Ahora soy prisionero político

de Barack Obama

 

Leonard Peltier, dirigente anishinabe-dakota-lakota, fue falsamente acusado en los años setenta de asesinar a dos agentes del FBI tras una serie de incidentes donde los paramilitares del jefe de la reservación Pine Ridge, Dick Wilson, dispararon más de 250 mil balas contra un plantón en la comunidad de Wounded Knee (famosa por ser escenario de una terrible matanza de 300 indígenas en 1890). Asesinaron a dos manifestantes. Tras la muerte de los dos agentes, nunca esclarecida, a Peltier le fabricaron evidencias, lo juzgaron con innumerables irregularidades y fue condenado a dos cadenas perpetuas en junio de 1975. Junto con Mumia Abu Jamal, es uno de los dos prisioneros políticos más importante de Estados Unidos y su caso inquieta porque su causa no volverá a ser revisada hasta 2024. Desde que comenzamos el proyecto que hoy es Ojarasca, hemos apoyado la demanda de libertad para Leonard Peltier. Su sabiduría y su anhelo de justicia son vigentes y necesarios. Presentamos los principales pasajes de su carta, al enterarse de la negativa de la Comisión de Libertad Condicional a excarcelarlo en agosto pasado.

 

Una vez más, el departamento de Justicia estadunidense hace burla de su pretencioso y pesado título. Su comisión de libertad condicional considera que mi liberación “promovería faltas de respeto a la ley”. Eso sí, liberaron a una de las discípulas originales de Charles Manson, líder de un culto de la muerte: Lynette “Squeaky” Fromme (mujer que intentó dispararle al presidente Gerald Ford).

Si tan sólo el gobierno federal hubiera respetado sus propias leyes, por no mencionar los tratados que según la Constitución estadunidense son ley suprema, nunca me habrían condenado ni forzado a pasar más de la mitad de mi vida en cautiverio. Pero todas las leyes de este país se hicieron sin el consentimiento de los pueblos nativos y se aplican con inequidad a nuestras expensas. Tan sólo mi experiencia me hace cuestionar seriamente la supuesta jurisdicción del FBI en territorio indio.

La frasecita de la comisión de libertad condicional la soltó Drew Wrigley, procurador que espera llegar con la caballería del FBI a la gubernatura de Dakota del Norte, siguiendo los pasos de William Janklow, cuya carrera política comienza con su reputación de combatiente de indios, desde su puesto de procurador tribal (donde se dice que violó a una menor). Hay quien recuerda que Janklow se ufana de haber disuadido al presidente Clinton de perdonarme.

Debemos ser realistas y organizar, como naciones, nuestra propia libertad y equidad. Si nos organizamos como bloque de votantes, podríamos derrotar la competencia entre ambas Dakotas para ver cuál es más racista. En los años setenta nos vimos forzados a levantarnos en armas para afirmar nuestro derecho a la supervivencia y la legítima defensa propia. Ahora nuestra guerra es de ideas. Debemos de enfrentarnos a la colonización y la opresión armadas con nuestro cuerpo y nuestra mente. Las leyes internacionales están de nuestro lado.

Al entender las tres libertades condicionales que a nivel federal se concedieron recientemente, puede ser que mi crimen más grande sea el ser indio. Pero la más grave de mis ofensas es ser inocente. En Irán a los prisioneros políticos algunas veces los liberan si confiesan cargos ridículos por los cuales fueron arrastrados a juicio, para así desacreditarlos e intimidarlos. El FBI y su maquinaria de rumores han sugerido que en mi caso era lo mismo. Ya en 1993 la comisión de libertad condicional dictaminó que la base para negarme la libertad condicional era mi renuencia a confesar.

Apelar a que soy inocente es sugerir que el gobierno comete un error, si no es que él mismo es culpable. El sistema judicial estadunidense se basa en que el defendido no es castigado tanto por el crimen mismo sino por rehusar o aceptar los arreglos de apelación que se le ofrezcan, o por atreverse a forzar al sistema judicial a concederle, como acusado, el derecho de contradecir los cargos levantados por el Estado en el juicio real. Tal insolencia es castigada invariablemente con peticiones de que se prosiga con el caso hasta lograr la sentencia más aguda posible, o que el proceso se aparte de los lineamientos de sentencia, para ir descartando todas las posibilidades, incluida la libertad condicional.

Hace apenas unos días, en el caso contra Troy Davis, la Suprema Corte de Justicia reconoció la posibilidad de que se escuchara su alegato de inocencia, con base en legítima defensa. Al igual que los testigos coercionados a declarar en mi contra, los que testificaron contra Davis se retractaron de sus declaraciones y, no obstante, Davis estuvo a punto de ser condenado a muerte. Yo podría estar muerto ahora de no ser porque el gobierno canadiense exigió un renunciamiento a la pena de muerte como condición para extraditarme.

Al viejo orden lo representa muy bien el magistrado de la Suprema Corte, Antonin Scalia, quien en su opinión de disenso en el caso Davis afirmó: “Esta Corte jamás ha sostenido que la Constitución prohibe la ejecución de un acusado convicto a quien se le ha sometido a un juicio completo pero que luego fue capaz de convencer de su inocencia, ‘de hecho’, a una corte de apelación. Muy por el contrario, en repetidas ocasiones hemos dejado la cuestión sin resolver, expresando dudas considerables de si cualquier apelación sobre la base de una supuesta ‘inocencia de hecho’ debe ser reconocida constitucionalmente”.

El senador de Dakota del Norte, Byron Dorgan, ahora presidente del comité senatorial en Asuntos Indígenas, utilizó casi el mismo razonamiento al escribir: “Nuestro sistema legal ha encontrado a Leonard Peltier culpable del crimen por el que fue acusado. He revisado el material del juicio, y considero que el veredicto fue justo y equitativo”.

Qué aseveración tan bizarra e incomprensible para los nativos, que la inocencia y la culpabilidad sean meras condiciones legales y no estén enraizadas necesariamente en hechos materiales. Es de un verismo extremo que a todos los presos políticos los han condenado por los crímenes de los que los acusaron.

El gobierno quiere que yo confiese con falsedad para poder validar una operación de inculpamiento, tan  torpe que ventilarla sería abrir la puerta a que se investigue el papel de Estados Unidos en el entrenamiento y equipamiento de escuadrones de paramilitares para suprimir movimientos de base en Pine Ridge contra una autoridad dictatorial y títere.

En Estados Unidos, por definición, no hay prisioneros políticos, sólo presos juzgados como es debido en una corte judicial. Sería muy controvertido que incluso públicamente se contemplara que el gobierno federal es capaz de fabricar y suprimir evidencia para derrotar a sus enemigos políticos: un hecho demostrable en cada una de las etapas de mi caso.

Ahora soy prisionero político de Barack Obama y espero y rezo para que él se apegue a los ideales que lo impulsaban en su campaña presidencial. Como Obama mismo aceptaría, no podemos esperar a que él resuelva nuestros problemas. Sólo si nos organizamos en nuestras comunidades y presionamos a nuestros supuestos líderes podremos lograr los cambios que todos necesitamos.

Les agradezco a todos los que me han apoyado durante todos estos años. Nunca debemos perder la esperanza en nuestra lucha por la libertad.

 

En el espíritu de Caballo Loco

Leonard Peltier

 

(Traducción: RVH)

 

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