20 años

En octubre de 1989 apareció en la ciudad de México la revista México indígena, nueva época. Hasta entonces había sido una publicación oficial del Instituto Nacional Indigenista (INI), pero al llegar la nueva administración salinista, ésta decidió ponerla en manos de la sociedad civil, como parte de un plan que consistía en ciudadanizar ciertas instituciones. Se pretendía algo así como entregar el INI a los pueblos indígenas. El plan se abandonó de inmediato por parte del salinismo; de hecho, se siguió el camino opuesto. La institución se fortaleció, y como punta de lanza del programa Solidaridad, madre de todos los pronasoles, tuvo y distribuyó más recursos que nunca.

Pero México indígena se les quedó fuera, documentando la “civilización popular”. Durante dos años, en medio de crecientes diferencias con las políticas del INI, la revista se publicó cada mes. Pronto, el título se volvió un problema para todos. Para nosotros era incómodo pues permitía asociarnos, falsamente, con el organismo gubernamental. Por supuesto, siendo una publicación fundada por Juan Rulfo, no tenía un nombre que pudiera avergonzarnos.

Para el INI era casi peor. México indígena ya iba sobre la senda del movimiento indígena independiente, que por entonces crecía por todo el país, a pesar de la represión brutal y el desdén de la sociedad mayoritaria. O sea, lejos de los lineamientos institucionales, que mejor se aplicaron a desmantelar las leyes agrarias de la Revolución para abrir paso al neoliberalismo. El título les pertenecía, y por lo tanto seguía siendo asociado al ini, así que cuando llevábamos 24 entregas nos avisaron que no les interesaba seguir con el proyecto.

Fue un alivio. Sin perder el paso, en octubre de 1991 salió el número uno de Ojarasca, también en forma de revista, que “salía el día menos pensado de cada mes”. Como tal se publicaron 46 números más, hasta junio de 1996. Eso permitió cubrir con amplitud el levantamiento indígena zapatista de 1994, sus raíces y sus consecuencias, y documentar los debates de la hora, como el de la autonomía de los pueblos indígenas.

La publicación dejó de aparecer, pero el equipo editor se mantuvo ocupado acompañando el proceso de diálogo de San Andrés Sakamch’en entre el gobierno federal y la comandancia del EZLN, que había sumado a la mesa de negociaciones a decenas de comunidades y representantes indígenas de todo el país. Pudimos observar el nacimiento del Congreso Nacional Indígena en 1996, y el desvergonzado incumplimiento gubernamental con los Acuerdos de San Andrés.

En mayo de 1997, La Jornada nos abrió sus puertas e incorporó Ojarasca a sus suplementos mensuales. Éste es el número 150 en esa calidad, un buen momento de celebrarlo de la mejor manera posible: agradeciendo.

La deuda fundamental del suplemento Ojarasca es con los pueblos indígenas de México, y también del resto de América. Nos han enseñado sus caminos, y hemos tenido el honor de acompañarlos. Sus pensamientos, sus denuncias, sus historias, su poesía, sus luchas han sido, y son, nuestra materia de trabajo. Siempre que es posible, son ellos mismos nuestros autores, y cuando mejor nos va, en sus propias lenguas.

Pero también agradecemos a los muchos colaboradores periodistas, especialistas y traductores de México, América Latina y Estados Unidos que han alimentado nuestras informaciones. Un lugar especial lo ocupan las decenas de fotógrafos vivos y muertos que han enriquecido nuestras páginas, a sabiendas o no, durante dos décadas. Conocidos y desconocidos. Todo un mundo de miradas y registros: el retrato clásico, el fotoperiodismo, la fotografía autóctona, la creación experimental. Gracias a su lente, hemos podido ver todas las fronteras que sitian a los pueblos, sus rostros y sus vidas.

También estamos en gratitud con los compañeros trabajadores de La Jornada que cada mes participan en la elaboración y publicación de este suplemento. Y con nuestros lectores, pues tenemos la sospecha de que existen.

Veinte años después seguimos en el mismo compromiso con los pueblos de México y América, con el respeto que nos merecen y la dignidad que nos enseñan.

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