¿Qué ofrecemos los maestros
a nuestros alumnos?


Foto: Graciela Iturbide

Mauricio Santana Munguía

La Secretaría de Educación Pública propone evaluación. Evaluar los planes y programas, a los alumnos, las escuelas, a los profesores. Poner a todos en una gran competencia, en donde las escuelas oficiales resultan en desventaja. ¿Y, para qué evaluar?, ¿acaso así se resolverá el atraso de la educación en México?, ¿acaso la SEP se ha planteado para qué educar y considera realmente la situación de millones de niños y niñas que asisten a la escuela con la intención de “educarse”? La gran propuesta es evaluar; la evaluación como forma de control y medio de buen encauzamiento1.

Pero, los maestros, ¿qué podemos ofrecer? ¿Qué hay en nuestra experiencia que podamos contraponer a esa propuesta controladora y competitiva, sin espíritu y con intenciones disciplinarias? ¿Hemos pensado que a nuestros alumnos les podemos ofrecer las razones por las que nos empeñamos todos los días en nuestro trabajo, el conjunto de valores pocas veces apreciados y que sin duda dan sustento a nuestra actividad? Sí, podemos ofrecerles el respeto a los otros y la inclusión de los que nos son diferentes; la promoción de una vida feliz, que es a final de cuentas la razón por la que educamos y por la que vivimos; una nueva ética en relación con la naturaleza; una educación artística que promueve la creatividad y es fundamental en la formación de las personas; la realización de actividades significativas para los educandos y los maestros, y la promoción del uso enriquecedor de la lengua. En fin, ¡darnos la gran vida!

Todos los temas a desarrollar en la escuela, todas las materias, la educación en general, debieran estar encaminados hacia este objetivo supremo: conducir a los alumnos a una vida digna y feliz, y esto tiene que ver con el respeto y el conocimiento de sí mismo y del entorno.

El respeto fundamenta toda relación. En la escuela implica conocer y atender las particularidades de los niños, para responder a sus necesidades, interesarse en ellos y atender a su situación emocional, determinante de su desarrollo.

Una nueva ética en relación con nuestro entorno es esencial para formar en los niños una gran conciencia y preocupación por conservarlo. El estudio de la naturaleza implica la conciencia de que somos parte de ella, de que si la afectamos nos afectamos a nosotros mismos; ofrezcamos a los alumnos una actitud optimista para promover que propongan y participen en proyectos que aporten a su preservación

La creatividad es fundamental para su formación. Las actividades artísticas les abren posibilidades de expresión y representación de la realidad, promueven su autonomía, les llevan al reconocimiento del ser en cada obra hecha por otro ser, a la posibilidad de hacer como otros han hecho y a expresar y activar su inteligencia.

Está en nuestras manos ofrecerles actividades atractivas y significativas; situaciones didácticas pensadas para generar en ellos interés por el conocimiento. Debemos propiciar la experimentación, la construcción de modelos, el uso de materiales diversos, la elaboración de textos, todo aquello que les permita una mejor comprensión de los fenómenos, promover que los usen y los construyan en el aula, para alentar la libre búsqueda de respuestas a problemas que ellos o el maestro plantean.

Otro regalo es el lenguaje. Aprendemos a través de la palabra, y desde luego está en nosotros promover su uso. Chomsky tiene razón cuando dice que si el lenguaje de la persona es amplio, es amplia su comprensión universo, si por el contrario su lenguaje es limitado, así es como lo comprende. Como educadores podemos y debemos promover el uso adecuado y extenso de nuestra lengua: la lectura, el diálogo y la creación literaria tendrían que ser actividades cotidianas en el aula.

Para educar hace falta valor, como dice Savater, valor en el sentido ético del manejo de valores dentro del aula, pero también en el sentido de valentía para realizar la labor educativa, pues frente a los niños, los maestros representamos a la humanidad en su conjunto; expresamos su cultura, sus logros y fracasos, y por eso no nos pueden ser ajenas las situaciones conflictivas del mundo. Debemos educar en lo universal y lo específico, no olvidar nuestra historia ni las situaciones de nuestros pueblos. Debemos ser críticos y analíticos, para poder responder a nuestros alumnos cuando lo requieran y expresar –también con valentía– nuestro parecer.

Todo esto podemos dar los maestros. Al darnos la gran vida que significa dar clase con dignidad y conocimiento de nuestra labor atraemos a los niños a dársela ellos también, la gran vida que es el gusto por la búsqueda del conocimiento, los avances y los logros, la convivencia con sus compañeros, sus sueños y deseos de llegar a donde no ha llegado nadie más.

Mauricio Santana Murguía es profesor de educación primaria.


1. Michel Foucault, Vigilar y castigar, México, Siglo XXI Editores.

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