Opinión
Ver día anteriorMartes 10 de noviembre de 2009Ver día siguienteEdiciones anteriores
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La Muestra

El silencio de Lorna

Foto
Fotograma de la cinta belga
A

ntes de filmar sus éxitos de crítica más sobresalientes, El hijo (2002), Rosetta (1999) y El niño (2005), ganadoras estas últimas dos de la Palma de Oro del Festival de Cannes, los cineastas belgas Jean y Luc Dardenne habían realizado un drama realista poco conocido en México, La promesa (1996), sobre la inmigración clandestina y el dilema moral de un adolescente que jura a un trabajador gravemente herido velar por su esposa e hijo, oponiéndose a su propio padre, el patrón responsable del accidente.

Trece años después, el mismo actor joven (Jérémy Renier) tiene un papel protagónico en El silencio de Lorna, nuevo drama sobre la inmigración ilegal en Bélgica. Ahora él es Charly Moreau, el marido por conveniencia de la joven albanesa Lorna (Artha Dobroshi), a quien ayudará a obtener la nacionalidad belga a cambio de una retribución económica. Parte del acuerdo es aceptar después el divorcio a fin de que ella pueda contraer nupcias de nuevo, esta vez con un inmigrante ruso.

Su condición de heroinómano en busca desesperada de cura, incapaz sin embargo de lograrla, lo coloca en una situación de creciente dependencia frente a Lorna y una banda de trata ilegal de personas, que planea eliminarlo mediante una sobredosis. La joven deberá aceptar esta espiral de corrupción criminal u oponerse a ella.

De nueva cuenta están presentes los temas que interesan a los hermanos Dardenne: el negocio sucio, la traición, el desencanto, el largo trayecto de una redención y el retrato de una sociedad moralmente corrompida.

En El niño, Bruno (una vez más, Rénier) vendía a su hijo recién nacido y, tardíamente arrepentido, intentaba recuperarlo de nuevo. Aquí, Lorna se percata de su inclemencia hacia Charly y de su oportunismo tan semejante al de los traficantes, e intenta por todos los medios recobrar un mínimo de honestidad y proteger a su esposo, seriamente amenazado.

Los obstáculos a que se enfrenta semejan la materia de un filme negro, pero lo que en realidad domina en el relato es un empeño de reparación moral común a muchos otros personajes de los Dardenne. La cámara sigue obsesivamente los pasos de Lorna en la ciudad de Lieja; rara vez captura en tomas subjetivas lo que ella ve, sino de modo casi documental la forma en que ella es vista por los demás, como un animal acechado (en la ciudad, en un bosque, en la cabaña donde busca refugio); también como un personaje orillado al delirio, que pugna por encontrar la calidad moral que habrá de justificar su existencia. Huelga decir que Lorna no es una heroína tradicional ni tampoco una víctima expiatoria.

A través de este personaje alternadamente generoso y despiadado, súbitamente misericordioso, los hermanos Dardenne exploran el fenómeno de la inmigración ilegal en Europa, las estrategias de supervivencia de miles de personas, y la red de intereses creados que a diario deciden su suerte. Una realización soberbia, posiblemente la elección más afortunada de la Muestra.