Opinión
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Una víctima tardía de la I Guerra Mundial
M

aité Roll tiene sólo 26 años y es la víctima más joven de la Primera Guerra Mundial. Cuando atraviesa a pie el atrio de la vieja iglesia de su poblado belga, Bovekerke, cojea levemente de la pierna izquierda: el fantasma viviente de todos esos mutilados muertos hace muchos años y cuya memoria el mundo ha honrado en el Día del Armisticio, conmemorado a principios de noviembre. Ella tiene una cartilla de veterano que lee mutilée dans la guerre, y si la muestra a los inspectores de boletos, cuando viaja en el tren suburbano con tarifa reducida, suponen, con inevitabilidad desgarradora, que la joven robó la identificación de su abuelo o bisabuelo.

Pero lo que ella dice es verdad. Después de curarse de la adicción a la morfina que médicos belgas le administraron durante las 29 dolorosísimas operaciones que sufrió en la pierna, Maité es ahora la joven madre de un bebé de año y medio y, curiosamente, tiene un total desinterés en la guerra que casi la mata. Apenas una hora antes de conocer a Maité escuché un toque de trompeta militar en la reja de Menin, a 24 kilómetros de Ypres. No sé nada de esa guerra, me dice con indiferencia. No he leído nada de ella. Este mes fue la primera vez que me llevaron a ver las trincheras que se conservan de la guerra.

Se encuentran a todo su alrededor. Bovekerke está en la parte de Bélgica ocupada por los alemanes durante la Primera Guerra Mundial, en la frontera con Ypres, que fue tomada por los aliados al igual que el campo militar en Wetteren, cerca de Ghent, cuando un bombardero recién creado por la Real Fuerza Aérea (RAF, por sus sigles en inglés), sucesora de los Reales Cuerpos Aéreos británicos, soltó una bomba ahí en 1918. Los alemanes ya se habían replegado en zonas de Francia y Bélgica, y abandonado los terribles campos de batalla en Ypres y Somme, perseguidos por británicos, franceses y las recién llegadas tropas estadunidenses, que eran bombardeadas por biplanos artillados. Esos últimos meses de la que se creyó sería la guerra que pondría fin a todas las guerras casi mató a Maité hace sólo 17 años.

Estábamos en un paseo de niños exploradores en Wetteren, donde antes hubo un viejo campamento militar, recuerda Maité. Tiene el cabello enredado en delgadas rastas que enmarcan su rostro afilado y lleva una argolla de plata en la nariz. No el rostro que se espera de una víctima de la Primera Guerra Mundial. Fue el 6 de julio de 1992. No sabía nada de guerras. Recuerdo que hicimos una fogata que rodeamos con ladrillos. Los otros niños empezaron a arrojar leños al fuego. Yo estaba cansada y me alejé unos metros para dormir. Hubo una explosión súbita y desperté para ver las centellas. Todos corrían y gritaban. Intenté ponerme de pie pero no pude. Todos me miraban y entonces vi que mi pierna izquierda me colgaba sólo de un trozo de piel.

Un millón de soldados británicos experimentaron este mismo horror en este mismo territorio casi 80 años antes. Pero Maité no entendía. Fue llevada de urgencia al hospital local en Wetteren donde no había ningún cirujano especialista que la atendiera, por lo que la llevaron por vía aérea al Hospital Universitario de Ghent. Durante tres horas lloró y gritó de dolor antes de que los médicos pudieran sedarla, porque ninguno estaba seguro de qué medicamento administrar. El dolor empezó en cuanto me miré la pierna y no paró nunca, me contó.

Padece dolor hasta la fecha. Los médicos tomaron piel, músculos arterias de sus muslos, espalda y costillas para reconstruir su pierna y la salvaron luego de 29 intervenciones. Maité pasó dos años en el hospital, todo el tiempo bajo efectos de la morfina. Durante 10 años fue adicta, y estaba desesperada por desintoxicarse, pero padecía dolor insoportable. Hoy Maité tiene sólo una arteria en cada pierna. El nacimiento de su hijo, Damon, y el amor de su padre, Kurt, la ayudaron, si bien admite sonriendo que aún necesita mariguana y alcohol para sobrellevar el dolor, pero lleva un año y cinco meses sin consumir morfina.

La atienden en el Instituto Belga para Asuntos de Veteranos y Víctimas de la Guerra. El instituto, junto con doctores y policías creen que el accidente de Maité ocurrió porque los niños exploradores recogieron una bomba cilíndrica de las que lanzaron la Real Fuerza Aérea británica, creyendo que era un tronco cubierto de musgo y lo echaron al fuego. La explosión destrozó los ladrillos con que rodearon la fogata y uno de ellos casi amputó la pierna de Maité.

Expertos en explosivos más tarde confirmaron, a través de los fragmentos de la bomba, que ésta era igual a las que quedaron regadas en numerosos campos de batalla, y que se recogieron en las décadas que siguieron al armisticio de 1918. El campamento de Wetteren fue usado durante la ocupación alemana porque la ciudad era un importante centro ferroviario que sirvió para el suministro militar alemán hacia los frentes.

Con una de esas amargas ironías que sólo la guerra provoca, la más joven víctima de la RAF, viva muchos años después de que el atacante y el blanco seguramente murieron, resulta ser en parte británica. La abuela de Maité, Janette Matthieson, es escocesa y ahora vive en Ostend. Maité vive con 700 libras al mes (mil 170 dólares), un subsidio que recibe desde los 16 años. Cuando resultó herida, ni un sólo diario fuera de Bélgica mencionó el incidente, en momentos en que la invasión israelí a Líbano y la liberación británica de las Malvinas habían capturado la atención mundial.

Las autoridades belgas aún dan pensiones a víctimas de municiones abandonadas de la guerra, así como a sobrevivientes de la Segunda Guerra Mundial, incluidos judíos belgas del Holocausto, además de los que en años recientes han regresado heridos de Afganistán.

Maité quiere tomar clases de corte y confección y abrir una boutique. No quiero tener jefe, dice con toda la alegría de un soldado británico herido, si bien es probable que sea más exitosa que los hombres que regresaron a su hogar en 1918 para descubrir que en su país no había trato especial para los héroes.

Tengo una tarjeta emitida por el departamento de veteranos de la Primera Guerra Mundial y cuando compro boletos de tren a menudo me cuestionan, dice Maité. Creen que se la robé a un antepasado pero es totalmente legítima. Soy la víctima más joven de esa guerra.

Le pregunto si le interesa ese terrible periodo de la historia que la golpeó tan despiadada y literalmente. Se encoge de hombros. Le basta con Somme, Verdún y Gallipoli, y los 9 millones de muertos en la Gran Guerra y el toque de trompeta en Ypres. Sospecho que Maité tiene razón. Su boutique y su ropa hecha a mano se antojan un mejor futuro que ponerse a examinar el fango espantoso sobre el cual su pueblo, Bovekerke, se reconstruyó tras la Guerra que pondría fin a Todas las guerras.

© The Independent

Traducción: Gabriela Fonseca