Un poco de historia

Magda Riquer Fernández

No sólo “hay que conocer la historia para no repetir sus errores”, también conviene conocerla para inspirarnos en sus aciertos…

Hace un siglo Francesc Ferrer i Guàrdia (1859-1909), pedagogo catalán, fundador del movimiento Escuela Moderna, nos advirtió que el capitalismo insolidario y ecológicamente devastador tendría que ser contrarrestado por una acción que pusiera la razón y los avances científicos al servicio del ser humano y de su felicidad, para construir una tierra de hombres más justa y fraterna.

La Escuela Moderna proponía una enseñanza científica y racional, con el fin de “hacer de cada mujer y de cada hombre un ser consciente, responsable y activo, capaz de determinar su voluntad por su propio juicio, asesorado por su propio conocimiento, más allá de las consignas y la propaganda de los medios de comunicación y educación que se encontraban en las manos de los modernos forjadores de programas políticos”. Buscaba promover “la razón natural, la que se deduce de las verdaderas necesidades humanas, opuesta a la razón artificial del capital y de la burguesía que, aplicada a la pedagogía, propicia la alienación y la sumisión. Frente a la violencia física y mental, hay que reivindicar la ausencia de premios y castigos en la escuela, así como la supresión de exámenes y concursos”.

Apostaba también por una coeducación de clases sociales, donde ricos y pobres “puestos unos con otros en contacto en la inocente igualdad de la infancia, alcancen el supremo objetivo de una escuela buena, necesaria y reparadora”. La coeducación de clases y de sexos constituía la solución óptima para romper con “la conservación del privilegio y el aprovechamiento de las ventajas que ofrece la escuela de pago; y con la rebeldía y el odio de clases que una escuela honestamente planteada para niños pobres debía enseñar”.

Muchos de los postulados de este modelo, que se llamó también Escuela Nueva o Escuela Racional, han pasado al patrimonio común, otros han sido superados, algunos eran quizás exagerados y otros erróneos; sin embargo, no dejan de ser inspiradores para una práctica de intervención educativa humanizadora, que desde hace un siglo y hoy más que nunca reclama su espacio si queremos consolidar nuestra débil democracia.

PARA SABER MÁS:

Carlos Martínez Assad, Los lunes rojos, México, SEP-Caballito, 1986.

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