La enseñanza moderna en 1889

Enrique Rébsamen

La enseñanza antigua no ha sabido nunca cultivar más que una de las facultades intelectuales, la memoria, y lo que hacía retener a los niños eran meras palabras, depositadas en la memoria cual comida indigesta en el estómago, sin que los niños jamás hubiesen logrado penetrar su sentido.

He aquí el principio fundamental de la enseñanza moderna, proclamado por primera vez por Pestalozzi, preconizado hoy por todos los pedagogos, y formulado nuevamente por Herbert Spencer: la enseñanza debe conformarse, en su orden y método, a la marcha natural, de la evolución física y psíquica del hombre.

En este principio estriba la llamada enseñanza intuitiva u objetiva, realizada por Pestalozzi y cuya importancia expresa con las siguientes palabras: observación e intuición, el fundamento absoluto de todo saber.

La enseñanza intuitiva u objetiva, conforme a la evolución mental en el hombre, trata ante todo de despertar en los niños percepciones claras de las cosas, basándose en la verdad psicológica de que no hay nada en el entendimiento que no haya pasado por los sentidos. Al efecto se deben presentar al niño los objetos mismos, y debe dársele oportunidad de adquirir un gran número de percepciones táctiles, gustativas, olfativas, auditivas y visuales. Lo que importa conocer son las cosas más que sus símbolos. Para la enseñanza del niño, debemos tener presente la máxima de Bacon: “Las palabras no nos dicen lo que son las cosas. Al conocimiento verdadero nos conducen tan sólo la observación y la experiencia”.

De la percepción se pasará más tarde a la abstracción. Pero este paso es difícil y requiere forzosamente que ya exista en la mente del niño un buen número de ideas claras acerca de las cosas que nos rodean, y que ya se haya ejercitado además a su juicio y raciocinio.

Al efecto, la enseñanza moderna trata de desenvolver, por medio de ejercicios convenientes y continuos, las facultades intelectuales todas del niño; la atención, observación y percepción, la memoria, la imaginación, el juicio y raciocinio, la abstracción y concepción, sin establecer preferencia entre ellas.

De los conceptos, por último, (se pasa) a la definición de los mismos. En la enseñanza antigua, la definición va al principio y constituye un conjunto de palabras impresas en el texto y que se incorporan a la memoria, pero cuyo sentido nunca pudo penetrar la mente del niño. En la enseñanza moderna, la definición va con el fin, no se encuentra en el texto, ni es la del maestro, sino los alumnos han de formularla como producto de su espontáneo trabajo intelectual.

La escuela antigua, la enseñanza rutinaria que ha dominado durante muchos siglos y mantenido a la humanidad sumergida en la más espantosa ignorancia y por ende en la miseria y el crimen, procede todo y por todo en sentido contrario de la moderna. Ella ha ensalzado indebidamente el valor de los conocimientos verbales, y ha proclamado la falsa ciencia de las palabras, de la que fue hija la filosofía escolástica.

La enseñanza antigua no ha sabido nunca cultivar más que una de las facultades intelectuales, la memoria, y lo que hacía retener a los niños eran meras palabras, depositadas en la memoria cual comida indigesta en el estómago, sin que los niños jamás hubiesen logrado penetrar su sentido.

El pobre niño no sabe sumar 15 + 28, pero ya le metieron en la cabeza unas cincuenta o sesenta definiciones acerca de cantidad, números enteros, quebrados, mixtos, polidígitos, abstractos, concretos, homogéneos, complejos, etc. etc. Y lo mismo en Física. Nunca le han hecho observar la manera de caer una piedra o pelota; o las burbujas que salen del agua. Y nunca lo han hecho reflexionar sobre tales fenómenos. Pero en cambio le piden definiciones sobre la impenetrabilidad y la porosidad, que las recita a la maravilla sin entender ni jota.

La enseñanza que recibe el niño en la escuela tiene en la mayoría de los casos una influencia decisiva sobre su porvenir. ¡Tenedlo presente maestros y formad hombres del presente y no del pasado! ¡Abdicad la rutina en nuestra enseñanza, e introducid los principios modernos! Sólo así formaremos una generación, intelectual, moral y físicamente vigorosa y robusta.

Extractos de “La enseñanza moderna y la antigua”, México Intelectual, Imprenta del Gobierno del Estado de Veracruz, 1889, en Enrique C. Rébsamen, Antología Pedagógica, Dirección General de Educación Popular, Gobierno del Estado de Veracruz, Xalapa, 1977.

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