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Periódico La Jornada
Martes 10 de noviembre de 2009, p. 24

Apenas pasa un día sin que un nuevo estudio indique los beneficios de los ácidos grasos omega-3. Se les ha atribuido reducir la tasa de depresión, de enfermedad cardiovascular y hasta de homicidios. En embarazadas, el consumo de estas moléculas maravillosas se ha asociado incluso con un incremento del cociente intelectual del bebé por nacer. La industria de alimentos ha respondido a este alud de evidencias poniendo omega 3 en toda una gama de productos, desde leche para bebés hasta bebidas y margarina, con la esperanza de incrementar las ventas en tanto se beneficia la salud de consumidores obesos o enfermizos.

Sin embargo, hay una nube negra: no todos los omega 3 son iguales. Los buenos (ácidos grasos de cadena larga) vienen de fuentes caras, como el pescado. Los otros, mucho menos benéficos (ácidos grasos de cadena corta), vienen de aceites baratos como los de linaza y soya, así como de vegetales de hoja verde. No hace falta ser un genio para adivinar qué tipo de omega 3 han escogido algunos fabricantes poco escrupulosos para agregar a sus productos y así afirmar que rinden beneficios a la salud.

El problema de las cualidades dudosas de salud y nutrición se enfrenta ahora en ambos lados del Atlántico. La Administración de Alimentos y Fármacos de EU anunció el 20 de octubre pasado que endurecería la reglamentación sobre tales afirmaciones en las etiquetas y emitiría nuevas normas en 2010. En la Unión Europea, un proceso legislativo que comenzó en 2006 se acerca a su conclusión.

La legislación europea en cuestión se propone crear un marco legal para evaluar las afirmaciones sobre salud y nutrición. Una afirmación sobre salud es aquella en la que se dice que un producto contiene calcio o vitaminas, digamos, o que es alto en fibra. Una afirmación de salud se refiere a las supuestas consecuencias de una afirmación nutricional, por ejemplo, que el calcio que contiene ayuda a tener huesos sanos.

La Comisión Europea pidió a los estados miembros reunir información en todo el territorio para que se puedan evaluar todas las afirmaciones que se hagan sobre productos. La mayoría de las presuntas cualidades nutritivas fueron fáciles de manejar, pues se basan en hechos científicos bien establecidos, y se agregaron en un anexo a la legislación original. En cambio, las relativas a salud fueron un asunto tan complejo que se enviaron a un comité de revisión de la Autoridad Europea sobre Seguridad Alimentaria (AESA) para que las evalúe antes de incluirlas en la legislación.

El 1º de octubre, la AESA anunció sus decisiones sobre 523 de unas 4 mil afirmaciones. En dos de cada tres, las decisiones fueron negativas. En una, por ejemplo, el comité decidió que no había relación causal entre el consumo de extracto de cacao seco y el mantenimiento o logro de peso corporal normal.

También se dedicaron titulares al rechazo de 180 afirmaciones sobre los denominados ingredientes probióticos, los cuales son microorganismos vivos, como bacterias, a los que se atribuyen beneficios a la salud. En realidad, sólo 10 de esas afirmaciones fueron rechazadas de plano. Las otras 170 no pudieron evaluarse porque el comité carecía de información suficiente para caracterizar las cepas de bacterias que se utilizaron.

Según Miguel Fernandes da Silva, consultor de Servicios Europeos de Asesoría, firma que asesora la sobre la regulación de productos alimenticios, la decisión fue injusta. Al principio del proceso se juzgó que faltaba información sobre la mitad de las 4 mil afirmaciones originales y se dio tiempo para suministrarla. Esa cortesía no se extendió a muchas de las afirmaciones sobre probióticos y botánicos (extractos de plantas a los que se atribuyen beneficios a la salud), así que sus fabricantes no tuvieron oportunidad de proporcionar datos adicionales.

Fuente: EIU

Traducción de texto: Jorge Anaya