Opinión
Ver día anteriorSábado 21 de noviembre de 2009Ver día siguienteEdiciones anteriores
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La Muestra

Gigante

Foto
Fotograma de Gigante, película del argentino Adrián Biniez
E

n la ciudad de Julia. Gigante, primer largometraje del argentino radicado en Uruguay, Adrián Biniez, más que una revelación es una bocanada de aire fresco. Una historia sencilla, narrada en el mejor estilo minimalista, totalmente verosímil y envolvente, con espacio suficiente para desarrollar de modo muy completo a sus dos protagonistas principales.

El realizador se hizo amigo en Montevideo de los realizadores Pablo Rebella y Pablo Stoll, creadores de un éxito de crítica y taquilla, Whisky (2004), y también de 25 Watts (2001), quienes le ayudaron a producir su primer cortometraje, 8 horas. En Gigante, Adrián Biniez, quien también fue integrante de una banda de rock pesado y empleado en un supermercado, narra la historia de una obsesión amorosa cobijada por el anonimato. El protagonista es un hombre llamado Jara (Horacio Camandule), con sobrepeso y fuerza descomunal, que trabaja como vigilante en un supermercado. Desde su cabina monitorea los pasillos y bodegas del establecimiento, sorprende los menudos robos de algunas empleadas en el servicio nocturno y también los excesos del encargado de piso que las maltrata e intimida a la menor infracción, accidente o descuido. Entre las empleadas distingue a Julia (Leonor Svarcas), una joven menuda, continuamente regañada por sus torpezas, de la que súbitamente se enamora. De ahí en adelante, el director referirá el modo en que el robusto Jara sigue por todo Montevideo al objeto de su deseo, sin que ella se percate siquiera de su existencia.

Una experiencia fílmica cercana a Gigante es la película del catalán José Luis Guerín, En la ciudad de Sylvia, la cual es narrada de modo extremadamente minimalista (sin diálogos, sin tramas secundarias, despojada de cualquier artificio). Aquella fascinante ronda urbana por la ciudad de Estrasburgo tiene en la cinta uruguaya ecos más cálidos y emotivos. Primero está el contraste físico de los personajes, algo que Biniez no transforma en caricatura, prefiriendo detenerse en la gran timidez con la que Jara protege de lejos a su amada, y en el empeño que hace por mejorar su imagen (tan en las sombras) mediante el ejercicio y la sorda competencia con un apuesto pretendiente de la empleada de limpieza. Sin ninguna intención de acoso sexual y sin la menor malicia, el hombre sigue a Julia en sus recorridos rutinarios por la ciudad a la manera de un animal fiel, temeroso de ser descubierto y rechazado. Esta faena de sabueso enamorado, permite al espectador adentrarse en la intimidad de un Montevideo alejado del color local, tan ordinario y desgarbado como el propio Jara, cuyo ánimo conoce demasiados momentos de melancolía. La cámara de Hernández Holz se mueve con soltura, pero también con precisión matemática, lo mismo en esos exteriores de la vieja ciudad deteriorada que en los flamantes pasillos del supermercado capturado siempre de noche. Julia es un personaje callado y discreto, pero con la gracia suficiente en una sonrisa para destemplar y obsesionar al forzudo garañón que en algún momento se decidirá a dirigirle la palabra. Una muestra sólida y muy cálida del actual cine uruguayo.