Opinión
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La cocina de Luz y Fuerza

E

n 1999, cuando en México todavía algunos respetaban el trabajo como la mejor manera de dignificar a las personas, el entonces director de la Compañía de Luz y Fuerza del Centro, Alfonso Caso Aguilar, ideó el libro Un toque de sabor, en homenaje a sus trabajadores.

Ahí se reconoce que lograr que se encienda un foco lo mismo en la lujosa casa de una gran ciudad que en un pequeño jacal de una comunidad apartada; permitir que continúen funcionando la compleja maquinaria de una fábrica y un pequeño taller de costura; hacer posible que cada mañana se encienda un molino de nixtamal en un pueblo y se mantenga en servicio una extensa red de cómputo de una universidad, es una tarea titánica que no permite descanso.

Muchas veces estos trabajadores realizan sus tareas en los lugares donde se encuentran las líneas de transmisión que van de las plantas generadoras a las subestaciones, y de ahí a los pueblos y ciudades. En los campamentos han tenido que aguzar el ingenio para comer de la mejor manera. Muchos de los platillos que ahí surgieron han pasado por tradición oral, de generación en generación.

Un toque de sabor se acerca a estas recetas y al anecdotario que las rodea. María de los Ángeles Comesaña reunió en esta investigación un interesante conjunto de preparaciones. Pero va más allá, pues al introducir las recetas de cada campamento se reconstruye la historia de la generación de luz en México.

Hace más de cien años se construyó la presa de Necaxa. El 6 de diciembre de 1905 se inició la transmisión de energía eléctrica ininterrumpida a la ciudad de México. Desde entonces ha seguido trabajando esta planta, que por sus características técnicas vence al tiempo.

Muchos ingenieros y trabajadores deben recordar con gratitud, por su excelente cocina, a María de los Ángeles Chavarría, doña Queta, mayora de la cocina de las instalaciones centrales del departamento Necaxa. Comentó doña Queta en la entrevista que para ella la compañía es una gran familia.

Se presentan aquí las recetas de mole poblano y caldo de guajolote, de tamales de alverjón, los chiles en nogada, sabrosos molotes que se definen como tlacoyos pequeños que acompañan la cecina de la región, quesadillas de sesos, acamayas al mojo de ajo y pan de levadura. Hay también tacos de papatla, que es la comida que les preparan a los trabajadores en casa. Se dice de ellos que, entre más paseados, más sabrosos. Se trata de tacos sudados rellenos de pollo deshebrado cocinado en salsa sofrita de tomates y chiles verdes con ajo y cebolla. Se envuelven en hojas de papatla tatemadas (similares a las de plátano); así conservan su calor y ganan en sabor.