La equivocación, sin comillas, es no advertir, en una reforma que se llama integral, que la desigualdad social asociada a la educativa genera autopistas, carreteras y veredas a los jóvenes en su tránsito educativo, por no hablar de los 40 de cada 100 que se van al barranco. No hay puentes. Es más que un olvido.

El hijo de en medio
La educación media ¿superior?

Eusebio Fernández

Del grande recuerdan todos los detalles; el pequeño es tan gracioso y ¿el de en medio? Por ahí ha de andar. No es fácil ser el segundo de tres hijos. Se es uno dividido entre dos.

Así ha estado desde hace décadas el nivel previo a los estudios superiores. Hasta el nombre ya no le queda: Educación Media Superior. Eso era lógico cuando la educación básica llegaba hasta primaria, la secundaria era la parte baja (inferior) de la media y el siguiente paso, la “media superior”. Cambiaron las cosas, la secundaria ya es parte de la básica, y se le sigue llamando como antes. No tiene nombre propio. Urge escribir un ensayo: “Por una Educación Media sin adjetivos” Como la democracia. Incluso en la SEP la subsecretaría respectiva es de educación media superior. Las palabras no son triviales.

Es el tramo escolar con más abandono de los estudios. En 2007, la cifra era del 40%. ¿Por qué se iban? La primera razón no era la situación económica como podría esperarse, sino que esa escuela es aburrida, no les gusta: es un fardo. Mil veces mejor el billar.

Un ciclo sin identidad, como para mandarlo a terapia, pues a veces es (o era) un grado académico: el bachillerato; en otras un paso preparatorio, la prepa, para luego ir a la Universidad Nacional o la del estado respectivo; si se vivía por el norte del DF, el camino era vocacional, la voca, para entrar al Poli. Más adelante, se inauguró otra modalidad: “propedéutico” o “terminal”, a la carta. Dos destinos, una escuela: en el primer caso, como una prepa o voca pero no del todo y, en el segundo –con ese fúnebre mote de terminal–, con destino inmediato al trabajo, aunque no hubiera. Así fue (o es) el Colegio de Bachilleres y hasta hubo uno, el CONALEP, que era sólo proveedor de funerarias: terminal a secas. Unos años después lo hicieron bipolar. De nuevo, urgido de terapia.

Hay 200 programas distintos, inconexos: de segundo en Bachilleres no se puede pasar a segundo en el CCH (otra modalidad de los setenta): a empezar de nuevo. Y de los que salen, nomás la mitad siguen en la superior. ¿El resto? Al empleo precario, a la zona gris de la informalidad, al hoyo de no tener a dónde ir con una credencial, o al desempleo: 8.5% en el grupo de 18 años.

La cosa no está bien. ¿Soy ave de mal agüero? Todos los datos provienen de un artículo de Miguel Székely, subsecretario de Educación Media Superior, publicado el 10 de octubre del 2009 en Campus Milenio. Ha de saber de lo que habla.

Y dice: en ese nivel de estudios se consolida la ciudadanía, pues se entra de 15 y se sale a tramitar la credencial de elector; además, se aleja a los muchachos de las adicciones y aprenden, lo que ayudará a su futuro y el del país. Urge una reforma y ya está en marcha.

La llama “un proceso de cambio estructural”. Será creado en breve el Sistema Nacional de Bachillerato (SNB), pero no se trata de unificar las cosas, sino de articular o al menos conectar la diversidad. Se propone centrar las cosas en el aprendizaje, no en la memoria; definir las cinco modalidades para ofrecer el servicio (en la que se va a clases, la intensiva, la virtual, la mixta y la autoplaneada); instrumentar la educación por competencias, y un sistema de acreditación.

Habrá un marco curricular común en el país. ¿Qué es eso? Pues organizar el bachillerato sobre tres tipos de competencias: genéricas –para todos– las que tienen que ver con las disciplinas a estudiar y las profesiones que se enseñarán, éstas dos al libre albedrío de los subsistemas. En este ciclo escolar 2009-2010, voluntariamente, cada bachillerato podrá solicitar su ingreso al SNB. Para entrar, deberá ser evaluado y se organizarán los mecanismos para ello. Todo muy pronto. Ya casi.

Es interesante saber que hay interés por el nivel medio, por los tres años en que no se es ni alumno de básica ni señor universitario. Tres años merecen tres preguntas:

1. ¿Por qué, de nuevo, organizar un sistema nacional en lugar de tantos como estados, regiones educativas o áreas metropolitanas tenemos? ¿Y un consejo, sólo y único, para evaluar el nivel, o para decidir qué organismo evaluador es bueno y cuál no en todo el país? No es coherente afirmar las bondades del federalismo, como se dice en el artículo, y hacer, o intentar hacer, un sistema centralista. Es más que un riesgo.

2. No se atiende un problema central: los 200 programas distintos se pueden agrupar en tres tipos de trayectorias escolares segmentadas: de escuelas básicas de élite económica a bachilleratos de la misma estirpe conectados con universidades privadas lujosas (pase directo vía recursos). De escuelas básicas, públicas o privadas, a bachilleratos públicos de universidades federales o estatales de buena calidad relativa (pase directo o indirecto vía calidad educativa previa y más allá del bachillerato). De escuelas básicas, públicas o privadas, a bachilleratos públicos o privados sin promesa previa de alcanzar la universidad (pase difícil a la educación superior por opción previa “equivocada”). La equivocación, sin comillas, es no advertir, en una reforma que se llama integral, que la desigualdad social asociada a la educativa genera autopistas, carreteras y veredas a los jóvenes en su tránsito educativo, por no hablar de los 40 de cada 100 que se van al barranco. No hay puentes. Es más que un olvido.

3. ¿Reforma integral? Ha lugar a dudas. ¿Reforma centralista y meramente formal? Es muy probable. ¿No hay nada qué hacer? Claro, es vital, mas la condición primordial es reconocer que un sistema no existirá por simple decreto o acuerdo formal de las autoridades. Székely dice que el cambio estructural: […] ha sido posible gracias a la confluencia de cuatro grupos de actores: las autoridades educativas estatales, las autoridades educativas de las instituciones de educación superior [...], el Poder Legislativo y las autoridades educativas federales. A mi juicio, ha olvidado a los que hacen posible cualquier cambio en serio en materia educativa: ¿Dónde están los profesores en esta propuesta? ¿No tienen algo que decir? ¿Les darán cursos un fin de semana para que sean parte del SNB y, al siguiente día, enseñen competencias, sea lo que sea que signifique esta palabra hoy tan de moda? Es más que un error.

Eusebio Fernández es profesor jubilado.

Para saber más
www.reforma-iems.sems.gob.mx

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