ansias con infantes y adolescentes, cautivador de mujeres con las que procreó varios hijos, y adicto a distintas drogas), irrumpieron con fuerza ante la opinión pública en febrero de 1997. Sin embargo antes, pero mucho antes, ya un grupo de víctimas había intentado llamar la atención de las autoridades del Vaticano sobre los peculiares gustos del sacerdote.

En 1978 y 1989 algunos legionarios atacados sexualmente por Maciel en su niñez y/o adolescencia le hicieron llegar a Juan Pablo II misivas en las que relataban los horrores perpetrados contra ellos por el fundador de la Legión de Cristo. La respuesta fue el silencio. El mismo grupo se sintió lacerado por Juan Pablo II cuando éste, en 1994, presentó a Maciel como un eficaz guía de la juventud. Fue entonces que decidieron buscar otros senderos para revelar los delitos de Marcial Maciel. Acudieron a la prensa, porque obispos, arzobispos, cardenales y el Papa se rehusaron siquiera a escucharles.

Sin usar el término, la comisión especial designada por Benedicto XVI ha recomendado que debe refundarse a la Legión de Cristo. Se habla de renovarla, recuperar el carisma que le dio origen. Pero hay un absoluto silencio sobre el régimen vertical, y bendecido por sucesivos papas, que hizo posible el blindaje construido por Maciel que le dejó las manos libres para depredar a sus anchas. Porque el voto de obediencia absoluta que cada legionario debía profesar a quien llamaban nuestro padre (Maciel), el control de la vida de cada candidato, seminarista y sacerdote de la orden permitieron al ahora defenestrado por Roma levantar un sistema panóptico eficaz para vigilar y castigar.

Ha trascendido que el siguiente paso es que el Papa tiene la intención de nombrar un interventor o comisario para depurar a los legionarios de Cristo. De la misma manera se ha dejado correr la versión de que un candidato a presidir la renovación de la orden es Juan Sandoval Íñiguez, cardenal de Guadalajara. De ser cierta la intención, nos parece que exhibe un ánimo de humor tenebroso, ganas de seguir castigando a las víctimas, de continuar ofendiéndolas poniendo en manos de un personaje como Sandoval Íñiguez una encomienda renovadora. Sandoval acaba de hacer una declaración sobre Maciel (un sicópata con una doble personalidad muy marcada) que debe ser comparada con su actitud de cuando en 1997 y después emergieron con fuerza las denuncias que desenmascararon al legionario mayor.

Consideremos que sea Íñiguez el ungido para refundar a los legionarios, o sea otro el comisionado, en el fondo no existen verdaderas intenciones de renovar la orden que produce tantos recursos financieros para el Vaticano. Porque en primer lugar, de existir ánimos depuradores, la comisión que ahora señala los delitos de Maciel debería aceptar públicamente que sus excesos solamente fueron posibles por el encubrimiento que el sistema cupular de la Iglesia católica tendió sobre el eficaz guía de la juventud. Los ataques sexuales de Marcial Maciel, el sistema creado por él para usar en su beneficio a las mujeres consagradas que debían servirle incondicionalmente con su vida, voluntad y bienes, los conocieron quienes ahora dirigen a la Legión. ¿Qué parte de la responsabilidad les corresponde? ¿Pueden hoy decir que se someten obedientemente a las directrices de Roma? La verdad es que no les queda de otra, tienen que moverse con sagacidad para hacer como que van a transformarse en lo que nunca han sido: sacerdotes que cuidan a la grey de la rapacidad que la diezma.

La opción no es refundar la Legión de Cristo, sino más bien, de existir intenciones autocríticas al sistema que dejó medrar por décadas a Maciel, refundir a la orden y limpiar a fondo la putrefacción. Nada más que esto sería poseer un espíritu reformador que el papado de Benedicto XVI no tiene. Al contrario, la trayectoria de Joseph Ratzinger demuestra que él es contrario a la democratización de la Iglesia católica, y absoluto partidario de mantener el predominio de las cúpulas clericales por encima de la feligresía.