Opinión
Ver día anteriorJueves 11 de febrero de 2010Ver día siguienteEdiciones anteriores
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Otoño imperial
“E

l proceso político de Estados Unidos está tan quebrado como el sistema financiero.” Así respondió Paul Volcker, ex jefe de la Reserva Federal (Fed) y presidente del Consejo Económico de Obama cuando se le preguntó si el aparato político era capaz de reparar un sistema financiero con gran poder y fuera de control (Businessweek, 11/1/2010, p.13). Lo rotundo de la réplica indica malestar porque la Casa Blanca pone oídos sordos a sus planteos para restablecer regulaciones básicas (como la Ley Glass-Steagal de 1933, que separa la banca comercial de la de inversión), hechas trizas por la reaganomics que alcanzó el delirio con Bush II y, además, evidencia el temor a la gran ruina económica y socio-política que acarrea un empeoramiento de la grave crisis en curso.

Las advertencias y urgentes propuestas de Volcker llaman la atención por venir de quien lideró la Fed que, consistente con sus orígenes, sigue siendo el cabildo de la oligarquía financiera: Goldman Sachs, JP Morgan Chase, Bank of America, CityGroup, etcétera y que se sume a otros economistas de primera línea y funcionarios con posturas similares. Entre ellos Sheila Bair, de la Corporación Federal de Seguros a Depósitos; Simon Johnson, del MIT, y Robert Boss, de la ONU. Todos claman por la reforma y regulación de Wall Street: en las últimas dos décadas, dijo Bair en enero a una comisión legislativa sobre la crisis financiera, ha imperado una visión de que los mercados, por su propia naturaleza, se auto-regulan y auto-corrigenahora sabemos que este fue un periodo de grandes excesos, mientras Johnson advierte que “…es urgente un cambio significativo de las regulaciones ahora…porque ésta es la ventana de oportunidad para hacerlo”.

En vena similar el 8 de febrero Boss planteó la necesidad de una reforma financiera y advirtió sobre una caída del dólar, que pende de que los países asiáticos, encabezados por China y Japón, sigan dispuestos a financiar la colosal deuda de Estados Unidos. Ello mientras Obama amplía la guerra de Irak y Afganistán a Yemen y Pakistán; amenaza con costosos despliegues antibalísticos alrededor de China y Rusia cuyo gasto militar combinado es 10 por ciento del de Estados Unidos y Dennis Blair, director de 16 entes de inteligencia, con un presupuesto de 75 mil millones de dólares, define a China –junto a Venezuela, Rusia e Irán– como principales amenazas en América Latina, África y el mundo.

Los riesgos de mayores crisis aumentan por el impacto de la hipertrofia financiera y militar sobre la economía real y el empleo. Mientras Main Street sucumbe, Wall Street frena toda regulación efectiva: la Fed sigue como inductora y protectora de fraudes; se aplacan impulsos de la Securities Exchange Comission por evitar abusos a inversionistas y se desactivan leyes y agencias que protegen a los consumidores de servicios financieros. La regulación de derivados se esfumó por presiones de los bancos arriba mencionados: ¡en 2009 lograron con ellos ganancias por más de 35 mil millones!

Desde los 90 y gracias a tretas de bancos y de chicos de Wall Street bien colocados (Rubin, Greenspan, Bernanke, Summers, etcétera) el parasitismo financiero se amplió y con ello la debacle de la economía real. La creación de empleo, base de la estabilidad social, colapsó. Abruma la magnitud del destrozo: por 70 años la economía generó mayores ingresos y riqueza pero declina desde los años 70 y 80. La última década ha sido la peor para los trabajadores. Según Neil Irwin, del Washington Post (2/1/2010, p A01), “desde diciembre de 1999 se registró un aumento neto del cero por ciento en la creación de empleo” (¡0%!). Irwin nota que en ninguna década desde la de 1940, se tuvo un aumento del empleo menor a 20 por ciento. Y la producción económica creció al promedio más bajo registrado en cualquier década, desde 1930.

En este contexto cabe recordar con Giovanni Arrighi que la financiarización, además de madurez de procesos de acumulación, es síntoma inequívoco del otoño de las hegemonías.