Opinión
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Réquiem por Ciudad Juárez
C

on dolor y rabia empiezo a escribir este artículo al tiempo que escucho los primeros acordes del Requiem, de Mozart.

El sábado 30 de enero de 2010 ocurrió una siniestra matanza en la colonia Villas de Salvárcar de Ciudad Juárez, localidad que la delincuencia organizada ha convertido en una sucursal del infierno en la tierra.

Una cuadrilla de sicarios irrumpió en una fiesta y asesinó a mansalva a 15 personas (en su mayoría jóvenes estudiantes entre 15 y 19 años de edad) e hirió a otras 10, que aún se debaten entre la vida y la muerte.

Los familiares de las víctimas lloran amargamente y claman justicia a unas autoridades municipales, estatales y federales que ya hace mucho se volvieron sordas e insensibles ante las demandas de la ciudadanía que sólo anhela vivir en paz.

Frente a este juvenicidio (a los mexicanos nos gusta crear neologismos mediante la unión de palabras), creo que es necesario llevar a cabo análisis multidisciplinarios que nos permitan comprender cabalmente nuestra realidad en busca de soluciones racionales a los problemas.

En este sentido, el sicoanálisis enfocado hacia los fenómenos sociales, siguiendo los planteamientos de la metasicología freudiana, podría ayudarnos a entender la estructura inconsciente que subyace en fenómenos como el de la violencia que observamos en Ciudad Juárez. P.L. Assoun, en su texto El perjuicio y el ideal: hacia una clínica social del trauma, quiere contribuir a la construcción de una metasicología de lo social.

Inicia sus reflexiones con el siguiente planteamiento: “Lo actual del malestar sobre la escena social, tal como lo muestra la práctica sicoanalítica, es una vaga ‘sensación’ general de perjuicio. Está adoptando formas singulares; puede, sin embargo, condensarse en el significante exclusión. Apunta así a un trauma originario que organiza una posición subjetiva caracterizable como perjudicada”.

Assoun parte de una pregunta de Goethe que, en su opinión, nos ubica en el centro mismo de lo cuestionado por el sicoanálisis cuando hace una “alusión a un cierto perjuicio de origen –en forma de exclamación a la patética perplejidad–, que se supone se inflige a un niño –pues siempre se trata de un niño, hasta en las formas más ‘adultas’ de daños inconscientes–, un ‘otro’ enigmático, causa putativa de esta adulteración”.

Su inquietud, como la nuestra, es acuciante y apunta a intentar comprender el intrincado centro de este origen “cuando la figura del perjuicio está en el cénit de la ‘enfermedad de civilización”’. Hay quienes delinquen (como enunció Freud) por culpa, y la angustia y los perseguidores inconscientes los llevarán a matar una y otra vez. Otros asesinan por placer (la abyección en la perversión) sin experimentar la menor culpa.

El horror y la crueldad se enseñorean como archivos del mal, mal radical denunciado por Derrida. Narcisismo y pulsión de muerte cabalgan en la misma grupa en Ciudad Juárez. Como la Mignon de Goethe (la heroína miserable) los habitantes juarenses se asfixian en el lugar de la pérdida, del duelo inelaborable, del perjuicio.

México piensa todos los días en las víctimas inocentes que ha producido la guerra insensata contra el narcotráfico. La corrupción y la impunidad siguen. El dolor y la rabia también.

Mientras tanto suenan las palabras finales de la communio mozartiana: Requiem aeternam dona eis, Domine:/ et lux perpetua luceat eis,/ cum sanctis tuis in aeternum,/ quia piu es.