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Los maestros remasterizados
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Periódico La Jornada
Sábado 19 de septiembre de 2009, p. a19

Es glorioso.

Luego de revisar, re-estudiar, escuchar durante días y días, gloriosos días, las distintas ediciones, desde los discos de acetato hasta los distintos cidís, sin dejar de lado los casetes, de Los Beatles, el resultado de escuchar –más gloriosos días– todos esos discos pero ahora en su novísima edición, remasterizada, puede resumirse en una sola frase: es glorioso.

Porque se escucha diferente, más nítido, con relieves, matices, guiños, magia. Para ponerlo en términos científicos: se escucha pocamadre.

¿Para qué comprar otra vez todos los discos de Los Beatles si ya los conocemos, de cabo a rabo, todos, incluyendo las más raras de las rarezas, como aquellas loqueras solistas de John Lennon que se salen de lo comercial, lo conocido?

La respuesta está en el viento que sopla en estos días lluviosos cuando se confunden las gotas del poema que escribió John Lennon y tituló Across the universe, con las gotas de lluvia que chocan contra la ventana.

Es una respuesta amplia, abierta, rica en significados, tantos que se pueden escribir ensayos enteros, distintos a todo lo que se ha escrito hasta el momento.

Por lo pronto vale la pena atender al menos algunos puntos importantes, que resultan de escuchar el opus íntegro bitlemaniano como si se tratara de la primera vez, porque precisamente ese es el logro máximo de esta remasterización magistral: los ingenieros de sonido se acercaron bastante a su cometido: lograr que el disco compacto se escuche con la calidad –inigualable hasta el momento– del disco analógico, es decir, de acetato, que fue como escuchamos por primera vez, hace tato, a Los Beatles: en discos de acetato y con una calidad hoy (casi por completo) recuperada.

Lo que tenemos entonces ahora es una recuperación en distintos sentidos: recuperamos el sonido original, el cómo sonaban Los Beatles cuando grabaron esos discos, pero en realidad lo que se recupera es el sentido musical de ese fenómeno de masas que cambió al planeta entero.

Lo más venturoso de todo esto es el retorno de la capacidad de asombro hacia el escucha, el placer de oír, el disfrute del mensaje sonoro.

Lo anterior parece una perogrullada. Lo es en la realidad de lo que se ha convertido buena parte de la industria de la música. En la era de lo audiovisual pareciera que la capacidad de asombro, el placer de oír, el disfrute del mensaje sonoro no cuenta para nada frente al poder de la imagen, la conversión de símbolos en objetos icónicos, la reducción al absurdo de la mercancía.

La redición remasterizada de todos los discos de Los Beatles desmiente lo anterior y recupera el asombro, el disfrute, el placer. No resulta entonces perogrullesco sino una gran verdad decir que quien escucha la música de Los Beatles tiene oído musical, buen gusto, capacidad de asombro y de placer y le viene viniendo guango que para muchos El Cuarteto de Liverpool sea el equivalente a una tienda departamental, un objeto de consumo, un mero referente nostálgico. ¡Patrañas!

He ahí la gran música: el canto profundo del violonchelo, el corno francés, hiperwagneriano en Yo soy la Morsa; la orquesta de metales a profusión en el canal izquierdo del estéreo mientras en el derecho suena un cuarteto de cuerdas al más puro estilo vienés en el track 13 del álbum Revolver, que junto con Rubber Soul inauguró la era de las grabaciones multi-track.

Y he ahí la poesía: mientras el extraordinario melodista que es MacCartney titulaba Huevos Revueltos (Scrambled Eggs) a la naciente Yesterday, maese Lennon escribía lo siguiente en Across the Universe (en versión libre del Disquero): Las palabras flotan/ como gotas de lluvia en una taza de papel/ fluyen mientras trascienden/ y así avanzan a través del universo/ Pozas de dolor olas de alegría/ forman una corriente de energía a través de mi mente que se abre/ y esa energía me acaricia y me posee.

He ahí lo contrario de la nostalgia. He ahí el gozo: la guitarra slide de Harrison en For You Blue, el corcel que cabalga y atraviesa nuestro cerebro, si ponemos ambas bocinas como si fueran audífonos, de izquierda a derecha en Good Morning, otro cuarteto de cuerdas de ensueño en She’s leaving home, la orquesta sinfónica en A day in the life; he ahí el buen oído musical de quien escucha a Los Beatles como lo que son: músicos, grandes músicos, enormes músicos.

Para la historia universal de la infamia queda el momento en que una pinche cucaracha disparó sobre la cabeza del humanista Lennon, en uno más de los crímenes de Estado que nunca se resolverán. Quedan las enseñanzas budistas del maestro Harrison. Queda el melodismo sin par del Gran Mac y la nariz desmadrosa de uno de los mejores bateristas, por consenso, de la historia de la cultura rock: el ring ring Ringo Estrella.

He aquí un festejo (¡25 años de La Jornada!) con música plena de calidad y significado. Gran regalo, grandiosa música. He aquí en toda su potencia la fuerza de Los Bíceps, Los Beaceps, Los Bitles.

Además de que, como dijera Ludwig van Beethoven, ¡se escucha pocamadre!