Opinión
Ver día anteriorSábado 19 de septiembre de 2009Ver día siguienteEdiciones anteriores
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Alondra de la Parra y la OSEM
C

uautitlán Izcalli, Méx. El teatro San Benito Abad del Centro Escolar del Lago en esta localidad mexiquense es un auditorio muy moderno, muy extraño, un tanto frío e inhóspito, y es la sede de los conciertos dominicales de la Orquesta Sinfónica del Estado de México (OSEM).

Hace unos días, en este escenario, la OSEM tuvo como directora huésped a Alondra de la Parra, en un concierto cuyo resultado general y logros particulares resultaron más que estimables. En lo que se refiere al contexto, lo más notable fue que brilló totalmente por su ausencia el séquito mediático, de promoción, y en ocasiones político, que suele acompañar las presentaciones de Alondra de la Parra. Ello permitió, venturosamente, que todos los involucrados (directora, orquesta, público), nos dedicáramos por entero a la música.

Otra virtud de esa sesión sinfónica: un interesante y bien balanceado programa que no incluyó caramelos musicales para agradar el estragado paladar del público.

Para comenzar, una buena versión de la fanfarria orquestal Short ride in a fast machine, de John Adams. Pieza de carácter extrovertido y explosivo, fue dirigida por Alondra de la Parra con especial concentración a su elemento más delicado, el inexorable pulso rítmico de engañosa (y peligrosa) sencillez. Fue quizá esa concentración la que no permitió que la directora soltara por entero las riendas a la OSEM para hacer cimbrar el auditorio, como creo que debe ocurrir cuando se ejecuta esta divertida y poderosa obra que quita el aliento.

No dudo que ello ocurrirá cuando el asunto del pulso quede resuelto de manera automática. La obra con solista de este programa fue una bienvenida novedad, el Concierto para violoncelo de William Walton, interpretado por el violoncellista de origen griego, Christophor Miroshnikov. Se trata de una partitura sólida y atractiva, llena de riquezas sonoras y hallazgos de orquestación, y en mi opinión es un concierto mucho más interesante y expresivo que el multiprogramado Concierto de Edward Elgar.

La directora dio cuenta de sus avances en el difícil arte de acompañar solistas, manejando con mano segura a la orquesta y permitiendo el protagonismo cabal del solista durante casi toda la obra. A su vez, Miroshnikov tocó el Concierto de Walton con autoridad y sonido de muy buena presencia, aplicando la dosis necesaria de pasión y energía, pero sin excesos manieristas. Inteligentes y sensibles, también, sus gradaciones dinámicas, desde los delicados y expresivos pasajes con sordina, hasta las más robustas y energéticas frases de la obra del compositor inglés.

Para la segunda parte de su programa, Alondra de la Parra presentó dos suites orquestales extraídas de sendas partituras escénicas: las Danzas sinfónicas de West Side Story, de Leonard Bernstein, y la segunda de las suites de El sombrero de tres picos, de Manuel de Falla.

La de Bernstein es una partitura que la directora conoce bien y dirige con frecuencia, lo que se hizo evidente en esta ejecución, en la que se nota una mayor soltura en el manejo de los ritmos y las inflexiones populares de diverso origen que habitan esta obra.

Por otra parte, en la pieza de De Falla, la batuta de De la Parra sirvió sobre todo para enfatizar los perfiles bailables de la seguidilla, la farruca y la jota, y para proveer sugestivos contrastes dinámicos. Fue evidente la cercanía de la OSEM con este tipo de repertorio español, que es materia musical cercana a su director general, Enrique Bátiz.

La impresión general fue la de una buena química con la mayoría de la orquesta y, sobre todo, un sostenido progreso en el trabajo de dirección de Alondra de la Parra, en el que se perciben el estudio, la preparación y la concentración aplicados a la música en turno. Resultado: más matices, más detalles, más contrastes.

Como siempre, fue claramente apreciable la disciplina y el buen nivel de la sinfónica mexiquense, así como su habilidad y colmillo para sortear y superar condiciones acústicas menos que ideales, como las del teatro San Benito Abad. Y de nuevo, un destacado trabajo de los primeros atriles de la orquesta, en esta ocasión flauta, oboe, corno y trompeta en lo particular.