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Toros

Guillermo Capetillo le dio la razón a quienes luchan por la abolición de las corridas

Angelino se esmeró en los 3 tercios mientras Luque sufría la venganza de Cuauhtémoc

Largos, hondos y bien armados salieron mansos y débiles los toros de Julián Hamdan

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Abnegada labor del tlaxcalteca José Luis Angelino en la séptima corrida de la Plaza MéxicoFoto Notimex
 
Periódico La Jornada
Lunes 21 de diciembre de 2009, p. a38

Fauzi Hamdan, ex diputado panista que en 1998 ayudó a convertir en deuda pública los vales del Fondo Bancario de Protección al Ahorro (Fobaproa), legalizando la más grande estafa jamás cometida contra el pueblo de México, adquirió en 2005 la ganadería de El Olivo, para vendérsela de inmediato a su hijo, Julián Hamdan, quien la rebautizó con su propio nombre, mismo que ayer estelarizó el cartel de la séptima fecha de la temporada grande 2009-2010 cosechando un estrepitoso fracaso.

Al saltar a la arena, los toros de Hamdan causaron buena impresión por su hermosa estampa –eran largos, hondos, bien armados de encornadura–, y sin embargo resultaron mansos y débiles, exceptuando al primero –que le permitió confirmar su alternativa al sevillano Daniel Luque– y al quinto, con el que triunfó el tlaxcalteca José Luis Angelino.

Del resto del encierro, y de la actuación de Guillermo Capetillo, cabe señalar que si las reses en todo sentido eran pésimas –rodaban por la arena, embestían con la cabeza alta, no peleaban con el caballo, causaban indignación, porque fueron criadas con dinero mal habido–, la abulia, el miedo, la total ausencia de pundonor, es decir, de decencia torera, que caracterizaron en sus dos turnos al hijo del mosquetero jalisciense, terminaron por darle la razón, sobradamente, a quienes piensan que las corridas son abominables por la crueldad que se emplea contra los animales.

Dominado por el pánico, Capetillo se limitó a pegarle trapazos a sus dos enemigos, sin quedarse quieto nunca, y a herirlos con la espada de la manera más cobarde para matarlos a como diera lugar, después de prolongadas, sanguinolentas y dolorosísimas agonías. Que un político se adueñe del dinero del pueblo para criar reses mansas y las ponga en manos de un torturador sin escrúpulos es, sin duda, lo que odian de la fiesta (en este caso entre comillas) quienes militan para suprimirla.

Pero la culpa no la tuvo sino el empresario, Rafael Herrerías, al poner en el cartel a un fósil como el otrora llamado guapetillo, cuando en el tendido de sombra estaba por ejemplo Rodolfo Rodríguez El Pana, o cuando en todo el país hay tantos muchachos dispuestos a morirse por tratar de expresar su arte en el ruedo.

Prueba de esa voluntad anónima y colectiva que cuando se le permite individualizarse se sublima, fue la muy abnegada labor de José Luis Angelino, que recibió de hinojos al primero de su lote, lo saludó con sentidas verónicas, le colgó tres pares de banderillas y trató de torearlo por abajo con la muleta, mostrándose voluntarioso en los tres tercios pero sin lucir en ninguno y, no obstante, no arredrarse, pues, al contrario, ante el quinto de la tarde, que ya fue dicho, era de los seis el mejor, insistió en adornarse con el capote –al combinar chicuelinas, tafalleras, caleserinas y gaoneras–, estuvo enorme con los rehiletes y, después de brindarle a su padre, Joaquín Angelino El Pulques, estructuró una faena a base de vitaminas, derechazos y forzados de pechos que le valió oreja.

Enfermo del aparato de digestivo y doblándose por momentos de dolor, Daniel Luque hizo cosas como torear con la muleta en la derecha sin estoque, y después por la izquierda, que han encantado a la crítica europea –la cual no sabe que 15 años atrás El Gleason inventó aquí esa suerte–, mientras por su parte, el picador Alejandro Martínez se retiró ayer del oficio a punto de cumplir 80 años de edad, y en plena forma, luego de una discreta carrera al servicio de los ganaderos de prestigio, que a menudo lo invitaban a las tientas, en las que es todo un experto.