Cultura
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La muerte de Goitia
H

ace casi medio siglo, en el barrio de San Marcos, en Xochimilco, murió el pintor Francisco Goitia, en la misma casa humilde de piso de tierra donde vivió las últimas décadas de su vida. Allí fue velado por vecinos y religiosos en la madrugada del 26 de marzo de 1960, con la ausencia total de pintores, intelectuales o funcionarios culturales de la época.

Los amarillos tranvías eléctricos, con vagón de remolque que iban desde el Zócalo hasta Xochimilco, se detenían antes de la terminal en la parada llamada El Torito, como nombraban el predio y la casa de construcción humilde donde Francisco Goitia vivió, pintó, estudió y llevó una vida franciscana entregada a sus dos grandes ideales: Dios y la pintura.

A pesar de su vida humilde y retirada, Goitia fue reconocido en vida como uno de los más grandes artistas plásticos mexicanos. Nacido en Zacatecas en 1882, a finales de los años 40 eligió esa casa de manufactura campesina para pintar, meditar y hacer obras de caridad mediante las órdenes religiosas con las que estuvo ligado, y a las que entregaba las consistentes cantidades que obtenía por la venta de su cuadros.

Lo que antes era la parada El Torito en el ruidoso tranvía amarillo hoy día se llama parada Francisco Goitia, recorrida ahora por los silenciosos trenes ligeros de color verde. Por esa misma ruta llegaban hace más de medio siglo críticos de arte, periodistas, discípulos y admiradores que visitaban al patriarcal pintor, de pocas palabras y reacio a los elogios o a las especulaciones intrincadas, que lo incomodaban hasta hacerlo guardar silencio. Sin embargo, Goitia valoraba su arte y lo vendía en los circuitos más altos del mercado de la pintura mexicana.

El año próximo se cumplen 50 años de la muerte de este notable y poco estudiado maestro de la pintura, y por ello el Gobierno de Zacatecas, dentro del Festival Internacional Cervantino, promovió la exposición fotográfica La muerte de Goitia, basada en el reportaje para la revista Impacto que hice el día del entierro del artista, acompañado del crítico lusitano Antonio Rodríguez. Las más de 20 imágenes recogen desde el velorio y la misa de cuerpo presente hasta la procesión del ataúd a su destino final, acompañado fervorosamente por el pueblo al que estuvo siempre ligado.