12 de septiembre de 2009     Número 24

Directora General: CARMEN LIRA SAADE
Director Fundador: CARLOS PAYAN VELVER

Suplemento Informativo de La Jornada

opiniones, comentarios y dudas a [email protected]

Habla el relator especial en derecho a la alimentación de la ONU

Contra el hambre: invertir en los pobres

  • 1,020 millones de personas duermen con hambre todas las noches

“Persiste la emergencia alimentaria”: Olivier de Schutter FOTO: Serge Haulotte

PRIMERA DE DOS PARTES

En los momentos actuales de crisis económica, y a pesar de la disminución de los recursos disponibles para gastar por parte de los gobiernos, es precisamente cuando el mundo debe actuar en forma inteligente y, con inversiones a favor de los pobres, atacar el hambre, que crece galopante y afecta ya a más de mil millones de personas, afirma Olivier de Schutter, relator especial en derecho a la alimentación de la Organización de las Naciones Unidas (ONU), en respuesta a un cuestionario que La Jornada del Campo le envió en previsión de la visita que hace a México el 15 y 16 de septiembre, invitado por la Campaña Sin Maíz no hay País.

Olivier de Schutter destaca la relación entre la carencia de poder político de los campesinos de pequeña escala y la marginación que sufren de las políticas públicas de apoyo a la agricultura. Asimismo, hace observaciones críticas sobre el comportamiento de los mercados y subraya que la solución que se ha dado en el orbe para enfrentar la crisis alimentaria –producir más– no sirve de nada a los pobres porque los alimentos no son asequibles a su bolsillo y lo que se requiere es mejorar los ingresos de esta población con medidas tales como precios remunerativos para los cultivos de los campesinos de pequeña escala.

Aquí presentamos la primera de dos partes de esta entrevista.

P. El hambre y la desnutrición están empeorando debido a la crisis económica y también a la crisis alimentaria. ¿Deberían los países tomar decisiones macroeconómicas para atenuar este problema?

R. Efectivamente, el hambre está creciendo. Hay mil 20 millones de personas que pasan las noches con hambre, y este número está incrementándose. En enero de 2008 la cifra era de 923 millones y en 2004 fue de 854 millones. La actual crisis económica global es un fuerte desafío en este contexto, pues conlleva una reducción de las remesas y de la inversión extranjera directa. Esto significa menos crecimiento económico y por tanto menos ingresos para los gobiernos, particularmente desde que el precio de las materias primas se ha reducido y las ganancias del comercio, con una demanda acotada, declinaron. Todo esto llega en un momento en que existe la necesidad de invertir masivamente en agricultura, a efecto de sobreponernos a los años durante los cuales el campo fue relativamente olvidado en los presupuestos públicos y para fortalecer la protección social. El 80 por ciento de las familias en el mundo carecen por completo de protección social. Por tanto ahora más que nunca los recursos deberían ser usados en una forma inteligente y efectiva para atacar el hambre. Debido a que habrá menos recursos para gastar, las inversiones deberían enfocarse no sólo a fortalecer los ingresos del sector exportador, sino también y primariamente para mejorar el poder de compra de los más pobres. Creo con firmeza que la transparencia ha mejorado y la participación en el establecimiento de prioridades puede ayudar. En ese sentido, las respuestas a la crisis actual se ligan con más empoderamiento político de los sectores pobres y marginados de la sociedad. Es la carencia de poder político de los campesinos pequeños, por ejemplo, lo que explica en gran medida por qué en muchos países fueron marginados de las políticas públicas enfocadas a apoyar la agricultura. Y es debido a que los pobres carecen de poder que los programas sociales son débiles o inexistentes.

P. Hay acuerdo en que la crisis alimentaria es multifactorial. En su opinión ¿qué peso y qué papel tienen en la crisis la producción de agrocombustibles, la especulación, el presunto agotamiento del impulso productivo de la revolución verde, el cambio climático, etcétera?

R. Esas causas diferentes están tan interconectadas que desenmarañarlas y cuantificar la importancia de cada una es tarea imposible. Están el cambio climático y el declive en la productividad agrícola, pero también la creciente competencia por el uso de la tierra entre alimentación, forraje y energía; toda la especulación alentada en los mercados de futuros de materias primas agrícolas, en virtud de que los fondos de inversión pueden beneficiarse de picos repentinos en los precios. Esta especulación, que sigue en marcha, lleva a los comerciantes a construir inventarios más que a venderlos, a efecto de colocar luego las materias primas alimentarias con mayores precios, y esto alienta a los gobiernos a imponer restricciones de mercado, empeorando la situación e incrementando el nerviosismo de los mercados.

Pero no deberíamos cometer el error de enfocarnos mucho en los precios de los mercados internacionales. Las familias pobres en Veracruz o Campeche no compran su arroz o maíz en la Junta de Comercio de Chicago. Ellos compran en el mercado local o en las tiendas de comestibles. Y los campesinos no venden en la bolsa de Chicago, sino a alguno de los muchos comerciantes pequeños a los que pueden acceder, si es que tienen alguna elección en esto. Eso significa que los precios menores en los mercados internacionales no necesariamente resultan en precios menores en los mercados locales haciendo la comida asequible para las familias pobres, y que los precios mayores no necesariamente benefician a los campesinos de pequeña escala. Debemos tener el coraje y la lucidez para abordar y enfrentar este asunto económico y político, por el cual yo entiendo las relaciones del poder –con fuerza negociadora desigual– en la producción de alimentos y en el canal de distribución. No debería sorprendernos que a pesar del récord en 2008 de la producción mundial de cereales y un declive de los precios en los mercados internacionales, desde el pico de junio de 2008, los precios de los alimentos han permanecido en niveles altos en muchos países en desarrollo y en naciones con bajo ingreso y déficit de alimentos. La emergencia alimentaria persiste en 32 países. En abril de 2009, la FAO analizó los precios domésticos de los alimentos en 58 países en desarrollo: en alrededor de 80 por ciento de los casos fueron mayores que 12 meses antes y en alrededor de 40 por ciento más altos que en enero de 2009. En 17 por ciento de los casos, los precios más recientes resultan los mayores en la historia, y hubo diferencias descarnadas entre los países incluso dentro de la misma región.

P. ¿Cuál es su perspectiva de los precios de los alimentos?

R. Los precios de los alimentos han venido a la baja desde junio de 2008 en los mercados internacionales, pero esto no es el asunto principal. En los mercados locales los precios son todavía muy altos, demasiado altos para que los hogares pobres vivan decentemente. Y nosotros estamos ahora viendo que producir más alimentos no es la solución. Esto no sirve para combatir el hambre, si no hay alimentos que puedan ser adquiridos por los pobres. Lo que se requiere es incrementar los ingresos de los más vulnerables. Esto significa atender las necesidades específicas de las tres categorías más vulnerables: los campesinos de pequeña escala, que necesitan de precios remunerativos por sus cultivos, acceso a crédito y la provisión de bienes públicos; trabajadores sin tierra, que necesitan salarios más altos y una protección de sus derechos laborales, en virtud de que, siendo temporales, son frecuentemente empleados sin un contrato –ellos son particularmente frágiles–, y los pobres urbanos, para quienes nosotros tenemos que desarrollar y fortalecer redes de seguridad social. En el mediano plazo, las familias más pobres tratan de sobrevivir. A efecto de enfrentar el incremento de precios, esas familias, que gastan la mayor parte de sus ingresos en comida, han sido conducidas a ventas de desastre, incluyendo sus activos productivos como la tierra y sus herramientas. Esto hace que la recuperación sea menos probable y que se eleve el riesgo de caer en pobreza crónica. Ellos sacan de las escuelas a sus hijos, en especial a las niñas; también deben recortar sus comidas y cambiar a dietas menos variadas y menos nutritivas. Los incrementos de precios han tenido un impacto dramático.

P. Los países necesitan realizar grandes cambios en sus políticas públicas agrícolas debido a la negligencia y falta de inversiones en el sector durante 1980-2007. ¿Qué países están actuando?

R. Uno de los impactos benéficos de la crisis alimentaria global es que los gobiernos y las agencias internacionales se han dado cuenta de que es una necesidad urgente restablecer la agricultura en el centro de sus agendas de desarrollo, después de que ésta ha sido abandonada durante los pasados 25 años. Muchos Estados y agencias se han comprometido a reinvertir, en algunos casos masivamente, en agricultura. No obstante, en tanto se eleva el gasto público en la agricultura, se requiere mucho: modificar la asignación del gasto existente es igualmente vital. Es crucial que las inversiones beneficien a los agricultores más pobres y a los más marginados, que están ubicados frecuentemente en los ambientes menos favorables. Con frecuencia esos agricultores han sido dejados afuera de los programas de apoyo en el pasado, en parte, como ya dije, debido a su falta de empoderamiento, y en parte debido a la creencia de que mientras más grande es un predio, resulta más productivo. Esto es un error. Los productores pequeños contribuyen a una mayor seguridad alimentaria, en particular en las áreas remotas donde los alimentos producidos localmente evitan los altos costos de transporte y comercialización asociados con muchos alimentos comprados. Como resultado de las políticas pasadas, que han favorecido especialmente a la producción de la agroindustria de gran escala, ciertos bienes públicos han sido suministrados por debajo de lo requerido. Eso incluye instalaciones para almacenamiento, acceso a medios de comunicación y por tanto a mercados regionales y locales, acceso a crédito y seguros contra riesgos relacionados con el clima, servicios de extensionismo, investigación agrícola y la organización de agricultores en cooperativas. Por esto la participación y la rendición de cuentas son tan importantes. Mejoran los objetivos de los programas y contribuyen tanto a su legitimación como a su efectividad. En varios países hay mecanismos para coordinar las varias acciones tomadas en el campo de la seguridad alimentaria, entre ellos Bolivia y Costa Rica. Consejos a escala nacional o de menor nivel de Seguridad Alimentaria existen en naciones tales como República Dominicana. Brasil ha sido líder en este aspecto con el Consejo Nacional de Seguridad Alimentaria y Nutricional (Consea). Pero en la mayoría de los países que he observado parece no existir un cuerpo específico para la participación, consulta y coordinación de todos los actores en los asuntos relativos al derecho a la alimentación.

P. En todo el mundo las grandes compañías alimentarias tienen poder sobre los gobiernos y han impuesto dietas nocivas (con grasas saturadas, y azúcar y carne en exceso), lo cual ha provocado obesidad, diabetes, etcétera. ¿Qué podemos hacer para frenar la influencia de estas empresas?

R. Estoy actualmente examinando esta situación, que me preocupa mucho. En economías emergentes, tales como la India, China, Brasil o por supuesto México, estamos viendo más gente que es obesa o desarrolla diabetes, enfermedades cardiovasculares o cánceres relacionados con los patrones de alimentación, como resultado de una transición nutricional, del viraje de una dieta a otra más cercana a las dietas occidentales. Muchas causas contribuyen a esto, incluidas la publicidad; el bajo costo de alimentos menos nutricios; el incremento del rol en la dieta de los alimentos procesados, consumidos frecuentemente fuera del hogar, y por supuesto menos actividad física. Yo dudo que muchos de los países en desarrollo tuvieran en mente estos impactos cuando decidieron abrir las puertas a los alimentos y bebidas estilo occidental, lo cual llevó rápidamente a abandonar la comida local. Tenemos que examinar si esta situación debe motivar medidas regulatorias o campañas educacionales, o ambas (Lourdes Edith Rudiño).


Antes no éramos obesos”: Yuri de Gortari
FOTO: Lourdes E. Rudiño
Soberanía y gastronomía nacional, deliberación iberoamericana

Lourdes Edith Rudiño

La urbanización y emigración campesina a las ciudades o al extranjero; el control de los mercados de menudeo por parte de grandes cadenas de tiendas que deciden qué aceptan y qué rechazan en sus compras y ventas; la publicidad enajenante de comida chatarra; la falta de autoestima nacional y el consecuente vilipendio de “lo nuestro”, de “nuestros platillos tradicionales”, son factores críticos que han modificado la dieta en el mundo, uniformándola, y que han propiciado pérdida de identidad, de variedad de cultivos y gastronómica; daños a la salud pública y, por supuesto, merma en la soberanía de las naciones.

Así lo expresaron participantes en el congreso iberoamericano Cocina tradicional: patrimonio cultural de los pueblos, realizado en la ciudad de México al cierre de agosto, y donde la conclusión, constantemente expresada, fue: urge reactivar la producción agrícola propia, proteger la biodiversidad y rescatar cultivos perdidos y, sobre todo, urge generar campañas educativas para que la gente vuelva a comer lo propio, lo que hasta hace apenas 20 o 30 años era nuestro sustento, fuente de cultura, de salud y de nutrición.

“Existe una especie de guerra mediática hacia la comida tradicional; escuchamos en la radio que hablan de la vitamina t o de la comida ‘masónica’ porque es de pura masa, y hay muchos mexicanos faltos de autoestima que desprecian esta comida, pero hasta hace dos o tres décadas, no éramos gordos ni padecíamos diabetes, ni mucho menos de la obesidad mórbida que nos invade. Nuestra comida tradicional es de tamales, garnachas, tlacoyos, sopes, gorditas, mole, frijoles, chiles, quelites, nopalitos, aguas frescas, y se está perdiendo por la flojera de preparar platillos o porque los chicos responden a los bombardeos publicitarios y compran chatarra. Entonces hoy somos un país pobre, pero con enfermedades de país rico, diabetes, ateroesclerosis, hipertensión (...)”, dice Yuri de Gortari, especialista en gastronomía mexicana.

Cruz del Sur Morales, coordinadora del Centro de Investigaciones Gastronómicas de la Universidad Experimental de Yaracuy, Venezuela, explica que al enfocarse su país a la extracción petrolera, se urbanizó, movió gente del campo a las ciudades, y ello ha afectado la producción agrícola. “Desde que tenemos la renta petrolera, es más lo que importamos que lo que producimos de alimentos, e incluso hemos tenido periodos de escasez de básicos de la dieta nacional, como la harina de maíz o el azúcar. Tenemos inmensas extensiones de tierra que no están cultivadas, incluso en zonas de riego. Y la dieta ha cambiado. Por la publicidad, muchas veces los niños prefieren una hamburguesa a una arepa”, con el daño a la salud que eso conlleva.

Coincide Carlos Alzualde, funcionario del Ministerio de Educación Superior de Venezuela: “Desde la década de los 70s han desaparecido en el país entre 20 y 30 especies de frutas y tubérculos, como mandioca, yuca y mamey. No es que se haya empobrecido la cocina tradicional, sino que no se dispone de los productos”.

Magda Choque, asesora de cooperativas agrícolas de Argentina, relata que en 2001 cuando Argentina enfrentó una dura crisis económica, con un encarecimiento de 300 por ciento del dólar, muchos agricultores pequeños, ubicados en la región andina, en el norte del país, se vieron agobiados pues habían cambiado su producción tradicional –de múltiples cultivos, de milpa– hacia la horticultura comercial, que requiere semillas y agroquímicos de importación. Quedaron entonces descapitalizados, pero muchos de ellos lograron retomar la actividad gracias a semillas proporcionadas por los campesinos más chiquitos, los más alejados de las rutas de la comercialización, ubicados en la provincia de Jujuy, que habían preservado sus cultivos tradicionales, “sus papitas, sus maicitos, sus verduritas, frutas, hierbas, su charqui (carne seca); tenían semillas, y lo mínimo para garantizar su comida”.

Esta experiencia, “donde la dimensión de la soberanía alimentaria adquiere un valor muy grande”, ha tenido una repercusión nacional en Argentina: ya se creó una Secretaría de Agricultura Familiar y el Instituto de Tecnología e Investigación abrió el Instituto para la Agricultura Familiar. Eso es un avance, dice, pues fortalecer la producción de pequeña escala permite a las personas de regiones pobres nutrirse, “y si se tiene la comida asegurada, y los chicos pueden nutrirse bien, pueden elegir”, si bien es cierto que ello debería ir acompañado por fortalecimiento de los servicios públicos en las zonas rurales, como salud y educación, que con la crisis económica se ven afectados.

La agricultura industrial dependiente de insumos vulnera mucho a los productores de pequeña escala –explica– pues los vaivenes económicos propician no sólo descapitalización, sino que el campesino deje por ejemplo de mandar a sus hijos a la escuela. “Son impactos a nivel de desarrollo humano”.

Para la mexicana Hilda Cota, doctorada en cocinas regionales, “la comida nos da identidad de donde somos, de donde venimos y nos permite garantizar un futuro como grupo; nos alimenta física y culturalmente”, pero ello se ha perdido en la conciencia de las personas y de un tiempo a la fecha los gobiernos conciben la soberanía alimentaria como la capacidad de contar con determinada cantidad de alimentos aunque no se produzcan internamente, que se deban importar.

Freddy Castillo, rector de la Universidad Experimental de Yaracuy, completa: “la cocina debe ser auténtica, debe representar memoria del pueblo, y algo que constatamos a diario es el olvido de esa memoria, la sustitución de la cocina tradicional por la ‘no comida’. Es importante tomar conciencia de esto y enarbolarlo como bandera frente a lo que imponen las trasnacionales de la alimentación”.

Yuri de Gortari establece la relación entre cocina y economía y salud. “La cocina tradicional de cada pueblo se hace con cultivos tradicionales; con eso conservamos nuestra tradición pero también nuestro acervo cultural y nuestra economía. Si tengo que gastar dinero en comprar comida porque no la estoy produciendo yo, entonces voy a tener dependencia alimentaria y pérdida de soberanía y de salud”.

En el mundo, completa Carlos Alzualde, 45 por ciento de la población adulta es obesa y la mitad de ésta sufre diabetes tipo dos, esto es inducida por la dieta. Alimentos ricos en grasa, azúcar, sal y harinas refinadas, impuestos por las trasnacionales, son determinantes.