Opinión
Ver día anteriorMartes 2 de febrero de 2010Ver día siguienteEdiciones anteriores
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Clerecía medieval
L

a arquidiócesis de Guadalajara, encabezada por el cari-matón Juan Sandoval Íñiguez, continúa junto con sus contlapaches de todas partes de la República, en cruzada medieval contra la laicidad, contra la Carta Magna y en pro de la discriminación.

El artículo primero de la Constitución Política de los Estados Unidos Mexicanos dispone: Queda prohibida toda discriminación motivada por origen étnico o nacional, el género, la edad, las discapacidades, la condición social, las condiciones de salud, la religión, las opiniones, las preferencias, el estado civil o cualquier otra que atente contra la dignidad humana y tenga por objeto anular o menoscabar los derechos y libertades de las personas. El artículo 4, prevé: El varón y la mujer son iguales ante la ley.

¿Cuántas veces han leído estas disposiciones constitucionales al menos las cabezas más visibles de la clerecía? Seguramente muchas: pero no saben leer, además de que ya decidieron desoír las disposiciones constitucionales, y por si fuera poco tienen su propio (corto) entendimiento del castellano.

Hay de todo en la embestida de esa corporación ideada por vivales que lograron hacer que los creyentes confundan la religión con la Iglesia. Las cosas no son así: una es el conjunto de creencias en el origen de la existencia del mundo, de los hombres, de la vida, de un más allá; la creencia en la existencia del alma y de lo que con ella ocurre con la muerte, y otra cosa muy distinta es la historia, harto conocida, de cómo unos señores de carne y hueso como cualesquiera otros, se autoproclamaron dueños y señores de ese conjunto de creencias y se autodesignaron ministradores de esas creencias: los curas de todas las jerarquías.

Para las entendederas retorcidas de esa beligerante novísima inquisición, no cabe que un hombre homosexual, o una mujer homosexual, sean eso que indican los sustantivos: un hombre o una mujer; con los mismísimos derechos establecidos por la Constitución. No son un tipo distinto de mamíferos; no son un tercer o cuarto sexo; no, son hombre y mujer, con sus propias preferencias, como cualquier hombre o mujer, como las tiene Juan Sandoval. Queda prohibido, lea bien señor cura: queda prohibido todo tipo de discriminación que atente contra la dignidad humana y tenga por objeto anular o menoscabar los derechos y libertades de las personas.

Es increíble, pero a los curas, a partir del que está hasta arriba, hay que decirles que los hombres y las mujeres homosexuales, son personas; y que como tales no pueden ser discriminadas para ningún asunto humano. Ningún hombre, ni ninguna mujer, pueden ser discriminados y exceptuados de adoptar –si este es el caso–, porque es un derecho de cualquier hombre o mujer.

Por supuesto, la ley prevé las condiciones en que las personas son elegibles para adoptar, pero ello nada tienen que ver con las preferencias a las que se refiere la Constitución.

Pero todo esto son polvos –no hablo a la española– de aquellos lodos: la orden expedida y dirigida a la clerecía y a los ¡políticos católicos! por el retrógrado señor Benedicto XVI, de dar media vuelta y caminar hacia atrás.

En octubre de 2005 tuvo lugar el último sínodo presidido por Juan Pablo II. 256 obispos de todo el mundo hicieron aportaciones para un documento que se destiló durante año y medio y que terminó siendo una exhortación papal titulada Sacramentum Caritatis (El sacramento de la caridad), que no era el consenso de los obispos, sino las decisiones aviesas de Benedicto, publicadas en marzo de 2007.

En lenguaje político belicoso, Benedicto enumeraba los asuntos que no son negociables. La defensa de la vida humana desde su concepción hasta su fin natural, la familia fundada en el matrimonio entre hombre y mujer, la libertad de educación de los hijos. Los políticos católicos están obligados a oponerse a las leyes que no se ajusten a su doctrina religiosa, y los obispos están obligados a exigírselo constantemente.

El culto a Dios, dice el Papa, nunca es un acto meramente privado: al contrario, exige el testimonio público de la propia fe (ja). Para referirse a las parejas de hecho el Vaticano habló de discutible mascarada, exhibición histérica y carnavalada. Palabras más propias de un periódico político aguerrido y hasta rasposo, extrañas en un documento papal. Pero desde entonces, los Norbertos y los Sandovales andan con sus espadas desenvainadas, ayudando a Benedicto a regresar a las cavernas oscurantistas del Medioevo.

De paso. El iletrado arzobispo de Morelia, Alberto Suárez Inda, arrojó su vómito sobre los matrimonios homosexuales diciendo: los perros no hacen el sexo entre dos del mismo sexo. Vaya usted ignaro arzobispo al sitio www.absurddiari.com/s/llegir.php?llegir=llegir&ref=11097 y vea que un museo en Oslo expone fotografías de mil 500 especies animales homosexuales.

El rollo de que matrimonio, viene de madre, de lo que se sigue que tiene como propósito sagrado la procreación, es eso, un rollo de la Iglesia católica, no de la religión. Vale la etimología –con dudas de algunos lingüistas-, para el español. Pero marriage en inglés, mariage en francés, ehe o heirat en alemán, huwelijk en holandés, y para miles de millones en Asia y África, nada que ver con procreación ni con madre.

La Suprema Corte debe poner las cosas en su sitio para ilustrar a los curas y al secretario de Hobernación. La Iglesia no tiene derecho a roer las bases del Estado.