No podéis preparar a vuestros alumnos para que construyan mañana el mundo de sus sueños, si vosotros ya no creéis en esos sueños; no podéis prepararlos para la vida, si no creéis en ella; no podríais mostrar el camino, si os habéis sentado, cansados y desalentados en la encrucijada de los caminos.

La palabra de los niños:
Célestin Freinet

Magda Riquer

La frase del título es, si no un parteaguas en las ideas educativas, sí la formulación más clara y sugerente hasta entonces hecha de la educación centrada en el estudiante. Con ella, Célestin Freinet (1896-1966), maestro francés dedicado a la escuela rural, reconoció en los niños a seres pensantes capaces de articular su propia palabra.

¿Sus métodos? La educación en la escuela y las “clases-paseo”, la observación, la indagación y el conocimiento del entorno, la libertad de los niños para expresar espontáneamente sus dudas, intereses e impresiones, y la oportunidad de tantear en sus expresiones y soluciones.

En esto, la escritura tiene un papel fundamental ¿Cómo si no promover que los niños expliciten sus ideas? Freinet pone en marcha la imprenta escolar: los niños aprenden a construirla y manejarla; mejor aún, a redactar, corregir, ilustrar; se hacen escritores a la vez que editores e impresores de sus propios trabajos, sus libros de vida, relatos de su experiencia.

Y la cosa no queda ahí: envían sus libros a los niños de una escuela distante, para que disfruten los relatos que reciben, se entusiasmen por armar su propia imprenta y se animen, también, a compartir experiencias. Se trata de un intercambio en el que la escritura se convierte en herramienta fundamental para explicitar y ahondar en las propias ideas y vivencias, comunicarlas, relacionarse y establecer vínculos de amistad, además de que en el proceso se conocen mejor a sí mismos. ¡No poca cosa!!


Clase de Célestin Freinet en Saint-Paul de Vence, 1933

Freinet afirma que la verdadera educación debe seguir el curso de la naturaleza, no como lo hace la educación tradicional que sólo prepara para hablar, explicar, demostrar, sino para observar, experimentar, realizar, hacer. Con este fin, junto con la imprenta escolar, promueve el texto libre, la correspondencia interescolar, las asambleas escolares, los diarios de clase.

La escuela, escribe, “tiene que tomar a los niños tal como son, partir de sus necesidades, de sus intereses más auténticos y poner a su disposición las técnicas más apropiadas y los instrumentos más adecuados, a fin de que la vitalidad pueda ampliarse, desarrollarse y profundizarse en toda su integridad y originalidad”. El maestro, dice, ha de ser colaborador y guía, “el que sabe organizar, animar y dirigir el trabajo”.

Las ideas de Freinet, como las de otros pedagogos de la llamada Escuela Nueva, son un legado que sigue vigente. Casi cien años después están siendo demostradas por los hallazgos de las neurociencias en cuanto a la importancia de la experiencia en el aprendizaje. Resultan ser ideas prácticas que importa aplicar, sobre todo en estos tiempos de navegación y taquigrafía cibernética.

Pensemos en la formación que se podría promover si se fomentara la comunicación escrita entre los estudiantes de diferentes centros escolares, de tal modo que el intercambio sumara la riqueza de la experiencia, el gusto de compartirla y la belleza de la escritura a la facilidad tecnológica. En todo caso, permitiría superar la presión a enseñar y aprender sólo para los exámenes manifiesta en la crisis por los resultados de desempeño, mediante el sencillo y digno recurso de ceder la palabra a los estudiantes.

Para saber más:

Fernando Jiménez, Freinet una pedagogía del sentido común, México, SEP-Caballito, 1985.

Jesús Palacios, La cuestión escolar, México, Ediciones Coyoacán, 2002.

Magda Riquer es psicóloga social.

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