Directora General: CARMEN LIRA SAADE
Director Fundador: CARLOS PAYAN VELVER  
Domingo 6 de diciembre de 2009 Num: 770

Portada

Presentación

Bazar de asombros
HUGO GUTIÉRREZ VEGA

Al pie de la letra
ERNESTO DE LA PEÑA

Anochecer
ATHOS DIMOULÁS

Vivir más allá de los libros
JUAN DOMINGO ARGÜELLES entrevista con ALÍ CHUMACERO

La ciudad letrada y la esquizofrenia intelectual
ANDREAS KURZ

Augusto Roa Bastos y el cuento
ORLANDO ORTIZ

Leer

Columnas:
Jornada de Poesía
JUAN DOMINGO ARGÜELLES

Paso a Retirarme
ANA GARCÍA BERGUA

Bemol Sostenido
ALONSO ARREOLA

Cinexcusas
LUIS TOVAR

La Jornada Virtual
NAIEF YEHYA

A Lápiz
ENRIQUE LÓPEZ AGUILAR

Artes Visuales
GERMAINE GÓMEZ HARO

Cabezalcubo
JORGE MOCH


Directorio
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Jorge Moch
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Doy fe de la tristeza

Con una disculpa porque el gordo sumeteclas ande monotemático:
es que patria, como madre, sólo hay una

Viajo en autobús. Venzo la tentación de ir mirando una película, cerrar el cortinaje, aislarme del paisaje. Es como si el dueño de los camiones –comodísimos ahora, lejos el recuerdo de aquellos vagones atufados, tórridos, que iban apestando todo con el hollín combusto de sus motores– no quisiera que vea lo que sale al paso en el trayecto. Será que una de las mejores maneras de conocer el México de veras es salir a sus caminos. Entonces México, el peatón, el que no tiene monumentales cubos de cristal habitados por atildados de corbata, ni grandes puentes colgantes para autos de a millón, ni mullidos cojines en salas a prueba de ruido tras cristales a prueba de bala con ambientes a prueba de realidad, va danzando a mi lado, de izquierda a derecha, de adelante para atrás. Y es una danza ingrata, de máscaras tristes. México fácilmente contenido en la matemática elemental, diagrama de Venn: conjunto único pero atomizado pero homogéneo pero variopinto pero pan con lo mismo: México es pobreza, es basura entreverada en la hierba, es un árbol sí y muchos no, y montones de niños y de moscas y de perros tan flacos que las pulgas dicen fuchi.

La publicidad de los autobuses ofrece viajar en sus cruceros por un país que inflamaría de orgullo a cualquiera: un gringo querría ser mexicano. Vaya carreteras, qué paisaje, y las tiendas, esa gastronomía de fusión, aquellas maravillas naturales, la impecabilidad de avenidas y fachadas; lo mejor, oye, mujeres y niños y hombres risueños, despreocupados, felices, protegidos, nacidos para contertulios y anfitriones. Carajo, yo quiero estar allí. Vivir en la propaganda del gobierno, donde el niño se jacta de poder estudiar, la madre aprecia la salud pública, el viejo la seguridad del barrio, la chava el futuro promisorio. Sí, viva México, cabrones. Aquí estamos a toda madre. La realidad es cuento de los agoreros. Ah, sí, son ésos de izquierda, los revoltosos, los inconformes que nunca estarán contentos.

En la ciudad, poco antes de ir a gritar diatribas contra las estupideces del gobierno, me reúno con Paco. Uno hace de pronto amigos a los que quiere insospechadamente, tanto a veces, que quizá no se dan cuenta. Paco es mi amigo, hace libros, los escribe, los reparte, los regala. Es un luchador social nato, belicoso, inteligente, en lugar de corazón tiene caldera. Yo le digo el Volcán. El Vesubio, el Krakatoa son pusilánimes a su lado: no para. Platico con él de lo que vi en la ventana del autobús, de la realidad cruda y de las mentiras en otra ventana, la amable, la seductora, de la televisión, de lo que calla y lo que esconde, de que no veo remedio y de que la cosa está de la chingada. El Volcán hace erupción, me regaña, quisiera darme de bofetadas pero se contiene porque es un pan. Ahí queda la cosa.

Luego viajo, pero en avión, y desde allí no se detecta la miseria, a otro sitio, ora para hablar de libros en una plaza muy hermosa, que tiene por centinelas árboles colosales y viejos. Alzan sus brazos fuertes al cielo en centenario rezo silencioso. A lo mejor no es rezo, sino reclamo: a los gigantes les choca que estemos allí, vendiendo globos y juguetes, libros y golosinas. La charla fluye. Bromeamos, la gente ríe y de pronto vivo en un cuadro del Señor Ayotl o de Manuel Lepe, soy un insignificante dibujito más en una congregación policroma y radiante. Anuncio de autobús. Estampa gobiernista.

De regreso vuelvo en mí. Veo barrios horribles, grafitis que, como meadas de perro, marcan territorio peligrosamente ajeno; muros de tabicón gris eterno, sus vértices erizados de varillas, gente triste. En la carretera niños barrigones de amebas, bosques talados, potreros que se mueren de sed, vacas enjutas. Pintas comerciales y basureros a cielo abierto por doquier. Nos detenemos en una caseta de peaje. Un soldado detrás de sacos de arena con fusil presto para matar. No sonríe. Vendedores de dulces con la tristeza pintada en un rictus eterno, desalientos de carne que venden un poco de azúcar para que otro endulce penas. La cosa está de la chingada, dicen con su silencio. Nadie compra sus dulces. Los voy encontrando en cada caseta, en cada gasolinera, en cada crucero, en cada calle. Ellos no salen en los anuncios de la tele, ni en los del autobús. Es como si la tristeza asomara de pronto porque sí, fantasmagórica, porque la cosa está de la chingada. Veo tristeza, derrota, desaliento, la elocuencia silenciosa del desamparo en la gente aunque luche y aunque reclame.

Sí, Volcán querido: la cosa está de la chingada.