La laicidad contribuye a que los alumnos aprendan a pensar en un orden caracterizado por la pluralidad ideológica, la diversidad cultural y la libertad de pensamiento; a que desarrollen conciencias libres y se construyan como ciudadanos conscientes y tolerantes.

Laicidad y educación

María Elena Hope

El jueves 4 de febrero la Cámara de Diputados aprobó en comisiones añadir en la Constitución que el Estado tiene carácter laico. Se trata de una reforma que el pan y muchos ciudadanos caracterizan de antirreligiosa, renuentes a comprender que la laicidad defiende la libertad de pensamiento y de conciencia; que no niega la religión ni la libertad de cada individuo de profesar cualquier religión o ideología.

El dictamen fue avalado por mayoría. Se concreta en adicionar la palabra “laica” al artículo 40 constitucional para definir el carácter del Estado: “Es voluntad del pueblo mexicano constituirse en una República representativa, democrática, laica, federal, compuesta de estados libres y soberanos en todo lo concerniente a su régimen interior, pero unidos en una federación establecida según los principios de esta ley fundamental”.

Ahora bien, ¿qué temen sus opositores? Nada menos que el freno que la Constitución pondría a las intromisiones que la jerarquía eclesiástica ha venido ejerciendo cada vez con más intensidad en la vida ciudadana. En lo que toca a la educación, lo que busca es que la escuela pública ofrezca enseñanza religiosa; sin embargo, poco aclara que sólo le importa inculcar la religión católica, para ella la única verdadera. Además de mostrar su rechazo a la educación racional –única capaz de generar las bases que vinculan a toda sociedad democrática y plural–, demuestra su discriminación hacía quienes tienen creencias diferentes y su rechazo a la máxima de “al césar lo que es del césar”. Como señaló Miguel Limón1, “si el Estado adoptara en la educación pública las creencias que emanan de algún credo religioso, violaría la libertad de creencias de aquellos que no comulgan con ese credo, y con ello, uno de los derechos humanos del pueblo mexicano...”. Y, en efecto, no debemos olvidar que la escuela y las iglesias son ámbitos distintos con diferentes medios y finalidades. Donde cada iglesia indoctrina y busca creyentes que constituyan su cuerpo de fieles, la escuela promueve procesos de pensamiento racional en torno a conocimientos objetivados de carácter científico que todos podemos compartir; las escuelas forman ciudadanos y las iglesias, devotos. Por eso, sin que implique cuestionar los fundamentos de las religiones, la educación laica es universal y el carácter obligatorio de la educación pública en México compromete al Estado a impartirla de tal modo que todos puedan instruirse y formarse libremente en el poder unificador de los valores universales. Esto es lo que hace de la educación pública un factor de democracia.


Benito Juárez, Presidente de los Estados Unidos Mexicanos

Recordemos que ya hace 150 años Benito Juárez instauró el Estado laico y logró el reconocimiento de la supremacía del Estado sobre la Iglesia, que en la Constitución de 1857 Ignacio Ramírez, Melchor Ocampo y Francisco Zarco precisaron los alcances de la laicidad para garantizar los derechos sociales y la educación laica y gratuita en todo el país; que en 1917 la Constitución fortaleció esos principios promulgando la libertad de creencias, y que actualmente la laicidad está constitucionalmente garantizada en el artículo 3º que establece: “Dicha educación será laica y, por tanto, se mantendrá por completo ajena a cualquier doctrina religiosa”.

Sin embargo, en pleno siglo XXI, la iglesia redobla su insistencia en que la doctrina religiosa sea materia de enseñanza en las escuelas públicas. Pareciera no darse cuenta de que con ello expone su incapacidad para cumplir con la misión que ella misma se fija, de allegarse más fieles y hacerse cargo de formarlos en su particular doctrina, como lo hacen otras religiones y como es práctica común en las escuelas parroquiales de casi todas las denominaciones cristianas de buena parte del mundo, que reconocen el valor unificador de la laicidad educativa y no buscan descargar sus responsabilidades en el Estado.

No obstante, la laicidad está en riesgo no sólo por las presiones de la iglesia católica. Aun cuando la religión hace tanto dejó de ser el factor de unidad social y menos expresión de soberanía, cada vez más las instituciones políticas la utilizan como recurso de legitimación y de integración social. Esto es evidente en la notoria falta de reacción del gobierno federal a los múltiples intentos de violentar la laicidad.

La reforma mencionada profundizará la laicidad del Estado y contribuirá a consolidarla en la educación, pues dará garantías para que en todas las escuelas, todos los estudiantes reciban la educación racional que la sociedad requiere, la que hace posible luchar “contra la ignorancia y sus efectos, las servidumbres, los fanatismos y los prejuicios”; la que les permitirá formarse como ciudadanos conscientes, responsables, libres, en la ética universal indispensable a la democracia y la libertad.

Para saber más:

Gabriela Rodríguez, “Una república laica”, La Jornada, viernes 29 de enero de 2010.

Jaime Francisco Navarro A., “Una república laica”:8 http://pycp.foroes.net/general-f2/una-republica-laica-t967.htm

Néstor Cons Rodríguez, revista electrónica del OCE, vol. III, núm. 56, abril 2003: http://www.observatorio.org/colaboraciones/cons.html

Voces libres. Periodismo en línea sobre la realidad latinoamericana, 21 de mayo de 2008: http://carlosvillaguzman.blogspot.com/2008/05/ii-el-principio-de-laicismo-en-la.html

[email protected]


1 “Educación, laicismo y sociedad”, ponencia presentada en el Colegio de México el 6 de abril de 2000.

 

Rafael Ramírez sobre el estado laico1

Pero si es cierto que los primeros frailes sólo trabajaron por Dios y por los indios, también es verdad que la mayoría de los que vinieron después al país encontraron que era bueno luchar no sólo por la conquista espiritual sino también por la adquisición de bienes materiales. Y fueron tan celosos en la realización de la primera de sus funciones, que establecieron en el país el Tribunal de la Santa Inquisición que castigaba con el martirio y la hoguera a toda aquella gente que se resistía a aceptar la fe católica.

Durante la época colonial varios virreyes intentaron poner freno a esta desmesurada codicia, pero el clero levantó siempre sus protestas, oponiéndose al poder civil. En esa época la Iglesia era tan poderosa como el Estado.

Para la segunda mitad del mismo siglo (xix), se inició en México una honda transformación social. La iglesia fue despojada de sus propiedades, se declaró que la enseñanza primaria debería ser laica y se intentó reducir al clero a actuar dentro de un terreno meramente espiritual.

En 1917 la Revolución dio al país una constitución según la cual a la vez que se sostenía el principio de que la enseñanza debería ser laica, se negaba a las corporaciones religiosas y a los ministros de cultos fundar y dirigir escuelas de educación primaria.

En 1932 (ante la necesidad que varios sectores plantearon de impartir educación sexual en las escuelas públicas), la prensa diaria armó un escándalo con motivo de esa petición, (…) el clero aprovechó el estado de ánimo de las multitudes para vaciar, primero, de niños las escuelas y para provocar, después, desórdenes en varias regiones del país. Arengaba: “Si usted es un buen cristiano y un católico ferviente, no mande a sus hijos a las escuelas de gobierno. La escuela oficial es un centro de perversión. La enseñanza sexual que imparte prostituye el alma de los niños, cuyo candor e inocencia debemos a toda costa proteger”.

En 1935, el pretexto no fue la educación sexual sino la enseñanza socialista. El clero comenzó a divulgar entre las masas que la educación socialista combatía a la religión y destruía los hogares; que el gobierno intentaba despojar a los padres de sus niños, y que sembraba en éstos sentimientos de menosprecio y aversión a sus mayores. (…) En realidad, el clero provocaba estas sublevaciones, pues no se resignaba a vivir sin sus perdidas riquezas y sin su perdido poderío. Por eso trataba de recobrar su antigua posición privilegiada.

En México no se persigue ningún credo religioso; el gobierno no procura crear, a través de la escuela, una actitud antirreligiosa en los niños. Lo que el gobierno ha venido haciendo siempre es combatir el fanatismo e iluminar las conciencias.


1. Fragmentos tomados de “La Iglesia, el Estado y la educación”, en Concepción Jiménez Alarcón, Rafael Ramírez y la escuela rural mexicana, México, SEP/El Caballito, originalmente publicado en la revista Reivindicación, 1957

Regresar al inicio