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Incontenibles, avanzan fraccionamientos residenciales, gasolinerías y autopistas

Un museo en renovación y algunos cultivos, últimos reductos de Zapata en Anenecuilco

Acciones y planes de labriegos de Morelos muestran que se mantiene el espíritu de lucha

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Aspecto de El Caudillo del Sur, mural del Roberto Rodríguez Navarro en la casa donde nació Emiliano Zapata –que se encuentra en remodelación–, en Anenecuilco, MorelosFoto Cristina Rodríguez
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Un campesino siembra ejote en Cuahuixtla, MorelosFoto Cristina Rodríguez
Enviada
Periódico La Jornada
Martes 16 de marzo de 2010, p. 10

Ayala, Mor. Mis héroes no fueron Batman, Robin u otros de la televisión; mi héroe fue un hombre de carne y hueso llamado Emiliano Zapata, quien vivió y caminó por donde ahora yo lo hago.

Orgulloso de ser originario de Anenecuilco y cuidar el museo donde quedan las ruinas de tres paredes de la casa de adobe donde el 8 de agosto de 1879 nació El Caudillo del Sur, Octavio Hernández explica que el sitio fue cerrado los primeros días de febrero e ignora cuándo se reabrirá.

El área donde cada 10 de abril se dan cita políticos del gobierno federal y de Morelos, y el sector campesino del PRI para rememorar a Emiliano Zapata Salazar, aunque en esa fecha de 1919 fue asesinado, está remozándose por los festejos del centenario de la Revolución.

Hay prisa para que en el lugar esté lista una cafetería, se renueve el estacionamiento y quede instalado un sistema de captación de agua de lluvia. La museografía permanecerá igual.

Hernández platica que en el pequeño museo se exhiben una carabina 30-30, la pistola que Francisco Villa regaló en 1914 al ahora recordado como la figura idónea de la Revolución, como se describe en la narración en cedé del mural de Roberto Rodríguez Navarro, ubicado a unos pasos de la casa y que sirve para delimitar el lugar. Al pie del mismo no hay una placa que indique quién es su autor, ni siquiera una breve explicación.

En la diminuta tienda ubicada frente al museo, en cuya entrada cuelgan sombreros similares a los que portaron los revolucionarios del sur y reproducciones de fotografías de aquella época, se escuchan algunos de los corridos en honor al general morelense, en los que se resalta su lucha por la tierra.

Del héroe Zapata, el joven cuidador resalta su rectitud y su lucha para que los campesinos tuvieran tierra. Deplora que ahora el campo esté en decadencia, apabullado por el crecimiento de los fraccionamientos residenciales, gasolineras, autopistas y que no se comprenda el trabajo de los campesinos. Allí –mira hacia una de las salas del museo– hay una frase que no deberíamos olvidar: Nosotros no somos peces para vivir del mar. No somos aves para vivir del aire. Somos hombres para vivir de la tierra, del campesino y revolucionario nicaragüense Bernardino Díaz Ochoa.

La frase lo incita a hablar de la lucha que algunos habitantes de Anenecuilco sostienen contra la construcción de una gasolinera en el bordo del bulevar, en un terreno de cuatro hectáreas que vendió un campesino, y del esfuerzo que hace seis meses emprendieron otros labriegos para formar la Asociación de Productores Rurales de Anenecuilco.

Desde hace cuatro meses hemos realizado plantones y manifestaciones, pues esa gasolinera se construirá donde pasa uno de los principales mantos acuíferos de la zona. Ya pedimos al gobierno federal que expropie la tierra en favor del pueblo; el silencio ha sido la respuesta.

Allí, en Villa de Ayala, donde se da la bienvenida a la tierra del Jefe, como está escrito en un arco de cemento pintado de verde fluorescente, los arrozales y cañaverales prácticamente desaparecieron. Entre fraccionamientos residenciales, como si fueran cultivos en macetones, se ven campos agrícolas en los que sólo algunos jornaleros trabajan.

500 hectáreas fértiles

En Morelos prosperan las constructoras como Ara, Casas Geo y Homex, que sólo en los municipios de Xochitepec y Emiliano Zapata construyeron más de 20 mil casas en tres años. De las tierras fértiles de Jiutepec sólo quedan y se cultivan 500 hectáreas y en el último reducto natural de esa zona, la reserva ecológica de Texcal –conocida como la cisterna de Cuernavaca–, los comuneros de Tejalpa sostienen desde hace años una batalla contra los fraccionadores e invasores que arrancan, con la tolerancia de las autoridades, los últimos terrenos fecundos.

Los ejidatarios de Morelos, Hidalgo, Tlaxcala y estado de México poseen, en promedio, no más de cinco hectáreas, detalla la Procuraduría Agraria (PA) en su informe Estadísticas agrarias. A partir de la reforma al artículo 27 constitucional y por la certificación agraria, en el país se han regularizado 27 mil 17 ejidos y mil 769 comunidades, es decir, se atendió a 49 mil personas poseedoras de 215 mil 795 hectáreas. En los 32 municipios de Morelos se certificaron 196 ejidos y 17 comunidades.

Plutarco Emilio García Jiménez, fundador de la Unión de Pueblos de Morelos, habla de las luchas de los campesinos organizados, y de cómo el gobierno con los programas asistenciales ha pervertido el anhelo del campesino. Las dependencias llegan a las comunidades a ofrecer dádivas y dicen a sus habitantes que no necesitan organizarse para obtener maquinaria agrícola, ganado, mejorar su vivienda y caminos. Lo mismo hacen los partidos políticos.

En la presentación de Estadísticas agrarias, la PA sostiene: “Una vez que se repartió la mitad del territorio nacional entre ejidatarios y comuneros y que las tierras han sido regularizadas y ordenadas, se requiere que todos los núcleos agrarios trabajen de manera más organizada, con un mejor enfoque de producción, con proyectos productivos más importantes dentro de sus comunidades y ejidos […]. Hay la decisión política de imprimir al campo el dinamismo que requiere para fortalecerlo como fundamento de la seguridad nacional”.

Cooperación, no competencia

Es el discurso de la autoridad, dice García Jiménez. En la realidad de las comunidades, grupos como la Unión de Pueblos de Morelos, que fomentan una organización participativa, van a contracorriente. Ya no somos competitivos frente a la oferta de las instituciones, pero hay campesinos dispuestos a organizarse e interesados en una agricultura basada en la cooperación y no en la competencia.

Para el también autor del libro Tierra arrasada –en el que se presentan testimonios de algunos de los soldados de Zapata– gran parte del campesinado perdió el legado de Zapata. Acaso queda el recuerdo, no la lucha, en algunos arroceros, cañeros, productores de maíz. La esperanza son los jóvenes interesados en la agroecología, en un trabajo colectivo que no dependa de los recursos federales ni estatales.

Por la resistencia de organizaciones campesinas locales que no buscan el dinero de las instituciones, sino que defienden sus proyectos, el agua, los bosques, que luchan contra la instalación de basureros en las faldas de la sierra y están conscientes de la importancia del ambiente, asegura que el espíritu de la lucha zapatista no ha fenecido.

Hay un sector que se mantendrá. No nos reducirán a cero porque el campesinado es una cultura, costumbres, forma de vida, de producción, valores morales. Los neoliberales de ultraderecha, ahora en el poder, pretenden mutilar la conciencia de nuestro pasado, privatizar nuestro patrimonio cultural, desaparecer los símbolos que nos han dado identidad como nación y decretar el fin de la historia.

Ejemplo de la resistencia del campesinado de Morelos, es el grupo de 40 ejidatarios de la colonia La Mezquitera, en Tlaquiltenango, quienes se esfuerzan por consolidar su proyecto de turismo histórico para rescatar, en la sierra de Huautla, el campamento de Zapata y su ejército, menciona García Jiménez, quien entona un corrido de dominio popular:

Arroyito revoltoso, / ¿qué te dijo aquel clavel? / Dice que el Jefe no ha muerto, / que Zapata ha de volver.