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Enrique Bunbury cerró el Hellville de Tour 09 con 89 mil personas en el Estadio Azteca

México, el único lugar del mundo donde no me siento extranjero

La primera vez que visité este país me sentí el Papa porque besé el piso; desde entonces no he dejado de venir, expresó

Del total de entradas sólo se vendieron nueve mil; lo demás fue gratis

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Era imprescindible hacerles este obsequio. Queríamos que fuera en el Zócalo, pero no se pudo, dijo Bunbury a los miles de seguidores reunidos en el AztecaFoto Roberto García Ortiz
 
Periódico La Jornada
Viernes 13 de noviembre de 2009, p. 8

No se supo si fue por la gratuidad del acto, por la fama que cosechó con los Héroes del Silencio, por el surco que ha labrado en solitario o por una combinación de todas estas causas, pero 89 mil personas profesaron a Enrique Bunbury un amor irracional/incondicional la noche del miércoles en el concierto que ofreció en el Estadio Azteca, con el cual clausuró su Hellville de Tour 09.

Se trató de un concierto de tres horas con acústica limpia y poderosa, que se gestó en el líquido cefalorraquídeo y bajó por la primera dorsal hasta llegar al santo orificio de la divinidad, para que los presentes sintieran ñáñaras. Claro, el amor fue correspondido por el zaragozano, quien después de tres canciones colgó su figura andrógina del atril del micrófono y soltó: “Queríamos estar aquí en vivo para agradecer a todos ustedes lo que nos han dado. Hace unos meses, cuando iniciamos esta gira, estuvimos en el Palacio de los Rebotes; después hicimos el Foro Sol; así que era imprescindible hacerles este obsequio. Queríamos que fuera en el Zócalo, pero no se pudo, y ahora estamos aquí, en el estadio más grande del mundo. ¡Nunca lo hubiera creído”.

Los elementos preludiaron un concierto lumínico que devino consagración musical, homenaje a José Alfredo Jiménez con El hijo del pueblo y El jinete, a los Héroes del Silencio con La chispa adecuada y a México.

Nunca extranjero

En otro momento, Enrique refirió: La primera vez que estuve en México, en 1992, me sentí el Papa, porque besé el piso... desde que bajé del avión tuve la sensación de haber vivido en este país en una vida anterior... eso sintió el idiota que está en el escenario y desde entonces no he dejado de venir... la siguiente canción habla de cruzar fronteras. Ustedes saben mucho de eso; México es el único lugar del mundo donde no me siento extranjero. Y soltó, precisamente, El extranjero, con la cual protagonizó uno de los mejores momentos del concierto.

En realidad fueron 89 mil 200 asistentes, si se toma en cuenta que un grupo de fanáticos organizó el portazo. Doscientos lograron su cometido, se regalaron 80 mil boletos y nueve mil, de la parte más cercana al escenario, se vendieron en 800 pesos con derecho a dos bebidas.

Cuando las luces del estadio se apagaron, cuatro minutos después de las 21 horas, la gritería generalizada no logró amenguar el sonido proveniente del escenario.

Enrique salió y cantó El club de los imposibles. Con su tradicional vestimenta negra, visionuda, y gafas oscuras, el cantante continuó la homilía/velada con La señora hermafrodita y Hay muy poca gente, que pareció broma, porque el Azteca estaba rebosante desde donde se viera.

Acto seguido interpretó Bujías para el dolor, Sólo si me perdonas y 200 huesos, con las cuales terminó el primer bloque; salió del escenario y regresó con una boa de plumas en el cuello, para interpretar con Sácame de aquí.

Luego del tema El extranjero siguió con Desmejorado, La herida, Alicia e infinito, con la cual aprovechó nuevamente para realizar un cambio de vestuario, que ahora consistió en un sombrero vaquero y camisa negra con estampado de estrellas rojas.

Brindis monumental

Continuó con El hombre delgado, , El rescate, Apuesta por el rocanrol y Lady blue; volvió a interpelar al público: “Muchas gracias México DF, fue un placer estar con ustedes; Hellville es suyo. Muchas gracias y hasta siempre”, palabras que motivaron una gran ovación con la que se retiró del escenario para cambiarse nuevamente; y volvió: Antes que todo me hubiera gustado hacer un brindis por todos ustedes, pero..., le ganó la emoción e hizo un gesto como si fuera a soltar las de cocodrilo, pero provocó otra fuerte ovación.

Retomó: Me han perseguido desde el Hard Rock, el Metropólitan, el Foro Sol y ahora en el Azteca; eso significa otro trago, uno más por todas sus madres, hijas y mujeres, por Julio y Corralejo; dijo el cantante empinándose el caballito de tequila, y soltó El por qué de tus silencios, Viento a favor y Si no fuera por ti; todo era fiesta.

Enrique volvió tres veces por la insistencia del insaciable público; en uno de los regresos presentó a sus músicos: Rober (bajo), Álvaro (guitarra), Ramón (batería), Jorge (acordeón y teclados) y Jordi (guitarra). Me gustaría invitarles un caballito, pero como no hay camareros esta noche simplemente tendré que tomármelo por ustedes, expresó el ex líder de Héroes del Silencio.

Después de homenajear a José Alfredo Jiménez con Hijo del pueblo y a su antigua banda con La chispa adecuada, regresó con una máscara de la muerte y dijo: No se vayan todavía, ustedes vinieron porque quieren un poco de rocanrol azteca, así que sigamos esta gran fiesta. Soltó El jinete, en la cual besó el piso del escenario, a lo Juan Pablo II, y rasgueó la lira con la lengua, a lo Hendrix. El público quedó satisfecho.