Opinión
Ver día anteriorLunes 29 de marzo de 2010Ver día siguienteEdiciones anteriores
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¿Salón o mercado del libro?
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ace 30 años, durante la semana del Salón del Libro de París, bajo la bóveda transparente del Grand Palais, la luz se atenuaba cerca de medianoche, su domo abierto por la oscuridad a la otra bóveda, la celeste. Serpentinas luminosas caían en la penumbra centelleante. De altavoces invisibles se difundía a todo volumen música de Verdi, de Wagner, la trompeta de Armstrong. Era la señal de partida. Los visitantes se dirigían a las puertas, sin prisas, entonando ópera o blues, con la lentitud de los pasos de baile que avanzan, retroceden, se detienen, giran, vuelven a avanzar. La euforia se propagaba, contagiosa, aligerando los ánimos. De la escalinata del Grand Palais, la gente podía ver, a su derecha, el puente Alexandre III, sus esculturas en metales verde y gris perla, el hierro forjado de sus faroles, a lo lejos el domo de los Inválidos. A la izquierda, la parte arbolada de la avenida Champs-Elysées. Bajo el follaje, la gente se esparcía como burbujas de champaña, el rumor de voces flotando nítidas en la noche.

Después de una década de hospedaje en el Grand Palais, cuya edad exigía un profundo remozamiento para recuperarse del peso de los años, el Salón del Libro se vio obligado a emigrar al Parc des Expositions, hangar situado en los lindes meridionales de París. Su tamaño, 50 mil metros cuadrados, le permite acoger salones como el del automóvil, la aeronáutica, la navegación, la agricultura. De ésta a la cultura no hubo más que un paso: el libro sirvió de ejemplo. Seguirían la Feria de Arte Contemporáneo y otras manifestaciones artísticas.

El gigantismo de este local de exposiciones permitió continuar su crecimiento, acaso hipertrofiado por el cambio de vecindario, al Salón del Libro de París. El concepto mismo de libro pudo crecer y extenderse a cuanto objeto tuviese el papel como soporte, y a las palabras, al menos unas cuantas letras, como un aditamento si no un adorno. Libros-juguetes o juguetes-libros para los niños: el perrito de peluche que ladra y tiene inscrita una onomatopeya que se lee como ladrido, el perico en cuyas plumas se inscribe un juramento de pirata, la vaquita que ríe y en cuya panza el infante aprende a deletrear un mugido. Best sellers despachados a punta de cañonazos de propaganda o escándalo. Libros-kleenex, instructivos, de consejos para adelgazar, engordar, triunfar, dormir, ¿soñar? Más bien lo que se llama libros de evasión, pues más que soñar se trata de evadir los instantes de vacío donde pudiera acechar el peligro de una reflexión.

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En el Salón del Libro de ParísFoto Ap

El Grand Palais terminó su renovación, pero el Salón del Libro había crecido demasiado para caber en su espacio. La mudanza temporal se volvió definitiva. Durante estos años se habló cada vez más de cifras que de literatura: número de visitantes, de editores, de ventas, de precio del metro cuadrado de los estantes. Pero, las cifras de público y de ventas bajaron los años recientes. Los países invitados traían sus conflictos al salón y alejaban a los visitantes a causa del posible terrorismo o en protesta contra una dictadura. Además, el costo para el país seleccionado iba siendo cada vez más alto. México, que aumentó la asistencia el año pasado, habrá sido el último país invitado.

En este trigésimo aniversario, las críticas al salón sobran. Más correcto llamarlo mercado, pues se trata del comercio de una industria más bien ajena a la literatura, ¿no es el mayor best seller el anuario telefónico? En cuanto a los raros escritores presentes en el salón, ¿no son observados con la misma curiosidad que despierta un vehículo que utiliza energía solar o el asombro que inspiran el toro semental o la vaca lechera de tres toneladas? En fin, todavía no se acaricia el trasero del autor que firma sus obras en el Salón del Libro ni se piden autógrafos a borregos y gallinas en el de la Agricultura. Y, como si el pasado fuera un lugar inmóvil, los nostálgicos sueñan con el retorno al Grand Palais.