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“De Sonora a Yucatán...
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e usan sombreros Tardan”. Los guajolotones seguro recordarán ese anuncio que promovía la sombrerería que había fundado en la segunda mitad del siglo DIX Carlos Tardan, industrioso joven francés, que a su llegada a México entró a trabajar a la Gran Sombrerería del Castor, que estableció en 1847 un señor Dallet, a quien conoció en el afamado Café del Cazador, que estaba situado en la esquina de Madero y el Zócalo. Al paso de los años se asociaron y finalmente adquirió la empresa junto con sus hermanos, que había traído de Francia para que aprendieran el oficio. Así surgió un prospero negocio, que les llevó a crear su propia fábrica, para hacer los mejores sombreros que se vendían en el país.

Hasta los años 50 del siglo pasado tuvieron enorme éxito, ya que prácticamente todos los señores usaban sombrero. Procurando estar siempre al día, también comenzaron a fabricar cachuchas, gorras y boinas. Sin embargo la costumbre de usar una prenda que cubra la cabeza fue disminuyendo, y la tienda en su lugar privilegiado en los portales del Zócalo, fue decayendo en su apariencia. Afortunadamente esto está en plena reversión pues la están renovando totalmente, sin que pierda su apariencia de elegancia, ni el uso del hermoso conformador francés del siglo DIX. El ingenioso aparato ajusta el sombrero que seleccionó a la medida exacta de su cabeza, lo cual no es cualquier cosa pues si observamos con detenimiento vemos que hay cabezas redondas, con chipote, alargadas, con forma como huevo, aplastadas de la nuca, de chayote, enormes y pequeñitas.

La gran ventaja de Tardan es que tiene mercancía para todos los presupuestos. Lo más fino son los sombreros de pelo, que antiguamente eran de castor y de nutria, actualmente son de conejo y liebre, ya que se requieren pelos largos y cortos; son un deleite a la vista y al tacto. Les siguen los de fieltro que no cantan mal las rancheras.

Desde luego abundan los Panamá elaborados con la mejor palma proveniente de Ecuador, las gorras y cachuchas no se quedan atrás, las hay de invierno y de verano, en una variedad de materiales. En sombreros de fieltro hay muchos modelos para escoger: rodeo, bandido, australiano y más. También hay lujosos sombreros de charro. Es irresistible adquirir alguna pieza y no hay persona que no se vea atractiva con el modelo adecuado y sobre todo con la comodidad que brinda el ajuste perfecto.

Al salir de Tardan luciendo una simpática boina o un elegante sombrero, nada mejor que visitar el magnífico edificio vecino de la tienda, que aloja al Gran Hotel de la Ciudad de México. El edificio se levantó en 1895 para que fuese la sede del Centro Mercantil, paradigma de la modernidad en esos tiempos, tanto por la técnica de emparrillado de viguetas de fierro ahogado en concreto, de la llamada Chicago School como por su sistema comercial, entre otros, de precios fijos, que terminaba con el regateo que se utilizaba en las transacciones comerciales, aunque fuesen en establecimientos de postín.

Recientemente renovado; ahora sí corresponde al lujo que le imponía su impresionante plafón, realizado en Francia por Jacques Gruber a fines del siglo DIX, con un emplomado de finos vidrios en tonos azules, rojos y amarillos. Semejan un conjunto de joyas apresadas por la fina estructura de hierro de formas caprichosas, que en el centro forma tres medallones, una extraordinaria muestra del estilo art noveau, última expresión de la Belle Epoque, que antecedió en el viejo continente a las guerras mundiales y a México llegó triunfante a inaugurar el siglo XX. El ondulante estilo continúa en los barandales que protegen los pasillos de los pisos altos y en los preciosos elevadores de jaula, que expuestos a la vista suben y bajan luciendo el encaje de hierro. Hay dos restaurantes agradables, uno en el último piso, con una terraza que hay que visitar cuando se despeje el Zócalo de la pista de hielo y demás desfiguros navideños.