Opinión
Ver día anteriorDomingo 14 de marzo de 2010Ver día siguienteEdiciones anteriores
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Mar de Historias

Tiempo largo

M

ientras los viajeros hacen los últimos preparativos Mina permanece junto a la puerta y les recita su lista de advertencias: Antonio, por favor no tomes y maneja despacio. Sergio, Paulina: ya sé que no les gusta oír consejos de su abuela, pero tengan cuidado. No vayan a meterse a nadar después de comer. Amanda, no se te olvide llamarme para que yo sepa que llegaron bien. Su hija no la escucha y sólo le dice: Te dejé bastante comida para tres días. No hay necesidad de que salgas.

Pensaba ir a misa el domingo para pedirle a nuestro Señor que me los devuelva con bien, dice Mina con expresión infantil. Bueno, pero asegúrate de meterte las llaves en la bolsa porque si no vas a quedarte en la calle hasta el lunes, le advierte su hija Amanda.

Antonio le recuerda a su mujer que se está haciendo tarde y carga las maletas. Sergio y Paulina, con sus mochilas a la espalda, siguen a su padre por la escalera. Mina aprovecha que están solas para hacerle una última recomendación a su hija: Procura que regresen temprano. Antonio es muy atrabancado y es peligroso que maneje de noche. Ay mamá: eso ya lo sé, no tienes que decírmelo. Bueno, te cuidas. Descansa: ponte a ver tu tele. Y a oír mi radio. Por cierto: lo apagas cuando te vayas a acostar. Acuérdate de que las pilas están carísimas.

Desde abajo Antonio le grita a su mujer que se apure. Amanda baja apresurada las escaleras. Mina se queda en el pasillo. Cuando escucha cerrarse la puerta del edificio, entra en el departamento. Su familia apenas está a punto de irse y ya siente nostalgia por ella. Abre la ventana y agita la mano hasta que el automóvil desaparece: Que Dios los lleve con bien, murmura.

II

Mina advierte el desorden en que ha quedado la sala-comedor. Hace un gesto de fastidio aunque en el fondo le gusta saber que tendrá mucha actividad durante las próximas horas. En cuanto termine se pondrá a tejer mientras escucha la radio. Heredó esa costumbre de su madre. El recuerdo desata sus verdaderos pensamientos: Ya parece que yo me iba a ir de vacaciones dejándola solita.

Oye que el automóvil de Antonio se estaciona de nuevo frente al edificio y enseguida la voz de Amanda: En un minuto me la traigo. No tardo. Mina tiene la esperanza de que su hija haya vuelto a buscarla para llevársela de vacaciones este fin de semana largo. Esa amabilidad no significará mucho gasto para Antonio si ella se instala en el cuarto de sus nietos. Además como poco y no soy antojadiza, agrega como si alguien le estuviera pidiendo más justificaciones.

Mina sabe que Antonio se irrita cuando tiene que esperar. No será ella quien lo ponga de mal humor y menos si van a convivir tres días. Calcula que dispone de unos minutos para alistarse. Ve en el suelo una bolsa de plástico y la recoge. Allí meterá lo que necesita para el viaje: peine, cepillo de dientes, una falda, dos blusas y una muda de ropa interior.

Su corazón se acelera más conforme los pasos se acercan. Mina se pone a ordenar los platos de la mesa y se aconseja: Tú como si nada. Cuando se abra la puerta debe mostrarse sorprendida: no quiere que Amanda advierta lo que hasta hace unos minutos ella misma pretendió ocultarse.

Cuánto anhelaba verse incluida en el paseo de la familia.

Sonríe al ver a su hija. Va a preguntarle qué se le olvidó pero Amanda pasa de largo y desde el baño le explica: Dejé la bermuda de Toño en la secadora. Lo bueno es que todavía estábamos cerca y pude regresar a buscarla, porque si no, mi santo esposo me hubiera armado un tango. Amanda reaparece en la sala y agita la prenda: Está muy arrugada, ¿verdad? Pues así me la llevo. Ni modo de que me ponga a plancharla ahorita.

Se oye una catarata de claxonazos: Mamá: ¿te fijas qué hombre tan impaciente? Vive comiendo ansias. Me voy rápido. Chaucito. No trabajes demasiado. Cuídame bien la casa. No le abras a nadie. Ponte a ver una película en la tele.

El golpe de la puerta aturde a Mina y tiene que apoyarse en la mesa. Siente una mezcla de humillación y rabia contra sí misma. No se perdona haber sido tan ilusa. Tiene suficiente edad para saber que los viejos estorban. Siente deseos de gemir y de gritar pero decide evitarlo. Aprieta los párpados y los labios. Reconfortada, levanta la mano y se da golpecitos en el pecho mientras repite las palabras que le decía su madre cuando ella era niña y deseaba librarla de alguna pesadilla: Calma, calma: no pasó nada. Todo fue un sueño.

III

Parada a mitad de la sala-comedor Mina revisa la estancia. Le gusta que todo esté en orden y en silencio. Disfruta de una sensación de libertad que hace mucho no experimentaba. Otra vez es dueña absoluta de su departamento y de su tiempo. Podrá hacer lo que quiera. Se quita el delantal y va a colgarlo en la cocina.

El reloj de pared marca las cinco. A esas horas comienza en la radio el turno de su locutor predilecto: Guillermo Salcedo. A Mina le agrada su buen gusto para la selección musical y la forma en que conversa con su auditorio. Está formado por una mayoría de mujeres. A través del teléfono le cuentan sus problemas con naturalidad, como si estuvieran conversando con un viejo amigo o con un familiar. Por los comentarios que hace Guillermo se nota que escucha con verdadero interés a sus seguidoras.

Varias veces Mina ha tenido deseos de llamarlo y hacerle un resumen de su situación. No lo ha hecho por temor. Si alguien de la familia llegara a descubrirla se lo reclamaría. Ya parece que oye a Amanda diciéndole: Mamá: tienes familia con quién hablar. Cómo se te ocurre platicarle tus problemas a un extraño.

Todo lo que Mina pudiera responderle a su hija sonaría a reclamación. Para evitarlo ha preferido abstenerse de llamar al locutor y enfrascarse en las historias que le cuentan las mujeres. Giran en torno a la violencia que padecen, el abandono, el temor a la vejez, el miedo a la soledad. Todo eso la oprime ahora. Mina acepta que hoy más que nunca necesita deshogarse. Puede hacerlo ahora que no hay nadie en la casa.

Toma su radio de transistores y lo enciende.

De inmediato reconoce la voz de María Luisa Landín: Yo sé bien que perdí la partida/ y sé bien que humillaste mi amor./ Pero tuve ganas de verte muy cerca/ y te vine a rogar. Emocionada, Mina trata de poner en orden sus pensamientos antes de llamar a la estación. Cierra los ojos y ensaya: “Me llamo Guillermina pero me dicen Mina. Tengo 65 años. Hace cuatro que enviudé. Desde entonces se vinieron a vivir conmigo mi hija, su esposo y mis dos nietos, que ya tienen l4 y l3 años. A todos los adoro y sin embargo…” Una especie de pudor le impide seguir adelante. Además, quiere ser espontánea.

Si de verdad desea comunicarse con Guillermo tiene que marcar su número ahora. “55- 48…” Antes de que oprima las teclas restantes la sorprende una voz desconocida: ¡Qué bueno que está sintonizando nuestra estación! Así podemos acompañarnos en este megafin de semana. Llamen por favor y yo con mucho gusto los atenderé porque Memo se nos fue a Acapulquito. (Risas). Por si nos estás escuchando, mi querido colega, quiero desearte que disfrutes mucho de estos días de muy merecido descanso.

Mina se siente frustrada. Todos sus esfuerzos para atreverse por fin a hablar resultaron inútiles. Vuelve a sentirse abandonada. Apaga la radio. No tiene fuerzas para moverse y permanece junto al teléfono mirando hacia la ventana. El cielo se oscurece. En el departamento sólo se escucha el tictac del reloj que marca un tiempo a cada instante más largo.