Opinión
Ver día anteriorDomingo 31 de enero de 2010Ver día siguienteEdiciones anteriores
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Los últimos héroes de la península
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Fotograma del documental dirigido por José Manuel Cravioto
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o hay hombre que se sienta más solo que el boxeador en el momento en que suena la campana. Los últimos héroes de la península, primer documental producido totalmente por la UNAM, a través del programa de operas primas del Centro Universitario de Estudios Cinematográficos (CUEC), y dirigido por José Manuel Cravioto, relata la historia de cinco grandes glorias del boxeo en Yucatán, estado que entre los años 70 y 80 del siglo pasado reunió por azar y novedosamente a cinco campeones de talla mundial: Miguel Canto, Guty Espadas, Juan Herrera, Freddie Castillo y Guadalupe Madera. Todos ellos peso mosca, con la excepción de Castillo, mini mosca.

Un ex entrenador suyo, Jesús Cholaín Rivero, narra a cuadro algo de la historia y otras voces de profesionales deportivos completan la revisión de lo que significó para la península yucateca volverse, por un tiempo, sinónimo de boxeadores chingones, reivindicando con euforia el haber añadido al boxeo nacional figuras capaces de competir con el Toluco López o Rubén Olivares. El orgullo local se nutre de las referencias continuas a los antepasados mayas, pero también a la paradoja de que hombres de talla pequeña y peso entre los 47 y 50 kilos pudieran anotarse triunfos sucesivos hasta quedarles corto el escenario nacional y triunfar holgadamente en los campeonatos mundiales.

Cravioto descubre por azar la historia de estos hombres en un reportaje (La pelea de hoy) de Beatriz Pereyra, publicado en la revista Proceso. El tema le seduce en parte porque al haber desaparecido el boxeo de la televisión abierta, lo que antes era vivencia inmediata para muchos espectadores, hoy ya sólo es evocación nostálgica de las grandes peleas y deporte de transmisión exclusiva en los circuitos audiovisuales de paga.

El documental rescata, como aspecto olvidado de la tradición boxística nacional, las glorias efímeras de la patria chica que no supieron encontrar acomodo perdurable en la memoria colectiva. El realizador ubica a los personajes que hoy rondan los 70 años, con fisionomías distantes ya de la talla fina y musculosa de los años mozos, pero aún vigorosas; escucha sus voces, reúne sus anécdotas y reflexiones, y el registro oral le permite recrear de modo convincente una experiencia colectiva que combina los triunfos y los fracasos, la ebriedad de la fama, las dilapidaciones monetarias, las juergas y borracheras, los desencuentros amorosos, las traiciones y engaños de colaboradores cercanos, los años de cárcel para unos, de penuria económica para otros, la muerte accidental de uno de ellos (Lupe Madera), y el saldo final de una amistad que resiste a los reveses de la fortuna y a la contrariedad del envejecimiento.

Un boxeador, tal vez el más notable de todos ellos, Miguel Canto, muestra con orgullo la placa de la calle en la que vive y que lleva su nombre (cortesía del municipio agradecido), al mismo tiempo señala enfrente de su modesta casa la enorme residencia que alguna vez fue suya y que perdió por la mala suerte y el despilfarro; vanagloria y frustración reunidas en una misma escena y con un tono justo de sinceridad. Las imágenes de archivo completan con fortuna las anécdotas de los boxeadores, como en el episodio que exhibe a Jesús Herrera peleando con un solo brazo, pues por un viejo golpe continuamente se le zafan las articulaciones al nivel de la clavícula izquierda; la tensión del momento, provocada por la desigualdad de condiciones de los boxeadores, y el entusiasmo con que a la distancia se comenta la anécdota, es nueva muestra de la destreza con la que el documentalista anima su relato y evita la evocación plañidera. Hay momentos humorísticos que en algo matizan la solemnidad discursiva de los viejos boxeadores, pero no tienen el brío, ni tampoco la picardía, que otro documentalista, Everardo González, rescata para a su relato coral Los ladrones viejos, sobre otros viejos profesionales de oficio menos honorable.

El estilo de Cravioto es muy distinto y está hecho de pinceladas más discretas, como aquella toma de las calles de Mérida blanca que culmina en una tienda de abarrotes cuyo nombre es un letrero sobre el placer de vivir. Después de todo, esta es la filosofía de los últimos guerreros mayas del boxeo, que en un abrazo en la playa deciden celebrar la amistad como la más perdurable de sus victorias.

Se exhibe en salas comerciales y en la Cineteca Nacional.