Opinión
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60 Festival de Berlín
De trayectorias en la encrucijada
B

erlín, 14 de febrero. Uno pensaba que una buena manera de empezar este año nuevo chino era viendo una película de Zhang Yimou. Puede ser pero cualquiera menos San qiang pai an jing qi (Una mujer, una pistola y una tienda de tallarines), un remake injustificado de Simplemente sangre (1984), la memorable opera prima de los hermanos Coen. En una aparente venganza contra todas las versiones hollywoodenses hechas sobre cintas asiáticas, Zhang ha optado por volver a contar dicha intriga de adulterio y asesinato en tono de farsa desmedida.

Entre la repetición tediosa de la embrollada trama de la original y unas sobreactuaciones grotescas –Xiao Shenyang tendría amarrado el Oso de interpretación masculina, si se premiara el gimotear todos los diálogos y caminar como con calambres–, Zhang ha conseguido la que es, sin duda, su realización más pobre a la fecha. Obviamente no hubiera sido seleccionada para la Berlinale si viniera firmada por algún cineasta desconocido. Así, el único logro fue exponer a un autor de prestigio al escarnio internacional y demostrar que pasa por un agotamiento creativo (su anterior largometraje es de 2006). Por el momento, Zhang Yimou debería concentrarse en organizar ceremonias de inauguración, como la épica apertura de la Olimpiada de Pekín.

Aunque en apariencia, la estadunidense Greenberg también se antojaría una comedia por su actor principal, Ben Stiller, es en realidad otra versión del drama existencial del eterno adolescente gringo. Mucho más acre que la reciente Up in the Air (2009, Jason Reitman), la película no ofrece una posibilidad de mejoría a un personaje recién salido de una clínica mental, que viaja a Los Ángeles para ocupar la casa de su hermano ausente y dedicarse literalmente a no hacer nada, mientras se viste y comporta como un preparatoriano insufrible.

El director Noah Baumbach había hecho una ácida recreación del divorcio de sus padres en Historias de familia (2005), y en este caso utiliza esa mirada inflexible para mostrar una sociedad de disfuncionales en la que cada personaje siente que su vida se ha descarrilado. El egoísmo del cuarentón protagonista se acentúa en la tentativa y huidiza relación establecida con una joven vulnerable (Greta Gerwig, una revelación), quien también parece programada al fracaso. La energía neurótica de Stiller está bien aprovechada, sobre todo en la secuencia más patética de la cinta, cuando trata de integrarse a una fiesta de veinteañeros al tiempo que les manifiesta su desprecio.

Si bien Greenberg tiene la osadía de no plantear hacia el final una hollywoodense transformación redentora de ese hombre sin cualidades, también lleva al espectador a preguntarse por qué ha pasado 107 minutos en tan triste compañía.

Otra pregunta más urgente es por qué se ha programado en competencia Exit Through the Gift Shop (Salida por la tienda de regalos), un seudo-documental firmado por Banksy, el anónimo artista graffitero del Reino Unido, que aquí se rinde homenaje a sí mismo por medio de las supuestas grabaciones del verborreico Thierry Guetta, videoasta amateur que intenta documentar la historia reciente del arte callejero.

De deficiente calidad visual, reiterativa y muy restringida en su alcance satírico, Exit Through the Gift Shop pretende cuestionar los criterios académicos que rigen al arte y, a la vez, ha puesto en evidencia que la Berlinale tiende a aceptar películas por un culto a la personalidad o al gimmick de moda, más que por la calidad cinematográfica.