Opinión
Ver día anteriorSábado 24 de octubre de 2009Ver día siguienteEdiciones anteriores
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Los caciques; raíces y consecuencias
L

os caciques son hoy, y han sido en el pasado, personajes que han dañado mucho a nuestro país, constituyendo un lastre para nuestro desarrollo y para lograr mejores niveles de equidad y justicia social; su existencia misma está estrechamente vinculada a la corrupción. Ejemplos de ellos son la dirigente nacional del sindicato de maestros, los líderes regionales incondicionales a ella, otros supuestos líderes de trabajadores, un buen número de gobernadores y otro aún mayor de alcaldes, la lista podría ser interminable.

Conviene decir que en su origen, los caciques eran simplemente los gobernantes indígenas de los diferentes pueblos y grupos étnicos que poblaban las diferentes regiones del país antes de la llegada de los españoles; sin embargo, hoy en día el término es evidentemente peyorativo por las deleznables acciones asociadas con este tipo de personajes. Creo que nos cuesta trabajo entender por qué y para qué existen estos individuos, que desde luego no conforman para nada una especie en peligro de extinción, sino todo lo contrario, pese a su pésima imagen e historia. De hecho son un elemento estructural de la vida política de nuestro país y seguramente de muchos otros países.

En la realidad un cacique se distingue de un gobernante o líder en que para estos últimos, su compromiso es con la gente a la que gobiernan o dirigen y sus objetivos están orientados a lograr los mayores niveles de calidad de vida, de desarrollo y de equidad y justicia social para ellos; los caciques en cambio son individuos peleles, que gozan el poder gracias a compromisos con los intereses nacionales o extranacionales que dominan y actúan sólo para servir a quienes los han colocado en esas posiciones, con los beneficios de que gozan y al hacerlo poco les importa la suerte de las comunidades o grupos a quienes supuestamente debieran servir.

La estructura política de nuestro país ha permitido desde siempre la existencia de estos individuos, por las ventajas que han representado para el presidente de la República, para el gobierno de Estados Unidos, o para quienes han poseído el control político del país, trátese de la banca, de la alta jerarquía católica, del PRI o del narcotráfico. Su presencia asegura el control de regiones enteras o de grupos sociales, mediante la repartición de dádivas y castigos, de premios y del empleo de la violencia, todo ello siempre más barato que la solución de los problemas reales, pero cuya única salida es la continuación y crecimiento indefinido de esos problemas hasta alcanzar niveles de tragedia.

El fenómeno se repite hacia abajo: cada cacique sabe rodearse de subalternos que maneja con los mismos principios, de manera que el pueblo en general, y los diferentes grupos sociales en particular, no tienen otra opción que la de soportar y sostener todas estas estructuras parásitas y violentas, o sufrir las consecuencias de enfrentarse a ellas.

El precio que el país ha tenido que pagar a lo largo de su historia no ha sido sólo económico, sino también político y social; las consecuencias y los agravios están presentes en todo y así lo han estado por décadas y quizás siglos, llevándonos hoy a un escenario en el que incluso la continuidad de la vida nacional está en riesgo. Para entender esto, quizás sea necesario recordar un episodio triste y vergonzoso ocurrido hace varios siglos, cuando un grupo de 500 aventureros españoles, sin más apoyo que el de unos cuantos caballos, algunos cañones y no más de dos toneladas de pólvora, se pudieron adueñar de un país habitado por decenas de millones de indígenas.

Todo parece indicar que los elementos decisivos de ese episodio fueron los gérmenes portados por el grupo de aventureros como su arma más letal, así como la existencia de una estructura de vasallaje, en la que un solo pueblo ejercía el dominio de la región, mediante la violencia y el uso de una red de caciques con los que mantenían un férreo control político. Cuando toda esa estructura política se vio amenazada por un elemento externo de dimensiones insignificantes, la falta de solidaridad y los rencores surgidos en los grupos que habían sido agraviados por los mexicas mediante su red de caciques hicieron el resto.

En algunos artículos recientes en los que he propuesto la autonomía económica y fiscal de las entidades supuestamente federales, ante la excesiva y absurda centralización que está estrangulando al país, he sido criticado, con el argumento de que ello traería como consecuencia el fortalecimiento de los cacicazgos locales, cuando en realidad es todo lo contrario. La existencia de Elba Esther Gordillo sólo es explicable como resultado de una decisión de Carlos Salinas, ratificada luego por Zedillo, por Fox y ahora por Calderón, como una posibilidad real para ahorrarse todos los posibles problemas que las políticas de desatención a la educación les podría generar.

De la misma manera, la existencia de gobernadores que debieron ser removidos de sus cargos por irresponsables, corruptos o insensibles a los problemas de sus estados y que sin embargo continúan ejerciendo el poder, no tiene otra explicación que la existencia de poderes centrales interesados en que sigan en esos puestos por los mecanismos de control que su permanencia les asegura a los poderes centrales.

Mientras como sociedad no tengamos la voluntad política y la visión para eliminar los mecanismos y las causas que engendran la existencia y la permanencia de los cacicazgos, el problema no desaparecerá, independientemente de quien gobierne. Nosotros los pobladores de esta nación hemos venido repitiendo la experiencia de nuestros antepasados, pensando que los españoles representaban la gran posibilidad de librarse del vasallaje de los mexicas, tal como sucedió en el año 2000, cuando la sociedad creyó que entregarle el poder al PAN representaba la posibilidad de cambio, sin que nadie se preguntara si esto sería posible sin cambiar primero otras cosas.

Una señal de hartazgo de la sociedad mexicana ante la terquedad de los últimos gobiernos de querer continuar imponiendo su voluntad por la vía de los caciques está presente en el innegable respaldo popular a la lucha de los electricistas. Quizás sea tiempo de que comencemos a ver el fondo de los problemas más que los factores y actores inmediatos.