Opinión
Ver día anteriorJueves 7 de enero de 2010Ver día siguienteEdiciones anteriores
Servicio Sindicado RSS
Dixio
 
Para celebrar el 2010
S

ólo los políticos pueden preguntarse qué tenemos que celebrar los mexicanos este año que comienza. En cambio historiadores, sociólogos, economistas, politólogos y los especialistas comprometidos con la producción de conocimiento antes que con la formación de opinión podrán decirnos que son muchas las hazañas que debemos conmemorar. La historia de México es más diversa, rica y compleja que la historia de sus presidentes, de los jefes revolucionarios o de los partidos políticos, en particular el PRI, que es la obsesión de quienes pretenden explicar todo el pasado a partir de su hegemonía de cuatro décadas. Es curioso cómo en esa terquedad se encuentran sus defensores y sus detractores, y, cómo en una imagen especular, mientras unos le atribuyen todo lo bueno, los otros todo lo malo. El año 2010 es una oportunidad para que revisemos esta empobrecedora obcecación.

Hemos tenido 200 años de vida independiente y han pasado 100 desde que se inició la revolución que definió el perfil autoritario del Estado que nos gobernó durante casi todo el siglo XX, y de la Constitución que nos sigue gobernando. Ese mismo Estado que sentó las bases de la modernización, de los cambios sociales y económicos que nos han conducido al país complejo, contradictorio y turbulento que es México a principios del siglo XXI. Ciertamente, en este momento estamos lejos del país próspero que hemos buscado ser; tampoco somos una gran potencia dueña de sus decisiones, pero, ¿quién lo es? ¿España, cuyo gobierno parece el convidado de piedra en una crisis económica en la que la tasa de desempleo se mantiene a la alza desde hace meses (25 por ciento en diciembre de 2009), y que no puede devaluar dadas las restricciones que le impone la pertenencia a la Unión Europea?

Nuestra historia ha transcurrido por abigarrados procesos de cambio social, económico, político y cultural que escapaban al control de cualquier partido o presidente, e incluso del Estado. En ella intervinieron los políticos, pero también pensadores, pedagogos, médicos, arquitectos, ingenieros, poetas, artistas, diplomáticos, maestros rurales y urbanos, empresarios, artesanos, agricultores, rancheros, obreros, religiosos, militares, indígenas y una multitud de personajes que en forma individual o colectiva orientaron nuestra trayectoria. También habría que revisar la visión que narra esa historia como una fatalidad, como una cadena de acontecimientos predecibles y predeterminados, bien ordenados por una inteligencia maquiavélica y privilegiada (¿Porfirio Díaz? ¿Plutarco Elías Calles?) que, sin dudas ni titubeos, habría logrado materializar su voluntad de control en la hegemonía del PRI. A invitación de Mauricio Tenorio Trillo, hay que releer a Edmundo O’Gorman, quien deseaba una “…historia imprevisible como lo es el curso de nuestras mortales vidas; una historia susceptible de sorpresas y accidentes, de venturas y desventuras…una historia liberada de la camisa de fuerza de una supuestamente necesaria causalidad…una historia espejo de las mudanzas, en la manera de ser del hombre…” y evitar que en la comprensión del pasado se opere la degradante metamorfosis del hombre en mero juguete de un destino inexorable.

Si leemos en ese talante nuestra historia descubrimos la capacidad de reacción de los líderes ante lo imprevisto: la derrota de Europa en 1945; la creatividad ante las restricciones de realidades difíciles: la inmutabilidad de la geografía y la transformación del ya poderoso vecino del norte en la única superpotencia mundial, y la que acicatearon las situaciones de crisis: la respuesta de los habitantes del Distrito Federal a los sismos de 1985; la generosidad que inspiraron los proyectos de largo plazo –aunque hayan fracasado–: la modernización misma; o la prudencia que guió muchas decisiones dolorosas, pero necesarias. También veremos la capacidad de negociación y compromiso, el terror a la confrontación social, pero sobre todo podremos reconocer que el pasado no es unidimensional y recuperar su riqueza. Ésta es la única manera de capturar el significado de 2010.

Una lectura liberada de las intenciones políticas más obvias –por ejemplo, denunciar el autoritarismo, que ha sido el propósito fundamental de lo que podemos considerar la historia oficial de la segunda mitad del siglo XX– promete una comprensión más profunda de las fracturas políticas de la sociedad. Nuevas investigaciones sobre nuestro pasado inmediato nos darán respuestas menos simplistas a propósito del autoritarismo. Por ejemplo, ¿quién reconoce en el PRI de 1946 el fracaso de una propuesta presidencial? ¿Cuál fue la responsabilidad de la izquierda en la prolongación del autoritarismo? Habrá que hacernos muchas de las preguntas que se atrevió a formular Octavio Paz en los años ochenta. Un mejor conocimiento del pasado también ofrece la oportunidad de entender los problemas más allá del estereotipo, y diseñar reformas apropiadas para remediarlos, en lugar de dar palos de ciego mareados por los libertarios que denuncian el intervencionismo estatal, o por la cantinela autoritaria del proyecto de nación que repetimos hace décadas.