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Marina Abramovic exhibe performance en el MoMA y Anish Kapoor se adueña del Guggenheim

Dos mujeres engalanan con su obra los más importantes museos neoyorquinos
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Marina Abramovic, de vestido largo, con una circunstante durante su performance en el MoMA
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Uno de los Waterllies, de Monet, en el Museo Guggenheim de la urbe de hierroFoto Pablo Espinosa
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Periódico La Jornada
Sábado 20 de marzo de 2010, p. 4

Nueva York., 19 de marzo. Dos mujeres ocupan espacios centrales de los más importantes museos neoyorquinos: la yugoslava Marina Abramovic y la india Anish Kapoor.

Marina (Belgrado, 1946) realiza en el Museo de Arte Moderno (MoMA) el performance de mayor duración a la fecha y de contenido intenso y sólido; Anish (Bombay, 1954) indaga en el vacío e impacta en el Museo Guggenheim con una escultura que existe en la realidad pero que el espectador esculpe en su mente.

Desde que el MoMA abre sus puertas, cada mañana desde el domingo pasado, Marina Abramovic se sienta frente a una mesa vacía y al otro lado de la mesa ocupa la otra silla quien quiera de entre el público.

El artista es el presente

Marina sumerge su mirada en la de su interlocutor que solamente habla con los ojos y así permanecen durante el tiempo que decida estar allí el visitante. Ella no mueve más que las pestañas durante ocho horas diarias y así permanecerá todos los días, hasta el 31 de mayo.

La acción se titula Marina Abramovic: The Artist is Present, sencillo juego de palabras que indica al mismo tiempo que el artista está presente, al igual que el artista es el presente. La intención nace del concepto budista del aquí y ahora: la energía que construyen Marina y el circunstante es percibida por los espectadores, que también permanecen el tiempo que ellos eligen, pueden sentarse en el piso, en posición de flor de loto, y esperar turno en el performance.

Inclusive si uno está en alguno de los pisos superiores, disfrutando un óleo de Gustav Klimt (Hope II), puede mirar hacia abajo, al vacío, y en el centro del cubo interior del edificio, bajo las paredes de cristal, observar en vista de planta superior a Marina Abramovic y el visitante en turno producir energía humana.

También de profundo e insospechado contenido es la obra monumental de Anish Kapoor que se adueña también del vacío en el Museo Guggenheim: Memory se titula un gigantesco ovoide incrustado de manera tal que el observador debe buscar puntos de vista alternativos recorriendo el museo entero.

Así, verá la parte trasera de un ovoide gigante de cobre, luego una vista transversal y finalmente, la más impactante, se encontrará de pronto con un cuadro, un óleo, un hueco rectangular en la pared que pareciera una pintura pero que en realidad es el vacío, y mientras la retina se acostumbra a la oscuridad, se adentrará el espectador con su mirada en una inmensa matriz, un útero metálico que acoge, anida, cuida, cura, inspira, arropa, arrulla, mece, vuela.

Es la vista del interior de la escultura que diseñó Anish Kapoor para que la complete con su mente el espectador, la esculpa en su memoria, en un procedimiento proustiano impresionante. Porque es la memoria la que va completando el rompecabezas en la mente, ya que en ningún momento verá el espectador la escultura completa, sino sus partes, incluso ellas mismas fragmentadas.

Medio siglo del Guggenheim

Para celebrar su 50 aniversario, el Museo Guggenheim invitó a cientos de artistas de todo el mundo a que enviaran obras que ahora se exhiben en varias salas con el título Contemplating the Void: Interventions in the Guggenheim Museum. El resultado es fascinante: el vacío que construyó el arquitecto Frank Lloyd Wright para que ocupara el centro de la larga serpentina blanca que es la rampa interior cuyo exterior caracteriza el arte neoyorquino, es imaginado y puesto en obra por distinguidos artistas de vario linaje que lo mismo pintan al Hombre Araña escalando esos muros serpentinescos que llena el espacio de cuerpos desnudos pero a diferencia de los acontecimientos masivos de Spencer Tunick, aquí todos hacen el amor con quien tienen al lado. Son 143 obras maestras que por igual enternecen que emocionan, sorprenden, hacen reír. Fascinan. Y todo esto a partir del concepto budista del vacío.

Y todo esto también enmedio del clamor del arte: varias salas en el Guggenheim están consagradas a una extensa retrospectiva de la obra de Vassily Kandinsky, una sala especial aloja murales monumentales de Monet con sus inmortales Waterlilies, otras salas recogen obras estelares de los grandes maestros del siglo XX... Frenesí.

Magia cultural inextinguible

La magia cultural de Nueva York nunca se extingue. Por la noche, la Meca del jazz: el Village Vanguard en el corazón del Greenwich Village acoge al quinteto del joven maestro trompetista Nicholas Peyton quien, luego de tres piezas maestras, no puede más y toma el micrófono para decir que está muy nervioso porque en la sala (un huevito, una salita donde Bill Evans, Miles Davis y todos los dioses del Olimpo sincopado han nacido) está presente esta noche un gran maestro, a quien invita a aventarse un palomazo y esto es que el maestrísimo Allen Toussaint toma el teclado del piano para que todo se transforme en maravilla. Magia. Las casualidades no existen.

Y de ahí caminar unas cuantas calles y parar en esa otra Meca, el legendario Blue Note, para constatar cómo ha dejado en encantamiento este escenario sagrado la mejor cantante de jazz del mundo hoy día, la maestra Cassandra Wilson, para que enseguida tome el micrófono la italiana Roberta Gambarini...

Nueva York, ombligo mágico de la cultura del mundo.