Don Lino Degollado Jarauta, en la costa huave del Istmo de Tehuantepec.  Foto:Arturo Jiménez

 

La Candelaria con los ikoots,
pueblo de agua y viento

 

Arturo Jiménez, San Mateo del Mar, Oaxaca. Agua salada y agua dulce, vientos del norte y vientos del sur, pesca en lugar de agricultura, camarón en vez de maíz y una profunda ritualidad, perfilan la riqueza de la cultura huave de esta comunidad de la costa del Istmo de Tehuantepec.
Aquí no aplica el planteamiento de Guillermo Bonfil Batalla de que “somos hombres de maíz”, o sólo en la medida en que los huaves exportan los productos de la pesca e importan el grano o sus derivados de sus vecinos zapotecos, con quienes mantienen relaciones ancestrales de parentesco y comercio, y a quienes han resistido al mismo tiempo que se han apropiado de ciertos rasgos culturales.
En todo caso, los huaves, mareños o ikoots, serían “hombres de camarón”, o “de agua y viento”, o más bien “de la lluvia”. Casi todo el año realizan rituales relacionados con su petición: 40 del total de 52 semanas, según el antropólogo Saúl Millán. El agua dulce, explica, disminuye la salinidad de las lagunas marinas y ello propicia la reproducción del camarón y otras especies.
San Mateo del Mar se ubica a medio camino de una esbelta península que parte del puerto de Salina Cruz hacia el oriente y termina en la comunidad huave de Santa María del Mar, en la Boca de San Francisco, por donde el océano alimenta las lagunas Superior e Inferior. Más al oriente se encuentran las otras dos comunidades huaves importantes: San Francisco del Mar y San Dionisio del Mar. Todas suman unos 22 mil ikoots, de los que poco más de la tercera parte radica en San Mateo.

Antes de la Colonia los ikoots veneraban a la Virgen de Piedra, la cual vivía en el mar y era llamada Nijmeor Cang, relacionada también con müm ncherrec (madre viento del sur),cuentan en una pequeña oficina del ayuntamiento don Lino Degollado Jarauta, regidor de Cultura, y Benigno Fiallo Aquino, de Salud.
Esa antigua deidad femenina abandonó las comunidades poco antes de la llegada de los españoles. Peronunca fue olvidada y su presencia y protección contra los vientos del norte y los temporales todavía se perciben, en la Virgen de la Candelaria,
Don Lino muestra el bien trazado pueblo de calles arenosas y recuerda que a principios de febrero en San Mateo del Mar se celebran las fiestas de la Candelaria, con las que arranca el ciclo ritual del año (relacionado con el meteorológico, sobre todo las lluvias). En la desierta playa del norte, en la Laguna Superior o “mar muerto”, se observan decenas de lanchas y cayucos. El “mar vivo” es el mar abierto, al sur de la comunidad.

Con la distinción y responsabilidad de ser el mayordomo de las fiestas de la Virgen de la Candelaria en 2009, Hipólito Esesarte va y viene por debajo de la “enramada” de lámina que obstruye la calle frente a su casa. El anfitrión entra y sale, a veces con zapatos para recibir a los grupos de invitados, a veces sin ellos para descansar un poco las plantas en el suelo arenoso.
Es una tarde soleada, y uno de los momentos más placenteros de la fiesta, que representa la despedida del viento del norte (teat iünd, padre viento) que azota desde noviembre y que muchas veces es maldecido por los ikoots y que en estos días da la bienvenida con poderosas ráfagas arenosas que pican la cara. La pesca está detenida por ese viento, que en la playa de la laguna sopla tan fuerte que casi levanta a las personas del suelo.
La Candelaria representa además la bienvenida del viento del sur (müm ncherrec, madre viento del sur), que terminará por traer la ansiada lluvia y que muchos aún vinculan con la antigua Nijmeor Cang.
Pese a su origen prehispánico, las ceremonias y fiestas de la Candelaria son las que más influencias externas han experimentado, sobre todo de la mayoritaria presencia cultural zapoteca en el Istmo de Tehuantepec, con sus huipiles floreados y cargos de las mayordomías como los de capitanes y capitanas.
En el altar de la iglesia de San Mateo Apóstol las jóvenes damas ofrendan frutas y flores. Unos rezan, prenden velas o hacen “limpias”. Afuera, a un costado, se ejecuta la danza de Los Malinches. En el atrio los niños gozan la “regada de frutas”, pues las damas les avientan dulces, trastes de plástico, frutos y otros regalos.
En casa del mayordomo la enramada en la calle está concurrida. Un grupo de música tropical toca arriba de una tarima. La bebida y la comida se reparten desde las mesas instaladas por las diversas familias organizadoras.
Las familias y grupos arriban con bultos en la cabeza y cartones de cerveza y refresco al hombro, esperan el recibimiento de don Hipólito y se instalan e integran al gozo de compartir y bailar. Más adelante se anunciará que en unos días se hará el cambio del cargo del mayordomo, que recaerá en doña Concepción de la Cruz Guerra.

En las calles, patios y tianguis la presencia femenina es abrumadora. El tianguis local se asemeja a un corazón que mueve todo en San Mateo del Mar. En él se observa el intenso intercambio comercial entre las mujeres huaves y las zapotecas, entre los productos del mar y los de la tierra. Es el intercambio del camarón y el maíz, como dice Millán en El cuerpo de la nube. Jerarquía y simbolismo ritual en la cosmovisión de un pueblo huave.
En la sala de la casa de la familia Esesarte sólo se observan varones, entre ellos los representantes de las autoridades religiosas y civiles, encabezadas éstas por el presidente municipal. Todos portan sus bastones de mando.
Afuera, en el corredor, un grupo ejecuta tambores y flautas de carrizo para acompañar la solemnidad de esos momentos. Don Lino Degollado, regidor de Cultura, percute uno de los tambores. Más tarde, en la calle, bajo la enramada, una pequeña banda de viento interpretará sones istmeños, más festivos.
Padre Viento comenzará a dejar de soplar desde el norte, y Madre Viento del Sur comenzará a soplar desde el lado opuesto. En mayo o junio, en Corpus Christi, la sequía cederá paso a las lluvias, que cesarán por septiembre, mes de la fiesta del patrono San Mateo, al que también agradecerán su protección.
Así, las festividades de febrero se vinculan con el resto de las ceremonias del año, creando un ciclo de ritualidad, espiritualidad, petición de lluvias y gozo, amalgamado con los tiempos de la naturaleza.