Opinión
Ver día anteriorMartes 5 de enero de 2010Ver día siguienteEdiciones anteriores
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Décadas
L

a década que se fue, es de las que aprietan: la que viene, es de las que ahorcan.

Porque los errores cometidos en estos 10 años, no tuvieron vocación pedagógica, se repiten y no nos enseñaron nada. Son de los errores que se cometen bajo la particularidad que se olvidan deliberadamente, pues su origen son la soberbia, la falsedad y el oportunismo. Son los errores propios, que lo más fácil es convertirlos en acciones del adversario, porque así se mantiene inmaculada la facultad de continuar cometiendo equivocaciones.

Nuestra generación es la más perdida de todas, la más errática: es una generación fallida y mediocre; intelectualmente galardonada como ninguna, déspota e inútil históricamente.

Es una generación que se forjó brillante en las cuatro décadas finales del siglo XX; fue la que vivió cambios extraordinarios en el mundo, pero entró al XXI llena de sombras, frustraciones y derrotas, al concebir la política sin crítica y autocrítica, y lo peor, sin querer correr riesgos. El ejercicio de la crítica oportuna se cambió por el historicismo, el considerarse protagonistas de la historia, sólo por seguir y alimentar ilusiones, sin hacer esfuerzos y considerar que el poder era el fin y llegaría por merecimiento.

Es una generación que a los primeros avances y a la mitad de la marcha, paró el combate para hacer desfiles de condecoraciones, reparto de puestos y autoelogios. Todos los veteranos se presentaron como héroes y los nuevos entraron al desfile con ambiciones más grandes que sus talentos. Su trinchera de lucha fueron los insultos y defender a los héroes repartidores de lealtades y nóminas.

En esa lógica, el ascenso al poder se convirtió en una fecha: ¡ya ganamos¡, se decía y las lenguas se afilaron cuando vino lo que se consideraba una derrota inexplicable. El enemigo verdadero empezó a esfumarse y a desparecer ante los gritos de los inventores de enemigos y traidores, a fin de ocultar las intrigas contrainsurgentes, la división del propio ejército, la depuración y las purgas a la mitad de las batallas. La supuesta pureza de la fuerza en poco tiempo se volvió un ejército andrajoso de demagogos, intelectuales subordinados, activistas histéricos y sectarios gozosos de cada rompimiento, prestos a fabricar nuevas derrotas.

Falsos en la unidad y el optimismo, esperando la fecha de la redención al predecible 2012, se espera que todas las condiciones se plieguen al imaginario, cedan ante la fantasía y se abran las puertas, pues por los discursos estamos ya en la historia al lado de Morelos, de Juárez, de Madero, como parte del movimiento más importante de la historia de México, así dicho. Ya está en marcha la depuración, para entrar acompañados de una masa de cachuchas y camisetitas nuevas, y de los que claman por un puesto, una dote gubernamental o una canonjía por lo que se considera un derecho por luchas pasadas.

No es necesario reflexionar ni hacer congresos refundacionales. Sólo hay que pensar cómo el mundo se derrumbará a nuestros pies. Somos la generación divina que sin explicaciones puede crear de la nada el universo de las derechas, los centros y las izquierdas, convertidos en adjetivos y ya no en sistemas de pensamiento y acción. Es la nuestra una mentalidad de escalafón en ascenso continuo; hay confusión entre pensarse de izquierda, por ser gobiernistas. La generación perdida logró escaños de poder inimaginables hace 15 años y ahora se refugia en ellos, defendiendo lo indefendible, creyendo en lo increíble. Por eso, se ha confundido la convicción con el oficialismo gobernante, que se padecieron en otras épocas donde dominaban los defectos privados y las virtudes públicas.

Fue una generación que empezó llenando y abriendo las plazas con mujeres y hombres luchando por libertades, y al entrar el nuevo siglo llenó de clientelas a las que se ofreció el poder como única salvación. Que hizo de la política el mercado donde se cambiaba la convicción y las ideas por la fe y la esperanza ciega.

Hoy los contemporáneos debemos pensar ya no en años, sino en décadas.

Las pérdidas nos están ganando, por haber detenido la marcha y haber hecho de las formas de lucha, caricaturas y escenografías, proclamas del resentimiento, abandono del sentido del humor, gritos y acomodos.

La pasada década se le entregó a los adversarios reales el concepto del cambio, las reformas y las transformaciones. Creadores de la izquierda única, constructora de clientelas, el objetivo, la consigna central fue el llamado a resistir y con ello a defender el pasado.

Por eso hoy, los conservadores son los que levantan los estandartes del cambio, los derechos ciudadanos, las reformas del Estado, los planes económicos y hacen las propuestas contra los anacronismos que ellos mismos hicieron.

Fue el fin de la primera década del siglo XXI y ahora está la carnada de 2012 para continuar los errores, por la vía de la década perdida, los insultos y la victimización.

Ahí está la generación secándose al sol, sin memoria, sin ideas, pasando de un partido a otro y envejeciendo sin honor.