Opinión
Ver día anteriorMiércoles 5 de mayo de 2010Ver día siguienteEdiciones anteriores
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A la generación del ¡sí… señor Presidente!
H

ace unos días se publicó en la prensa nacional un curioso desplegado que, de inmediato, me recordó los que elaborábamos en la prepa para ganar la sociedad de alumnos. Su título, épico y vibrante, de entrada me confundió: No a la generación del no. Por un momento creí que se trataba de algún posicionamiento contra las personas de la tercera edad. Mi equivocación es explicable: ¿qué otro estrato de la población está más ligado al no, que aquellos a quienes la implacable biología nos impone un casi permanente no a multitudes de deseos, propósitos y aspiraciones?

Comencé a leer y de inmediato descubrí mi error, pero también el de los emisores del documento. Ellos llaman generación del no, a la de políticos de todos los partidos que han hecho improductiva nuestra democracia. Esta sí es –me dije– una señora escopeta, no los juguetes de Los Zetas y La Familia. La clase política, la de todos los colores, puesta así, de golpe, en la mira.

Pero hay una pequeña dificultad: el conglomerado denunciado no es una generación, digo, si le hacemos caso a la definición de un modesto Larousse 2006: Generación: (3) Conjunto de personas que tienen una edad similar. (4) Conjunto de intelectuales y artistas que tienen una edad similar y cuya obra presenta características comunes. Quedé intrigado: ¿serán de la misma generación el emblemático don Luis H. Álvarez y los iracundos y carismáticos Germán Martínez, Gil Zuarth y César Nava? ¿Alejandra Barrales y Porfirio Muñoz Ledo? ¿Peña Nieto y Gamboa Pascoe? Hay otras definiciones que amplían el concepto y hablan de coetaneidad, pero no se vale, por un retórico encabezado, confundirnos de tal manera. Conforme mi lectura avanzaba fui encontrando algunas otras afirmaciones que no me quedaban claras: 1.- Trece años llevan detenidas las reformas de fondo que el país necesita. Así se inicia el documento. Mi confusión fue en aumento: 2010 – 13 = 1997 ¿Quién era a la sazón, omnímodo presidente? ¿Presidente AA? (antes de la alternancia).

Entonces un quejoso que firma el documento tiene que ser un molesto homónimo, porque no es creíble que nadie se haga un harakiri de esta magnitud. ¿Ernesto Zedillo se autodenuncia como un bloqueador, un inútil bueno para nada, incapaz de promover durante sus tres últimos años, las reformas de fondo que el país necesita? 2.- Otra brillante perla: la propuesta de cambio empieza a andar el mismo camino: la negación, la parálisis. ¡Milagro! ¿La propuesta andó el camino, pese a su lamentable parálisis? 3.- Quien se opone a todo está en favor de nada. Sí, y además: el que pega primero pega dos veces y al que madruga Dios lo ayuda. Acabemos con la contundencia del argumento. En primer lugar, considerar la propuesta de Calderón como el todo, es un verdadero despropósito. En el Congreso existe una gran diversidad de iniciativas sobre reforma del Estado, procesos electorales, partidos políticos, que exigen no ser considerados como la nada. La verdad es que en el tema, el Ejecutivo se ha visto lento. Y a propósito, lo del ejecutivo, escrito así en el desplegado, ¿será una faltilla al protocolo ortográfico, una apreciación política objetiva o un acto fallido?

Lo que sigue no tiene desperdicio. La argumentación es contundente, demoledora, inatacable: Si estuviéramos en el paraíso, el cambio sería riesgoso (no, con todo respeto, si estuviéramos en el paraíso –aunque no fuera al este– el cambio sería estúpido. En el paraíso, yo no cambiaría ni de hoja de parra). Y para rematar, para dar un énfasis incontrovertible al planteamiento base, se agregan dos interrogantes provocadoras de angustiosas dudas existenciales: ¿estamos en el paraíso? ¿No hay nada que cambiar? A ver, se aceptan fundamentadas y sesudas contestaciones.

Al final del documento se lee: “Amigos legisladores: (¿amigos? ¿Pues no que son éstos los que han hecho improductiva nuestra democracia?): aprueben las reformas y demos inicio al debate de fondo”… “Avancemos juntos, para luego debatir juntos”. Más claro no puede estar el afán democrático que motiva este vibrante llamado, ni tampoco la soberbia del despotismo ilustrado: primero, aprueben las reformas. Ya aprobadas, si la oportunidad se da, por vidita de Dios que las discutimos. El callar y obedecer, ¿lo guardan para el próximo manifiesto?

No hay duda: el desplegado fue un maquinazo mal, pero muy mal escrito. Entonces, ¿por qué lo avalan algunas de las firmas más justamente reconocidas intelectual y éticamente y muchas otras personas de razón? Hay opciones: a) porque consideraron que el fondo era trascendente y la forma no importaba; b) porque no leyeron el escrito, se los platicaron por teléfono o simplemente se les consultaron cuestiones aparentemente inobjetables: los políticos (senadores, diputados) de todos los partidos, están obstaculizando la aprobación de las reformas de fondo que el país necesita: relección de diputados y senadores, segunda vuelta en la elección presidencial, referéndum, candidaturas independientes. ¿Estás de acuerdo en apoyar la iniciativa presidencial, para que el país ande, a pesar de su parálisis? Así planteada la cuestión, las respuestas resultaban inevitablemente positivas.

El desaseo del manifiesto era consecuencia de la urgencia de los convocantes (no de todos los firmantes, quede claro) y pésimos redactores, para no perder otra oportunidad de ser patriótica y oportunamente útiles. Revísense las firmas de los documentos aplaudidores y porrísticos de los tiempos recientes y, al margen del partido en el poder, encontraremos la nómina puntual de los orgánicos, pasando lista de presente. Un favor: por nómina léase la lista de nombres de personas y no la relación de personal contratado por una empresa, en la que figuran para cada perceptor los importes íntegros de sus retribuciones y emolumentos Afortunadamente, el diccionario nos da a escoger.

Me queda claro que para ser un eficaz cronista taurino no se requiere ser, como dijo el maestro Lara, esteta del trincherazo, ni para ser un exquisito crítico de ballet se tienen que dominar las cinco posiciones fundamentales, erguirse de puntas y lucir con donaire un largo tutú de muselina blanca. Tampoco ser Eric Vu An, Rudolf Nureiev, Maurice Béjart o Cesc Gelabert. De igual manera soy consciente que para participar en política la única exigencia es gozar de la categoría de ciudadano. Sin embargo, al leer la relación de los firmantes no pude dejar de pensar cuántos de ellos habrán ya realizado los trámites para actualizar su credencial de elector (03). ¿Cuántos, además de extasiarse en la contemplación de los toros, obviamente desde la barrera, se aburrieron durante ocho horas en una casilla de cualquier elección? Digo, es simplón, pero es lo mínimo. ¿Quiénes han objetivado su acendrada preocupación por la democracia y el quehacer político, con un detallito de militancia en cualquier rumbo, trinchera o antojo? Ondear con orgullo el pendón ciudadano que, como ya vimos, es estatus absolutamente general y automático, no basta como justificación a su permanente asepsia frente a toda causa de origen popular.

Si este asunto del desplegado lo sigue ameritando, por la insistencia de alguno de los redactores (J. Castañeda, 4/3/10 y Reyes Heroles, 9/3/10, periódico Reforma), habrá que referirse, más adelante, a varias de las propuestas de reforma formuladas por el E(e)jecutivo: relección, segunda vuelta, candidaturas independientes.

Habrá entonces oportunidad de conocer los experimentados y profundos conocimientos sobre la realidad del país que tiene la brillante generación del ¡Sí, señor Presidente. Claro que Sí!