Opinión
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Celan metálico
E

l porvenir de la poesía y la figura de Paul Celan no deja de dar vueltas y sorprender. Su muerte, en 1970, cuando se tiró del puente Mirabeau (bajo el cual, como cantó Apollinaire, corre el Sena), le trajo una creciente fama y un mito trágico que incluía la presunta dificultad de su escritura. Se le consideró hermético, y como a su querido Kafka, le sacaron la cábala y el diván para interpretarlo. La más reciente sorpresa, que quizá no lo es tanto, es haber dado pie a una banda de metal con su nombre. Y no un grupo cualquiera. Aunque sólo sea por la calidad y el poder de su música, se instala airosamente en el rock metálico y el universo del rock en general. Y como todo mundo sabe, el mejor metal es el que suena a metal rabioso y punto.

No hay manera de imaginar a Paul Celan, quien hoy tendría 89 años, escuchando al quinteto Celan. Quién sabe entendería, pero al menos sabría que fue comprendido.

Hay una fascinación creciente por la lírica de Paul Celan. Aunque ya era reconocido al morir como la voz central de la poesía en lengua alemana después de la guerra, él se sentía desesperadamente incomprendido al quitarse la vida antes de cumplir 50 años. Representa, si alguno, el poeta del Holocausto, pero no como memorialista.

Es el-que-perdió-a-su-madre-en-Aushwitz. El que decidió escribir en la lengua de sus verdugos. El que increpó a un tiempo a Martin Heidegger y al marxista de gabinete Theodor Adorno. El que desde el dolor y la oscuridad hurgó, apretó, rompió, iluminó y reinventó las palabras para que siguiera existiendo el canto humano. Que creyó haber fracasado. Que fue admirado por Emmanuel Levinas, Jacques Derrida, Maurice Blanchot y Jürgen Habermas.

Nacido en Czernowitz, Rumania, en una familia judía (su padre, Leo Antschel, fue sionista originario), pudo haber escrito en rumano, hebreo, o con el tiempo, ruso, pero eligió el alemán.

Se instaló en París desde 1948, y experimentó con el francés, como Rilke. Traductor de poesía en ocho idiomas, llevó al alemán a Shakespeare, Pessoa, Ungaretti, Mandelstam (su hermano), Valéry, Apollinaire, y no es de extrañar, Précis de décomposition, de su paisano rumano-francés E.M. Cioran, el del inconveniente de haber nacido.

Ahora se lo apropia la banda homónima (siendo Celan un apellido inventado) con su disco Halo, en Exile On Mainstream Records, 2009 (calle Friederich Engels, número 68, Borkheide, Alemania, por cierto). En la proliferación de siglas y géneros que inunda al rock, Celan se adscribe al noiserock (rock del ruido, algo casi tautológico).

De joven, más que sionista, Celan tuvo inclinaciones libertarias y desde su país apoyó a la República española.

En 1938 intentó estudiar medicina en Francia, regresó a Rumania, lo alcanzó la guerra y lo contagió la muerte. Ahora, con la mencionada banda como comentarista, alcanza nuevos aires de rebelión.

Fue en Berlín, noviembre de 2008, donde se encontraron, invocándolo, dos músicos de Nueva York completamente distintos pero destinados a entenderse: Ari Benjamin Meyers y Chris Spencer. Ambos nacieron en la década de los años 70, después de la muerte de Celan.

El primero es un compositor apreciado en los círculos cultos, muy experimental; lo mismo emplea instrumentos artesanales o piano que música electrónica; su obra suele ser disfrutable. Su interés en la invención escénica lo ha llevado a colaborar con Fura dels Baus y la videoinstaladora Dominique Fernández-Foerster. Benjamin Meyers ya había confrontado su indefinible orquesta Redux con la rotunda banda dadaísta Einstürzende Neubauten. Ahora se asocia con Chris Spencer, líder de Unsane, impactante grupo de noisecore, o noiserock sangriento, de aliento punk ya de plano gore y violento. Spencer casi muere asesinado en 1998 tras un ataque que le costó medio intestino y lo sacó de circulación cinco años, justo después de grabar Occupational Hazzard (Riesgo laboral), disco en la onda sonora de lo hipercabrón.

Celan, la banda, no musicaliza a Celan, el poeta. Lo absorbe, lo asume como fuente ceremonial de una música cataclísmica. El disco Halo (término bien celaniano) ofrece mínima información, pero despliega un portafolio de fotos donde pasea por distintos lugares un florero sin agua con un ramo de rosas secas. La rosa de nadie del poeta, y también un icono popular en la escena gótica y darqueta: rosas negras o cianóticas, rosas muertas.

No busques en mis labios tu boca,/ ni en la puerta al extraño,/ ni en el ojo la lágrima.// Siete noches más arriba/ pasa el rojo hacia el púrpura,/ siete corazones más adentro/ insiste la mano en la puerta,/ siete rosas más tarde se escucha el rumor de la cisterna. (Cristal, en Amapola y memoria, 1952, traducción de José María Pérez Gay.)

¿Cómo conciliar el poderoso lirismo de su poesía con el martillante estruendo en A Thousand Charms, de Celan, la banda?

Estamos ante una demostración de que, arriba de los ríos del futuro, el arte siempre cambia.