Opinión
Ver día anteriorMartes 24 de noviembre de 2009Ver día siguienteEdiciones anteriores
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Andanzas

O Vertigo y Eimuntas Nekrosius

O

Vertigo es la compañía canadiense cuya creadora directora y coreógrafa, Ginette Laurín –quien además de bailarina y conferencista es maestra, inquieta creadora en el terreno del cine y video–, presentó en el Festival Cervantino una de sus obras tradicionales, La chambre blanche (La habitación blanca).

Creada en 1992 y recreada en 2008, la obra resume una poderosa corriente que impera en diversos continentes y constituye una ruptura violenta de formas y postulados estéticos, así como una especie de desenmascaramiento de valores sociales. Por tanto, muestra el lado devastador de diferentes situaciones, lugares o de gente que vive en la desesperación.

La chambre blanche se desarrolla en un enorme espacio inhóspito y frío que sugiere un truculento hospicio, un hospital siquiátrico o tal vez un internado, donde las criaturas se consumen en el horror de la incomunicación completamente fracturada entre mente y espíritu.

Botines, sobrios zapatos negros, batones y faldas o pantalones desiguales, ropa interior blanca y enormes calzones de algodón blanco de hombres y mujeres muestran cuerpos estremecidos en los que el movimiento dislocado, golpeteos insistentes o peligrosos saltos que trepan por los muros constituyen el lenguaje de nueve bailarines desquiciados en una habitación blanca, dentro de la cual dan rienda suelta a la estética del horror.

Los bailarines –ellas en ocasiones sur les pointes, siempre con calzones y brassieres blancos– son poderosos atletas y consumados actores, pues mientras alguna se desplaza de aquí para allá, otra, embarrada en la pared, rasca un huequito en el muro con el que habla sin parar, y otros más juegan con una extraña luz o claridad emanada de éste. Un bailarín más, con un salto descomunal, alcanza la altísima ventana por la que mira, sin lograr escapar.

Tal vez sea el cinismo imperante en la sociedad contemporánea lo que impide que después de ver la obra el público no salga llorando, histérico o vomitando. No obstante, la ovación no se hace esperar y todos los asistentes comentamos la obra, sin ánimo suicida.

La obra representa claramente una de las importantes tendencias de la danza de finales del siglo XX y principios del XXI con toda su descarnada realidad y protesta, así como con su valor indiscutible.

Tiene el valor y el talento de mostrar el cuerpo humano en un grito inmenso, dentro del desbarajuste a que hemos llegado.

Después de todo sólo hace falta echar una ojeada a las noticias del mundo –Medio Oriente, América Latina, Palestina, Chihuahua– para comprender que hemos perdido la capacidad de asombro, de indignación y misericordia. Nos hemos vuelto indiferentes o cobardes, o ambas cosas.

Por eso tal vez el teatro narrado, más que en movimiento, sobre las terribles historias de los niños soldados, parece cosa de todos los días, como en El Salvador, África y Colombia. En nuestra impotencia ya no se oyen tanto, ya están registrados en el dolor profundo.

Por su parte, Hamlet, de Eimuntas Nekrosius, con la extraordinaria compañía Meno Fortas, es un largo grito desgarrado de tres horas.

Trata los mismos males que la obra anterior: la codicia, el odio, la mentira y la angustiosa desesperación porque todo se lo lleva el diablo en el grotesco asesinato del amor y de toda forma de vida. Todo acomodado en su medida, en su tiempo exacto, en esa intensidad interna latente y amenazante, porque el destino está ahí, y ahí sigue y seguirá siempre.

Esto es lo que nos dice Eimuntas Nekrosius, genial director de inagotables recursos creativos, conocedor, sabio del movimiento escénico, de la expresión del cuerpo y de su lenguaje infinito. Danza y teatro cada vez más compenetrados y abordados en su esencia escénica, su verbo prodigioso y la elocuencia del movimiento.