Opinión
Ver día anteriorMartes 3 de noviembre de 2009Ver día siguienteEdiciones anteriores
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Cervantino: músicas finales
G

uanajuato, Gto. Concluyó en esta atribulada ciudad del Bajío la versión de 2009 del Festival Internacional Cervantino. Como era de esperarse, la bacanal callejera fue tan deprimente como siempre, lo que no impidió que los conciertos finales del encuentro recibieran públicos numerosos y tuvieran buenos resultados musicales.

Para ejemplo, tres sesiones realizadas en el Templo de la Valenciana. El grupo mexicano Ónix (dirigido por Samuel Pascoe) y el Ensamble Contemporáneo de Montreal (bajo la batuta de Veronique Lacroix) unieron fuerzas para ofrecer el proyecto Puente de mariposas, consistente en siete obras (cuatro de Quebec, tres de México) escritas en 2009, cinco de ellas complementadas con video.

Entre las partituras de los compositores quebequenses destacaron especialmente Imago, de Martin Bédard, con un muy buen trabajo electroacústico y una buena interacción con su respectivo video, y la pieza titulada Pulsación, de Louis Dufort, para percusión y video, en la que se logró un muy buen trabajo de sincronía entre sonidos e imágenes, gracias a la concentración rítmica del percusionista Philip Hornsey.

Del lado mexicano, Wing of Wind, de Rodrigo Sigal, resultó quizá lo mejor del programa, gracias a la integración entre las imágenes, lo escrito para la flauta (a cargo de Alejandro Escuer) y los procesos electrónicos. Virtud añadida, el hecho de que la congruencia entre la música y la imagen fue lograda a partir de una inteligente y sutil correspondencia, y no del añejo vicio de mickeymousear los sonidos sobre las imágenes.

A su vez, Armando Luna presentó Juego de mariposas, pieza sólida, hiperactiva y de apretada trama sonora, muy en su estilo lúdico-ecléctico-neodesmadroso, que se vio beneficiada por la interpretación conjunta de ambos ensambles, que formaron una pequeña orquesta de cámara de muy buen nivel de ejecución instrumental.

Al día siguiente, el destacado violoncellista letón Mischa Maisky ofreció la primera, la segunda y la quinta de las portentosas Suites para violoncello solo de Johann Sebastian Bach, en un cálido recital de rendimiento sonoro insuperable.

Muchos fueron los méritos de esta ejecución de Maisky a las suites de Bach, pero uno de ellos me impactó de manera especial: su soberbio manejo de las sutilezas del tempo.

Si por un lado hay violoncellistas que se apegan de manera maniquea al pulso, como si el tempo barroco estuviera inmutablemente labrado en piedra, por el otro los hay quienes aplican a estas incomparables suites un rubato excesivo que puede quedarle bien a Chopin, pero de ninguna manera a Bach.

Por su parte, Maisky se tomó delicadas libertades con el tempo, aplicando en algunos puntos claves de su fraseo una respiración un poco más amplia, apenas una sutil coma en su elocuente discurso, logrando un flujo musical orgánico y flexible, sin contradecir el texto de las partituras. No hay música más pura que ésta; no es posible pedir una interpretación más inteligente y expresiva.

En el último día del 37 Festival Internacional Cervantino, se presentó el Ensamble Clément Janequin, agrupación francesa de enorme y bien ganada reputación, especialista en la polifonía vocal antigua.

Cinco voces y un pequeño órgano fueron suficientes para poner de manifiesto la altísima calidad de este grupo, fundado y dirigido por Dominique Visse, en un variado programa de música francesa y española del siglo XVI.

Excelencia y maestría indeclinable a lo largo y ancho de todo el repertorio, con un exquisito balance entre las tesituras vocales, con la potente y bien coloreada voz de contratenor del propio Visse flotando por arriba (pero nunca oprimiendo por encima) de las voces de sus colegas.

Lógicamente, lo más atractivo del programa estuvo en las efervescentes, precisas y elocuentes interpretaciones de tres piezas del epónimo Clément Janequin, en las que los numerosos efectos sonoros, onomatopéyicos e imitativos fueron manejados con gran soltura y claridad por el ensamble.

Aprecié especialmente su soberbia versión de La batalla de Marignan, asombroso cuento épico cantado, quizá la obra más conocida de Janequin, así como las extrovertidas versiones a dos delirantes y complicadas ensaladas de Mateo Flecha.