Sociedad y Justicia
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Mar de Historias

Mala letra

M

iré el reloj: las 7.30. Me levanté a toda carrera y encendí la radio para oír las noticias. El reportero urbano describió un tráfico ligero y calles solitarias típicas de domingo. Feliz, volví a mi cama dispuesta a descansar antes de hundirme en el trajín del lunes. Por lo general son días muy pesados en la oficina pero no me quejo. Miles de personas darían cualquier cosa por tener trabajo, como yo, en un despacho de contadores.

Apagué la radio. Quería dormir. No pude. Recordé que estaba invitada a la casa de mi hermano Rafael y su esposa Olga. Llevaba tres semanas sin visitarlos. La última vez mi cuñada se pasó todo el tiempo preguntándome si pensaba seguir viviendo con César, así nada más. Su comentario me pareció muy impertinente y decidí poner distancia de por medio.

El gusto de ver a mi hermano se ensombreció ante la perspectiva de presenciar una más de sus tontas discusiones con Olga. Lo que más me disgusta es que lo hagan enfrente de mi sobrina Rosy. Al ver la cara que pone cuando sus padres discuten puedo imaginarme el concepto que la niña tendrá del matrimonio.

Olga me había dicho que también asistirían a la comida sus amigos íntimos, Lázaro y Carla con sus gemelos. Néstor y Jorge son muy chicos para ser tan metalizados. Lo único que quieren saber es cuánto cuestan las cosas. Sólo de imaginarme la conversación que sostendríamos sentí flojera de hacer el viaje hasta Echegaray. Pensé en llamar a Olga para disculparme por no asistir. Lo malo es que no vería a mi sobrina Rosy.

Es una niña encantadora pero la última vez que nos encontramos me pareció preocupada. Dijo que estaba bien. Le hice una broma: ¿No será que te peleaste con tu novio? Se puso encendida y estuvo a punto de llorar. No insistí. Me tiene confianza y sé que en algún momento se explayará conmigo.

Sonó el teléfono. Creí que era César. Llevó a un grupo de turistas a Yucatán y volverá el martes. No era él sino Olga. Necesitaba estar segura de que no había olvidado su invitación. Me tomó por sorpresa y no tuve tiempo de inventar una disculpa. Prometí llegar hacia las tres de la tarde, pero sola. Le expliqué el motivo por el que César no iba a acompañarme. ¡Lástima!, dijo con su habitual tono de antipatía hacia mi novio. ¿Quieres que te lleve un pastel de zarzamoras? A Rosy le encanta. Me respondió que no, bastaba con mi presencia.

II

Llegué tarde. Rafa y Lázaro estaban comentando el accidente que enlutó los juegos invernales. Entré directo en la cocina con el pastel de zarzamoras. Olga protestó: Te dije que no lo trajeras. Si no cumple con sus obligaciones, a esa niña no hay que consentirla. Me sorprendió la expresión de mi cuñada. No indagué porque apareció Carla. Quería que fuera a la sala para que viera la habilidad con que sus hijos organizan juegos en la computadora. Le di gusto.

Me extrañó no ver a Rosy con los niños y pregunté por ella. Está en su cuarto, me dijo Rafa. ¿Enferma? Sólo enojada porque la regañé pero ya se le pasará. Y si no ¡peor para ella! Le pedí autorización para ir a buscar a mi sobrina. Como mi hermano se quedó callado fui al cuarto de Rosy.

La encontré sentada en su cama revolviendo en su mochila. Al verme la cerró de prisa y la dejó caer. ¿Estabas haciendo la tarea? No. Néstor y Jorge están jugando en la computadora. ¿Por qué no vas con ellos. No tengo ganas. ¿No te da gusto verlos? Levantó los hombros. Pensé que si la presionaba más podía resultar contraproducente. ¿Quieres que te deje solita? Vi lágrimas en sus ojos. Me senté a su lado. ¿Estás triste porque tu papá te regañó o por otra cosa? Dímelo. ¿O qué, ya no me tienes confianza? Escuchamos que Olga la llamaba y la niña salió corriendo. Tuve la impresión de que no lo hacía por atender la orden de su madre sino para evitar mi interrogatorio.

III

Olga se retrasó pero no quiso que la ayudáramos en la cocina. A las cinco pasamos a la mesa. Noté que Rosy comía con esfuerzos mientras que Olga y Rafa intercambiaban miradas. Fingí ignorarlas. Carla insistió en la habilidad de sus hijos con la computadora y agregó muy orgullosa: Dicen que cuando sean grandes van a ser astronautas. ¿Saben por qué? Porque, según ellos, los astronautas son muy famosos y ganan mucho dinero.

Celebramos la ocurrencia. Rafa no dijo nada. Lázaro lo retó en tono amistoso: ¿No crees que mis hijos vayan a realizar sus planes? ¡Yo sí! Pero ya les dije que para eso tienen que estudiar mucho. Mi hermano apartó su plato, como si de pronto estuviera ahíto: Esa es la clave de todo: el estudio. El que no aprende no avanza. ¡Así de sencillo! Pero hay imbéciles que no lo entienden y por cretinos se niegan a estudiar.

El comentario de Rafa y el tono brutal en que lo había hecho eran desproporcionados. Olga quiso restarle importancia: Mi amorcito, estás exagerando. Mejor hablemos de otra cosa. A ver ¿a quién le sirvo más cuete? Dijimos que ya estábamos satisfechos. Mi cuñada insistió: Ay coman un poquito más porque si no voy a pensar que no les gustó. Rafael dio un golpe en la mesa: ¡Deja de fregar! ¿No oíste que no quieren?

Olga se cubrió la boca con la servilleta. Los gemelos se removieron en sus sillas. Rosy, temblando, se mordió los labios. Tuve que intervenir: Estás asustando a los niños. ¿Qué te pasa? Rafael se puso de pie y señaló a su hija con el dedo: Pregúntale a ella. Que te diga la fabulosa idea que se le ha metido en la cabeza. Pero como ya la oí bastante mejor me voy. ¿Adónde?, le preguntó su mujer. ¡Al carajo! Enseguida escuchamos el portazo. Rosy huyó a su cuarto. Carla se volvió a Lázaro: Creo que nosotros mejor nos vamos. Niños: vayan por sus chamarras.

IV

Imposible dejar a Olga llorando desconsolada. Pensé que el desahogo le haría bien. Cuando la sentí tranquila le pregunté qué le pasaba a Rafael: Es por Rosy. Iba muy bien en la escuela pero de pronto empezó a fallar, a indisciplinarse. El lunes, por segunda vez, me mandó llamar la directora. Me enseñó las calificaciones de Rosy. ¡Pésimas! Me dijo que la niña se mostraba indiferente y que se había aislado mucho de sus compañeros. Acabó preguntándome si Rafa o yo teníamos problemas con nuestra hija. Le contesté que ninguno. Me aconsejó que vigiláramos mucho a Rosy. No quería alarmarme pero tal vez hubiera caído en las drogas. ¿Te imaginas lo que sentí?

¿Rafa sabe todo eso?, pregunté aunque adivinaba la respuesta. Claro que sí. Habló con Rosy. Le pidió que le dijera si tenía dificultades con sus maestros, si necesitaba ayuda con sus tareas. En ese caso él podría ayudarla en algunas materias, la cosa era que no dejara de estudiar. Se lo repitió varias veces, y de muy buen modo, no creas que enojado, pero Rosy ¡como si oyera llover!

“A lo mejor la niña no sabe qué decirles porque no entiende lo que le está pasando. Espérense a que se explique…” Olga me miró alarmada: Ya lo hizo. El viernes, como su papá volvió a preguntarle qué le pasaba, ella le respondió que no volvería a la escuela ni aunque la matara. No tengo que decirte cómo se puso Rafa. Si no hubiera sido porque me le paré enfrente habría golpeado a su hija.

Olga siguió llorando. Tienes que calmarte. Acércate a la niña, demuéstrale que la apoyas; sin que parezca un sermón, dile lo mucho que perderá si deja la escuela. Mi cuñada se impacientó: Se lo hemos dicho hasta el cansancio y ¡nada! Está terca con que no vuelve a clases por nada del mundo. De verdad: no puedo explicarme qué la habrá afectado tanto como para querer dejar los estudios.

En ese momento recordé algo que me sucedió cuando iba en segundo de secundaria. Tal vez a Rosy le estuviera ocurriendo algo parecido. En tal caso podía ayudarla. Le pedí a Olga autorización para hablar con mi sobrina.

V

No era momento de andar con rodeos y fui al grano: Tus papás y yo estamos muy preocupados porque no quieres seguir estudiando. La niña se puso a la defensiva. No vine a regañarte. Aunque no lo creas, te entiendo. Una vez también pensé en salirme de la escuela y no volver jamás. Mis padres me preguntaron por qué. No se los dije porque adivinaba que, cuando lo supieran, dirían: esas son tonteras. Hoy, después de tanto tiempo, lo pienso también pero en aquel momento, a mis 13 años, la escuela acabó por parecerme un infierno del que sólo pensaba en huir.

Rosy se mantuvo en silencio pero su expresión mostraba interés. Seguí hablando: A mitad del año llegó a la escuela una nueva alumna: Elbia. Por influencias de su padre había logrado inscribirse. Era linda pero algo estirada. Quiso entrar en mi grupo de amigas y no pudo. Un día me dio fiebre de Malta y dejé de asistir a clases como tres semanas. Cuando volví noté indiferentes a mis amigas. No puedes imaginarte cuánto me dolió su actitud.

Rosy empezó a retorcerse las manos. Deduje que su experiencia era semejante a la mía. Fui muy tonta. En vez de preguntarles a mis compañeras qué tenían contra mí, me quedé callada y me retraje. A la hora del recreo las veía jugar y divertirse mientras yo andaba sola. Aquello era insoportable. Llegó el momento en que les pedí a mis padres que me sacaran de estudiar. Se negaron. Cada mañana salía de mi casa llorando como si en vez de ir a la escuela fuera al lugar más espantoso del mundo. Mis papás ni por eso cambiaron de actitud. Hasta la fecha se los agradezco.

¿Por qué se volvieron tan malas tus amigas? Me sorprendió el interés de Rosy. Fui sincera: “No lo sé. Nunca me lo dijeron y no me atreví a preguntárselos. Tal vez su cambio no haya sido tan drástico pero me lastimó mucho porque todas ellas habían sido mis compañeras desde la primaria. Nena, dime: ¿te sucede algo parecido y por eso ya no quieres volver a la escuela? Pues entonces habla con ellas… ¿Me prometes que lo harás? Voy a decírselo a tu mamá para que se tranquilice.

Al levantarme de la cama vi que la mochila seguía tirada. Iba a levantarla pero el grito de Rosy me lo impidió: ¡Déjala! ¿Qué tienes allí? La niña se cubrió la cara con las manos y, temblando, me pidió que me fuera. No hice caso. Abrí la mochila, saqué un cuaderno y de entre sus hojas salió un papel: ¡Maldita puta! Vamos a matarte y si se lo dices a tus padres los mataremos a ellos también.

Sentí horror. Saqué otros cuadernos y los libros. En todos encontré papeles con frases amenazantes, crueles, escritas con muy mala letra. Apenas tuve fuerzas para preguntarle a la niña qué era todo eso. Su respuesta me aterrorizó: Un juego. Se trata de ver quién dice las peores cosas y quién aguanta más. ¿De dónde salió esa idea? De mis compañeros. ¿Cuál de todos? No sé. Tengo miedo.