Opinión
Ver día anteriorLunes 29 de marzo de 2010Ver día siguienteEdiciones anteriores
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De repente es primavera
E

l gran río nunca fue tan azul. Raíces ensortijadas cuelgan al aire despojadas del agua, desnudas. Dijo la televisión que hoy, y no mañana, comienza la primavera. Ha de ser. Creo aquí a la gente le da igual, las estaciones son las etapas del trabajo agrícola, y son del tamaño el año. El diálogo de las piedras, habitualmente bajo el agua, es paciente. Llevan siglos en él y les quedan más siglos por delante. El ancho, ancho caudal del río es también una forma de la paciencia. Y de la experiencia. Quien tantas aguas ha llevado, algo habrá visto.

Un alcaraván atraviesa el río, que es frontera, pero nadie le anda pidiendo pasaporte. Las crestas del río en los rápidos no sé sin son rubias o de vidrio. Habrá que reflexionar al respecto.

En un banco de arena a mitad del río, una vasta isla provisional y desértica, una chica atiende un cobertizo de tablas donde un cartelito de lámina anuncia cervezas para los que detengan su lancha. Reclinada en un banco, lánguida, sola, no sé si aburrida, contempla al río incesante, grande y, como ya dije, inusualmente azul. O verde. A veces no se sabe de cuál de los dos colores podríamos hablar.

***

En Equinox, es Coltrane más John que nunca soplando el sax, el primer hombre que canta al equinoccio en forma de free jazz. Han pasado 50 años de eso y sigue habiendo equinoccios. Como si nada hubiera cambiado.

Esta noche el equinoccio sucede en una de esos lugares que podrían estar en cualquier parte y que son en sí ninguna. Es el trópico pero sobresalen las lenguas nórdicas, cierta dosis de italiano y, claro, inglés-esperanto. Algún idioma nativo gorjea en la cocina. La brisa es tibia, la luna breve y el groove extremadamente cool. Sobre un tapanco al fondo del bar, un hombre de pelo largo y buena estampa, que esta mañana se presentó como belga, originario de Bélgica, canta en castellano de Argentina, pero voz joaquinsabinesca una pieza del Cotolengo de Santa Eduviges.

Tres guitarras, o dos y una conga. Flamencamente prietas, obvias súbitas del sol, las guitarras se trenzan por las cuerdas. ¿Estamos en la Costa Brava, en los Mares del Sur, Tailandia o el Caribe? Ninguno de los mencionados pero, ¿acaso se nota?

El aire no es veloz y los monos no rugen ahora. No vi ninguno, pero todo el día vi culebras, grandes y pequeñas. Han de andar inquietas.

A media luz, la noche es tierna. Momentáneamente ilocalizable por los satélites, aquí podría ser otro mi nombre, o no estar. Las copas reposan sobre las mesas. A bar is a bar. Concluye una larga jornada, de mucho sol, mucha selva y casi demasiado río, aunque estamos en secas y el torrente perdió, me dijo un ribereño, al menos 10 metros de altura. Las orillas secas lo comprobaban. Ceibas y demás árboles de raíces sueltas las tenían al aire, flotando secas y no como están habituadas: con el agua hasta al cuello. La embarcación serpenteaba entre las fantásticas rocas desnudadas del cauce, locas formas de un Giacometti fuera de control.

Una niña juega esta noche con el agua de una pileta que parece bautisterio. Mete sus manitas y un pequeño recipiente y saca pétalos rojos. Unas ciertas ganas de rubor en la atmósfera. Las flores afiladas del platanillo se yerguen en la terraza, anaranjadas y muy motivadas, con verdaderas ganas de convertirse en lo que nunca serán: fruto. Las amplias hojas palmeadas que las arropan se equivocan de plátano.

Las pirámides y los templos estaban solos y quietos esta mañana, surcados por pequeños saurios de geometrías vertiginosas en la piel. Con que viene adelantada la primavera. Será por eso que se siente a la inquietud tan quieta.

Hoy vi también golondrinas, aunque la tarde serena no fuera de estío. Las ventanillas de los autobuses que en la carretera pasaron de largo rezumaban cámaras fotográficas, lentes oscuros, sombreros de tela, sonrisas no pedidas.

Topé mujeres chinas acompañadas por hombres blancos más altos que ellas en distintos momentos y lugares del día. Una más baila sola esta noche en el bar. También vi un sapo a sus anchas frente a un estanque, pero esa no es noticia para los que no son sapos.

Como tarde o temprano iba a ocurrir, los músicos del tapanco anuncian que interpretarán algo de Silvio Rodríguez. Después de cavilarlo concienzudamente, concedo que no está mal que lo hagan, y aplaudo casi tanto como los alemanes que brindan con vodka y Margaritas.

Hay una luna hablando portugués en la intemperie de la espera sin que nadie más lo sepa. La noche es joven. Y de repente es primavera.