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Magritte en Bellas Artes
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Emoción de una visitante, en el Museo del Palacio de Bellas Artes, ante una de las 150 obras de René Magritte, provenientes de nueve países, incluidas en la exposición del artista belga que se presenta en el recinto de avenida Juárez y Eje CentralFoto Carlos Cisneros
E

sta exposición, la cual no ha fallado en atraer numeroso público, algo que era de esperarse, superó las expectativas de muchos, pues a varias de las obras consabidas suma otras que no se exhibían en retrospectivas habituales y que dan cuenta de los titubeos iniciales del artista belga nacido en 1898 (casi coetáneo de Rufino Tamayo), cuyas inclinaciones iniciales lo llevaron por el lado de la cromolitografía, con miras a ejercer trabajos de diseñador gráfico, actividad que desarrolló y de la que hay muestras exhibidas.

Magritte conoció a su coterráneo E.L.T. Mesens, así como a integrantes de DADA antes de su estancia de dos años en París, donde se involucró con el grupo de André Breton y de Louis Aragon, sin que se convirtiera, como Paul Eluard, en uno de los cabecillas capitaneados por Breton, entre 1928 y 1930.

Nunca habría de perder contacto con el movimiento, con todo y que fue ajeno a los desplantes que protagonizaron algunos de sus colegas, señaladamente Salvador Dalí. Si se piensa en surrealismo en pintura, él está muy en primer término, antecedido por Giorgio de Chirico (1888-1973), cuyo Canto de amor le provocó una especie de conversión. Magritte antecede algo a Dalí y a Buñuel en su contacto con los surrealistas.

Suele vinculársele con Ludwig Wittgenstein (1889-1951), pero es altamente improbable que hayan estado conscientes uno del otro. Sin embargo, conviene tener en cuenta que Ludwig empezó sus técnicas filosóficas inventando o concibiendo lo que él denominó juegos de lenguaje (language games) en los que los decires no pueden ser descritos sin aludir al uso al que están sometidos (lo opuesto sucede con Magritte) y están referidos en cierta medida al modo como el niño empieza a utilizar las palabras, en lo que sí coinciden.

Wittgenstein no creía que la lógica fuera tan sencilla como los especialistas y los matemáticos pensaban, y por ello analizó a fondo la cuestión de las paradojas del también filósofo analítico G.E. Moore, sobre todo, en una conferencia de 1944.

Una de sus últimas anotaciones al respecto, enunciada dos días antes de morir, está referida a la certeza (On Certainity) y data del 29 de abril de 1951.

En los tiempos wittgeinsteinianos, René Magritte estaba también fascinado con las palabras y ese es un aspecto que se encuentra ampliamente ilustrado con sus cuadros palabras. No buscaba denodadamente la paradoja, sino que, según puede verse, desconfiaba o intentaba sabotear en tónica surreal toda aquella representación que correspondiera a una norma fija. Por eso sus sirenas no tienen cola, sino torso y cabeza de pescado.

Michel Draguet, director de los museos de Bruselas, condensa su pensar en una frase sencilla: la certeza no es del orden de la imagen, sino del objeto en su desnudez cotidiana.

Por tanto, no requiere de discurso, simplemente es. Dado lo cual un pan baguette con copa de vino puede flotar cual nube en La fuerza de las cosas (1958) o estar colocada a espaldas del personaje con bombín.

A veces sí hay alguna interrelación entre elementos, como sucede en un precioso gouache de 1932, titulado La tempestad.

Vemos tres prismas posados en un plano, tras ellos hay nubosidades que a la vez los penetran. Están bien iluminados, como si se encontraran bañados de luz, pero el firmamento, si es que es tal, es completamente negro y algo análogo sucede con el famoso cuadro del MoMA, de Nueva York, El imperio de las luces (exhibido).

En El abandono, obra realizada precisamente cuando mayores nexos mantuvo con el círculo surrealista (1928), hay ocho lágrimas en primer plano que parecen caer de lo alto teniendo como fondo un encasetonado de madera que muestra sus vetas.

Este tipo de elementos, propios de muebles o paredes, resultan bastante protagónicos en su representación, como sucede con los muros de piedra que contienen, como huellas, diversas presencias. También puede suceder que éstas sufran una mutación, de manera tal que la evocación de la idea, se petrifica.

Fue en 1928 cuando André Breton dio a conocer su texto Le Surréalisme et la peinture, y también es el momento en que el líder autárquico expresó su creencia en el poder absoluto de la contradicción.

Elementos que están firmemente anclados en el vocabulario magritteano, como los cascabeles, el balaustre y los diseños de ojos, están ya presentes en 1926, aunque todavía no opta por la objetividad meticulosa que viene a ser un land mark en el grueso de su producción.

Ese año marca un cambio en su manera de hacer. Ya conocía entonces la revista belga Correspondance, de Camilla Goemaans, y de quien fue su cercanísimo amigo: Paul Nougé, de papel preponderante en la consolidación del grupo surrealista belga.