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Ver día anteriorDomingo 31 de enero de 2010Ver día siguienteEdiciones anteriores
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¿La Fiesta en Paz?

Ahorcados con su propio mecate

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Arturo Macías (arriba), Julián López El Juli y Mario Aguilar, quien confirma alternativa, hoy en la Plaza México Foto Notimex
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os taurinos mexhincados, en su irreflexiva postración ante lo extranjero y su acomplejado menosprecio por lo propio, cometen un error adicional en tan acomplejada postura: perder de vista que todo espectáculo se nutre de productos atractivos, importados sí, pero sobre todo nacionales, como imprescindibles imanes de taquilla para que el negocio funcione bien y se posicione mejor.

Pero cuando se confunde dependencia con internacionalismo o cierta capacidad de importación con niveles de primer mundo, e incluso cuando se mezcla simpatía con relaciones profesionales, no sólo se muestra una posición de inferioridad, sino que la salud y viabilidad de un negocio corren grave riesgo. Lo que ocurrió con el país y con su fiesta de toros: descreer de sí mismos y echarse en brazos de amores no correspondidos, como todo globalizonzo que se respete.

En 16 largas temporadas grandes la empresa de la Plaza México –junto con las ocho plazas de Alberto Bailleres– ha optado por aplicar en materia taurina las consignas neoliberales en materia económica al importar anualmente a algunos de los mejores toreros de España, acatar todas sus exigencias de honorarios, ganado y alternantes, en detrimento de una constante y competitiva producción de toreros nacionales de excelencia, con la aprobación entusiasta de todos los sectores de la pasmada fiesta.

El resultado de tan imaginativa política: haber expulsado de las plazas a la gente, que jamás ha pagado porque se concedan orejas, sino por emocionarse en serio con la bravura y la entrega, así como reducir la tradición taurina de México a tres o cuatro apellidos extranjeros, aumento de docilidad en el ganado escogido por aquéllos, ampliación de una brecha generacional torera donde los diestros nacionales que figuran ya no interesan mientras los jóvenes con potencial no son conocidos ni estimulados por los dizque empresarios y, quizá lo más grave, una crítica taurina sin voluntad de cuestionar tan nefastas políticas.

Enrique Ponce, por lo pronto, ya no regresó al coso taurino que más se ha plegado a sus antojos a lo largo de su exitosa carrera, la Plaza México, de la que entre otras zalamerías ha dicho: "Extraño esos olés tan fuertes que se oyen cuando se logran muletazos bellos. Esas salidas a hombros tan diferentes unas de otras por el comportamiento del público que disfrutaba lo que hacía y yo por la forma en que me trataban con cariño y alegría. Ese trayecto por el túnel y la llegada a la puerta principal han sido impresionantes. Todo ello es lo que alimenta el alma".

Pues algo falló en tan excitante alimentación, porque el apapachado diestro valenciano simplemente esgrimió la manida excusa de la extremidad lesionada en una tienta y dejó plantados a su legión de admiradores, incluidos empresarios de aquí y de los estados, ganaderos, críticos, locutores, literatos y numeroso público adicto al posturismo y a las fechas conmemorativas más que a la lidia de reses bravas, ahorcados todos con el mecate de su dependiente y consentidora postración. Por su circunspecta parte, José Tomás ni pretexto puso para ya no regresar. Si nos perdimos el respeto a nosotros mismos, los de fuera difícilmente nos van a respetar.