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¡...Vienen a atacarnos!
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Familiares de presos del Cereso número uno de la capital de Durango esperan noticias luego de una riña que dejó 23 personas muertas. Según funcionarios de la Procuraduría de Justicia local, se trató de un enfrentamiento entre prisioneros vinculados con el cártel de Sinaloa e internos recién llegados, a quienes se relaciona con el cártel del Golfo y su brazo armado, Los Zetas Foto Reuters
 
Periódico La Jornada
Jueves 21 de enero de 2010, p. 25

Durango, Dgo., 20 de enero. A las siete de la mañana, una mujer recibió una llamada de su esposo: ¡Avisa a la policía, al 066, a donde sea, pero que vengan rápido, porque ya inició una riña y vienen a atacarnos..! Fue lo último que escuchó. Intentó marcarle al celular, pero la llamada nunca entró.

Ella fue de las primeras en llegar al Centro de Readaptación Social (Cereso) número uno, en el norte de la capital. Aún no daban las ocho de la mañana y el termómetro marcaba cero grados centígrados.

Alrededor de las 7:15 las autoridades locales activaron el código rojo, luego que por la frecuencia policiaca se recibió el reporte de una riña en el penal con códigos cero (muertos). Un agente de tránsito asignado a una escuela secundaria cercana escuchó la alerta y pidió permiso para trasladarse al penal.

Llegó antes que los militares y cuatro ambulancias de la Cruz Roja, a las que abrió paso. Atrás de ellos arribaron patrullas de las policías federal, estatal, municipal y de la Agencia Estatal de Investigaciones (AEI).

Las ambulancias sólo estuvieron unos minutos en el estacionamiento del Cereso y se retiraron. No había heridos, sólo cadáveres.

Poco a poco arribaron familiares de los internos y todos preguntaban lo mismo: ¿Hay muertos? ¿Cuántos? ¿Cómo se llaman?

Cinco unidades del Ejército se desplegaron junto con los policías en el estacionamiento, a la espera de órdenes. Sólo algunos soldados ingresaron a la zona donde ocurrió la riña.

Durante dos horas no hubo información oficial. Fuentes extraoficiales indicaban que había tres muertos. La mujer que alcanzó a escuchar a su marido por teléfono seguía fuera, con otras personas que buscaban información.

Primero se habló de tres muertos, luego de cinco, de 15... Conforme aumentaba la cifra, la señora se mordía las uñas, lloraba, rezaba, renegaba, pedía información pero nadie se la proporcionaba. Su zozobra se desbordó cuando se dijo había más de 20 cadáveres.

Llegaron cuatro unidades más del Ejercito, entre ellas la del general Moisés García Melo, comandante de la décima Zona Militar. Instantes después, de la penitenciaría comenzaron a salir varias camionetas, incluida una del Servicio Médico Forense, con varios cuerpos. También salió una camioneta pick-up en cuya caja había varios cadáveres cubiertos con sarapes.

Algunas mujeres gritaban ¡queremos información por favor. Ante la falta de respuesta, se reunieron y decidieron que no permitirían la salida de ningún vehículo más, No nos movemos hasta que alguien nos diga qué pasó, advirtieron.

Cuando tres unidades militares salían, mujeres y hombres les cerraron el paso. Los soldados apagaron los motores y se cerró la puerta.

El general Moisés García Melo, acompañado del vocero de la Procuraduría estatal, Rubén López Gallegos, confirmó la muerte de 23 internos.

Los familiares pidieron nombres al jefe militar, quien les que personal del penal se los daría más tarde.

Sin embargo, los familiares continuaron con el bloqueo. ¡Queremos nombres!, exigían. Un empleado del Cereso salió, lista en mano, buscó un sitio elevado y pidió silencio: Quiero decirles que no hay novedad, fueron sus primeras palabras, que indignaron a los presentes: ¿Cómo que no hay novedad si hay 23 muertos?, le reclamaron. El servidor público pidió calma. Dijo que no había heridos, que todos los internos estaban en sus celdas y que daría la lista de los muertos.

Cuando dijo el nombre de la quinta víctima, una mujer soltó un grito desgarrador. El trabajador del penal hizo una breve pausa y continuó.

En el octavo nombre, otro grito estremeció a los presentes, lo que generó mayor tensión. La lectura de la lista siguió entre gritos y llanto.

Un hombre y una mujer, ambos de unos 50 años, rezaban mientras el empleado del Cereso leía. Cuando terminó, dieron gracias a Dios, se santiguaron y se fueron.

La mujer que escuchó por teléfono la petición de auxilio de su esposo no corrió con suerte: su nombre estaba en la lista.